Félix
Roque Rivero*
DEL ESTADO QUE TENEMOS
AL ESTADO QUE NECESITAMOS
Quince años cumplidos tiene ya
la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada por el
pueblo el 15 de diciembre de 1999. Un texto que surgió desde las catacumbas mismas
del pueblo, hastiado como estaba del sistema bipartidista impuesto por la
Constitución de 1961, aprobada –como sabemos– entre gallos de medianoche por
quienes se apoderaron del poder luego de las heroicas jornadas de luchas
populares contra la dictadura perejimenista en 1958. De aquel viejo estado
federal y centralista con un sistema de gobierno partidista y de democracia
representativa, hemos pasado a la configuración constitucional de un Estado
democrático y social de Derecho y de Justicia, federal y descentralizado. Ahora
bien ¿qué tanto camino hemos recorrido desde 1999 para el logro de las metas
establecidas en el texto constitucional?
De la vieja y clásica definición de Estado conforme al Derecho
Internacional que lo entiende “…como una entidad que está compuesta por un
territorio delimitado, una población permanente y una organización de gobierno
que controla, efectivamente y sin injerencia extranjera, dicho territorio y
conglomerado de personas” [i], definición estrictamente jurídica, hemos pasado
a una definición política del Estado en el cual intervienen un conjunto de
factores que ya de por sí hablan de momentos de transición entre lo viejo y lo
nuevo. Para García Linera, lo que llamamos Estado “…es una estructura de
relaciones políticas territorializadas y, por tanto, flujos de interrelaciones
y de materializaciones pasadas por esas interrelaciones referidas a la
dominación y legitimación política” [ii]. Otros definen el Estado como un
“Grupo territorial duradero, radicalmente comunitario, estrictamente
delimitado, moderadamente soberano frente a otros, que se manifiesta como
máximamente comprensivo en el plano temporal y en cuyo seno, sobre una
población, con creciente homogeneidad y sentido de auto pertenencia, una
organización institucional eminentemente burocrática, coherente y jerarquizada,
desarrolla una compleja gobernación guiada conjuntamente por las ideas de
seguridad y prosperidad” [iii].
A los fines del presente trabajo, nos vamos a quedar con la definición
del Vicepresidente boliviano Álvaro García Linera. Se trata de asumir si en
verdad el Estado venezolano vive un momento de transición o si por el
contrario, pese al hecho de habernos dado una nueva Constitución y haber
cambiado –constitucionalmente hablando– las reglas de juego, no estamos más
bien haciendo otra cosa que reproducir las viejas mañas, perpetuando formas de
dominación, teóricamente superadas.
El Estado debe ser visto –sostiene García Linera– como una correlación
de fuerzas sociales [iv]. Para él, el Estado es la materialización de la
institucionalidad y a la vez es el resultado de la creencia colectiva
generalizada. ¿Qué tanto hemos los venezolanos institucionalizado nuestras
relaciones con el Estado; será que seguimos viendo al Estado como el padre del
cual todos dependemos, exigiéndole todo sin aportarle nada; continúan estas
relaciones paternales impidiendo el desarrollo verdadero de las fuerzas
populares, potenciales ejes transversales de las relaciones de poder; hasta qué
punto el liderazgo impide o coarta las legítimas relaciones que los ciudadanos
deben tener frente y con el Estado para ponerlo al servicio de la sociedad y
limitar y controlar su poder avasallante, sobre todo controlando su amplio
poder coercitivo y represivo?
El nuevo Estado que queremos, no puede continuar siendo –al decir de
Weber– una máquina relacional que ha logrado a lo largo de la historia
monopolizar el uso de la coerción pública en un determinado territorio mediante
la centralización de la fuerza armada (la policía), bajo el argumento de
controlar el orden [v]. Una visión así, tan raquítica del Estado es inadmisible
en esta época de cambios como afirma el líder ecuatoriano, compañero Rafael
Correa.
De allí que –con García Linera– preferimos decir que el Estado es la
perpetuación y la constante condensación de la contradicción entre la
materialidad y la idealidad del accionar político. Esta contradicción debe ser
resuelta a favor de las querencias populares, permitiendo el desarrollo de la
creatividad de los verdaderos factores de poder que subyacen en la sociedad y
que muchas veces son subestimados por la burocracia estatal que termina viendo
en ellos potenciales “enemigos” que amenazan su existencia.
Como lo señaló Hugo Chávez, “…queremos y necesitamos un Estado
suficientemente fuerte, suficientemente capaz, suficientemente moral,
suficientemente virtuoso para impulsar la República, para impulsar al pueblo y
para impulsar la Nación, asegurando la igualdad, la justicia y el desarrollo
del pueblo” [vi].
A partir de las elecciones de 1998 con el triunfo electoral de Hugo
Chávez, el Estado venezolano empezó a vivir una crisis estructural que tuvo su
pico en el desarrollo de la Asamblea Nacional Constituyente y que se ha
prolongado en el tiempo sin que los factores actuantes se hayan dado mayor
tregua. Dicha crisis se puede sintetizar de la siguiente manera: (1) El
desencadenamiento de la lucha de los contrarios al conocerse que con Chávez en
el poder, un nuevo proyecto se asomaba a la contienda política: el proyecto
bolivariano; (2) La nueva propuesta de poder al movilizar al pueblo en demanda
de sus derechos dio inicio al enfrentamiento con el bloque de poder desplazado
que no iba a renunciar de manera fácil a ello; (3) La deslegitimación de las
viejas estructuras y de la élite política se convirtió en el campo de batalla
en el cual los dos bloques se batían a muerte: uno por imponerse, el otro por
no ceder sus posiciones; (4) El nuevo enfoque económico con el reapoderamiento
de los recursos energéticos para el Estado y para el pueblo, alertó al viejo
bloque parasitario a luchar por lo que pretendían suyo; (5) Haber definido
Chávez el nuevo proyecto como socialista en el año 2006, estableció, sin lugar
a dudas, lo que Gramsci llama el punto de bifurcación entre lo nuevo, lo que
estaba empezando a nacer y la vieja estructura elitista que sacudiéndose como
serpiente herida hacía y hace todo lo posible por evitar morir; (6) El
planteamiento de un mundo multipolar que rompía con el viejo esquema unipolar,
con una marcada dependencia de las políticas dictadas desde los EE.UU; y, (7)
El empuje integracionista que dio lugar al nacimiento de nuevas estructuras
signadas por la cooperación antes que por la imposición y sumisión.
Quince años han transcurrido desde la aprobación del nuevo texto
constitucional y, pese a que muchos cambios se han producido en la realidad
política venezolana, no menos cierto es que aún no se ha producido el despegue
que marque la diferencia entre lo que tanto se cuestionó y lo que se está
proponiendo. En 1923 Lenin escribía: “Llevamos cinco años de ajetreo tratando
de mejorar nuestro aparato estatal, pero ha sido un simple ajetreo que ha
demostrado ser inútil, o incluso vano, nocivo. Este ajetreo creó la impresión
de que trabajábamos, pero en realidad sólo entorpecía nuestras instituciones y
nuestro cerebro”, y remató diciendo: “Es preferible menos pero mejor” [vii].
Tenemos que acrecentarnos –señaló Chávez– en conciencia revolucionaria y
en ejercicio realmente socialista, si queremos que una vieja institución como
la Asamblea Nacional cumpla a cabalidad con el desmontaje del viejo Estado
burgués y contribuya a abrirle las puertas al Estado socialista. Se trata,
dijo, de legislar respondiendo a la praxis socialista y obedeciendo al pueblo.
“Quien no lo entienda debe elegir otro camino” [viii].
Hagámosle caso a Lenin y a Chávez, verdaderos genios de la política y no
permitamos que el ajetreo del “tareismo” nos consuma y nos haga perder el norte
del objetivo central: construir el Estado nuevo que abra las alamedas por donde
transiten las nuevas mujeres, los nuevos hombres que harán posible la nueva
sociedad, demostrando que un mundo mejor sí es posible.
El nuevo Estado tiene que delinear su estructura y características, las
cuales deben estar en sintonía con el nuevo texto constitucional, en ese
sentido: (1) Echar las bases de la nueva sociedad verdaderamente democrática
participativa, protagónica y corresponsable; (2) El Estado social de Derecho y
de Justicia no puede continuar siendo un slogan cuando sí una realidad
concreta; (3) Permitir a la ciudadanía el desarrollo de sus derechos y de sus
deberes, que asuman sus alegrías y también sus compromisos; (4) La pequeña
producción urbana y agrícola tiene que constituirse en un bastión económico
capaz de alimentar a las grandes mayorías, para ello el Estado debe interferir
lo menos posible permitiendo el desarrollo del aparato productivo popular que
derrote al rentismo petrolero y arrincone las estaciones parasitarias de la
vieja burguesía monopólica y cartelizadora; (5) Establecer fuertes lazos de
comunicación con la nueva intelectualidad y profesionales medios, en su gran
mayoría provenientes de los sectores populares, descontaminados y con
motivaciones suficientes para servir al pueblo; (6) Llamar a la clase
trabajadora, urbana y campesina a que asuma su rol histórico y la conducción de
la producción industrial junto al empresariado de extracción popular decidido a
asumir los riesgos y las bondades de las nuevas relaciones de producción que se
enfrentan al gran capital; (7) La nueva burocracia estatal debe tener como
tarea deslastrarse de los viejos vicios y disponerse de verdad verdad a servir
al pueblo con eficacia, eficiencia y efectividad sin pedir recompensa a cambio
de ningún tipo. La decencia pública debe ser la regla y la corrupción la
excepción, castigándose de manera ejemplar; (8) La lealtad y firmeza de la
Fuerza Armada debe ensamblarse a las fuerzas populares estableciendo un
verdadero muro cohesionado, capaz de dar sostenimiento al nuevo Estado; (9) Las
fuerzas políticas que respaldan y apoyan al nuevo Estado deben remozarse
permanentemente, ejercitando la democracia interna, dando paso a la crítica y a
la autocrítica sin jaquetonerías ni providencialismos, colectivizando los
mandos y haciendo de la vida política un apostolado de compañerismo que
enfrente la corruptela y las solidaridades automáticas; (10) La estructura
financiera debe ser puesta al servicio del pueblo, evitando las manipulaciones
de la moneda nacional frente a monedas extranjeras, enfrentando la inflación y
controlando los niveles de ganancia exorbitantes; y, (11) Plantearse políticas
de alianzas con otros sectores organizados que manifiesten su deseo de
colaborar pero que no se atreven ante el sectarismo de algunos de los nuevos
líderes que con su conducta maltratan la posibilidad de robustecer el nuevo
Estado.
Parafraseando al compañero García Linera, el ciclo constituyente abierto
en 1999 debe cerrarse para dar inicio “a la nueva estructura de orden unipolar
del nuevo orden estatal”. Por unipolar entiéndase una estructura notablemente
democrática, inclusiva, participativa. El punto de bifurcación debe encontrar
su centro exacto del reencuentro para iniciar el nuevo camino que apuntale
hacia el nuevo Estado naciente. Ello no
quiere decir que las contradicciones desaparecerán. Nuevos problemas
irán apareciendo en la dinámica social. Admitamos que una democracia sin
conflictos, es una “democracia congelada”. La democracia se llama así cuando
permite los desacuerdos, el pensar distinto, el reconocimiento y respeto del
otro. Así, el Estado que queremos tendrá fecha de alumbramiento y la felicidad
colectiva será la mejor señal de este parto histórico.
_______________________
NOTAS
* Abogado constitucionalista.
[i] Villarroel, F, Derecho Internacional Público.
[ii] García Linera, A. Democracia, Estado, Nación.
(2015). Caracas, Trinchera.
[iii] Zafra, J, Teoría Fundamental del Estado.
(1990). Pamplona, Universidad de Navarra.
[iv] García Linera, A. Lucha por el poder en
Bolivia. (2005). Muela del Diablo.
[v] Weber, Max, Economía y Sociedad (1987). México,
Fondo de Cultura Económica.
[vi] Chávez, H. Discursos Fundamentales. Ideología y
Acción Política (2003). Caracas
[vii] Lenin, V. Obras Completas, Tomo 45. Pravda, 23
de octubre de 1923.
[viii] Chávez, H. Aló Presidente Teórico. (2009)
Caracas, MINCE.
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