Emilio Spósito
Contreras*
CRISIS
Y TRAGEDIA LATINOAMERICANA
Comentarios sobre política y literatura
Zumban las balas en la tarde
última.
Hay viento y hay cenizas en el
viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los
otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos
vencen.
Jorge Luis BORGES, Poema conjetural
Siente que se
harán trizas en el choque. Ya se tocan. Aprieta la lanza hasta dolerle la mano,
desvía el caballo rápidamente, y, haciéndole tragar media arma, arranca al
contrario de la montura y va a lanzarlo sobre otro jinete que llega detrás.
Arturo
USLAR PIETRI, Lanzas coloradas
Durante una generación, un puñado de caballeros
castellanos, hicieron realidad los más fantásticos cantares de gesta, enfrentando
monstruos, magos o ejércitos de caníbales; escalando picos el doble de alto de
los hasta entonces conocidos; navegando un mar siete veces más largo que el
mayor de sus ríos; recorriendo una tierra doscientas veces más grande que la
suya. Inmenso en riquezas y oportunidades, el Nuevo Mundo, las Indias o
América, es al mismo tiempo, el Paraíso de Colón, la Utopía de Moro, el Dorado
de Orellana y, sobre todo, un mundo salvaje, tan misterioso, como brutal y peligroso.
La presencia de profanos en los templos
de la Madre Tierra, el Sol y la Luna, las Aguas y el Jaguar, aunque
victoriosos, desataron maldiciones que nos recuerdan a Sísifo en el inframundo.
Conquista e independencia, por ejemplo, serán procesos siempre inacabados, siempre
por recomenzar y culminar. Las veinticinco constituciones venezolanas dan
cuenta de ello.
Aun desde la mentalidad moderna, se
entiende que esta tierra lo tiene todo, pero existen circunstancias irracionales
e insuperables –críticas– que se oponen al desarrollo, representadas en la
enormidad del territorio, la falta de cohesión social, la heterogeneidad
racial, la incultura. La razón contra la emoción, la civilización contra la
barbarie.
Nuestra historia se alimenta de estos modelos.
En cada batalla americana, durante los últimos quinientos años, es posible
identificar a los mismos contendores, no importa que se llamen blancos o
indios, patriotas o realistas, federales o centralistas, liberales o
conservadores, socialistas o capitalistas, siempre se asumirá la lucha desde la
confrontación maniquea entre el progreso civilizador y la cruel, aunque seductora,
barbarie.
Nuestros breves héroes, salvadores o
mesías, por una parte, y villanos, por la otra, participan de esta dialéctica
bueno-malo: Bolívar, Sucre o Martí, los buenos, ilustres, bienhechores,
beneméritos, se sacrifican trágicamente en la lucha contra las fuerzas de la
sin razón, mientras que los primitivos Boves, Quiroga, Melgarejo o Estrada
Cabrera, son expresión de la involución y de la ferocidad que les es propia a
su estado.
Las fuerzas de la retardación y la
anarquía parecen invencibles. Por momentos parecen vencer totalmente… y, al
mismo tiempo dan inicio al proceso de regeneración del bien. Las cenizas de nuestros
mártires, como en el conuco, preparan la tierra para una nueva y pronta cosecha
de voluptuosos frutos. O hay civilización o hay barbarie.
En este contexto de regresión, los
artistas latinoamericanos han producido obras con el mismo leitmotiv. La
literatura, una de las artes en la cual se han obtenido grandes logros, sirve
para ejemplificarlo. Compararemos del argentino Jorge Luis Borges (1899-1986),
su Poema Conjetural (1943), y del
venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001) fragmentos de su novela Lanzas Coloradas (1931).
En el célebre poema de Borges, el
destino, en el sentido protestante de la expresión, conduce a un atemorizado,
inmóvil, resignado Francisco Laprida, al instante de una muerte liberadora. En
el caso de la novela de Uslar, Fernando Fonta llega a ese instante
voluntariamente; hasta casi el último instante pudo huir, pero cuando ya
también le resulta imposible y es alcanzado por la muerte, la espera con amarga
parálisis de resignación. Involuntario o libre, el resultado dramático es el
mismo.
En
los dos casos la violenta muerte se asocia simbólicamente a una herida en la
garganta y a la pérdida del habla… condición de humanidad, de racionalidad, de
civilizado de los personajes: “(…) el íntimo cuchillo en la garganta” o, “(…) Un contacto frío, como de hielo, en la
garganta (…). Va a hablar. Una bocanada de sangre le ahoga las palabras”.
Independientemente de las formas
literarias escogidas –poesía el uno, prosa novelesca el otro–, de la
nacionalidad de los autores, que se trate del personaje histórico Francisco Laprida o del literario Fernando Fonta; ambas
versiones recogen la tragedia latinoamericana: la eterna lucha entre el bien y
el mal. Desde la perspectiva de hombres justos y sabios –Francisco, estudioso
de las leyes, benemérito de la patria, y Fernando, “ciudadano” y “hermano”– atrapados
en la espiral de la violencia, de la cual no pudieron, o no quisieron salir.
Después de recorrer el laberinto de sus
vidas, los personajes llegan a enfrentar una muerte atroz y vana, sin gloria,
víctimas de la barbarie que insolentemente han despreciado y rechazado a lo
largo de sus vidas, personificada en el gaucho y el llanero, géneros humanos
del mismo ámbito geográfico –estepas, pampas o llanos–, jinetes armados de
neolíticas lanzas, cual horda de hunos.
Con estos fragmentos, de idéntica trama,
se produce un resultado desgarrador en el ánimo del lector. En un primer
momento, la más absoluta desolación.
Sin embargo, en un segundo momento, el
lector experimenta la catarsis de la que nos habla Aristóteles en la Poética a
propósito de la tragedia griega y, purificándonos con la inmolación de tales víctimas,
somos llamados al movimiento, a la acción, frente y contra la barbarie.
Tanto en el caso de Borges como de
Uslar, sus obras tienen como telón de fondo momentos históricos precisos: En Argentina,
ocurría la Revolución del 4 de junio de 1943, que colocó en la
escena política a Juan Domingo Perón. En Venezuela, bajo la tiranía de Juan
Vicente Gómez –vencedor de caudillos regionales y centralizador del poder–, se enfrentaba
sucesivamente a dos de sus principales temores: manifestaciones estudiantiles
vinculadas a movimientos de izquierda en 1928, y el desembarco de Román Delgado Chalbaud, último
caudillo, en
1929.
De allí que sus obras puedan entenderse
con intencionalidad política, en contra de lo que sería el peronismo, una, y a
favor del gomecismo, la otra. En ambos casos, bajo el esquema de lucha de la
civilización contra la barbarie, independientemente que los seguidores de Perón
consideren bárbaros a los otros, o que los enemigos de Gómez lo consideren una
rémora de la civilización. Por lo menos, tanto en Argentina como en Venezuela,
estos autores fueron importantes exponentes de la cultura y la civilización.
Escribir literariamente sobre esta
situación, es una forma de racionalizarla, experimentar las sensaciones del
otro y, finalmente, un intento de superación –iluminándola– de la crisis que la
causa. Verse reflejado en la lectura, sentirse parte de una categoría, un
grupo, como en la tragedia antigua con la catarsis, ayuda terapéuticamente a
nuestras sociedades. Parafraseando a Pound, donde hay poesía y novelas, donde
un Borges o un Uslar escriben… no hay usura, egoísmo, y entonces puede aparecer
el entendimiento, la reconciliación y la concordia entre los hombres.
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