Procopio de Cesarea (circa 500-560)
Extracto de
LOS EDIFICIOS
Libro I, I.
Traducción del griego de Miguel Periago Lorente.
El común de los hombres, y el vulgo en
general, se levantó en Bizancio contra el emperador Justiniano y llevó a cabo
la revuelta llamada de Nica, que ha sido descrita por mí con toda exactitud y
claridad en mi Historia de las guerras.
Pero poniendo de manifiesto que habían levantado sus armas como unos malditos
no sólo contra el emperador, sino nada menos que contra Dios, se atrevieron a
incendiar la iglesia de los cristianos (las gentes de Bizancio llaman al templo
Sofía, denominación que han ideado de un modo muy apropiado para Dios), y la
Divinidad les permite llevar a cabo su impiedad, previendo a qué grado de
belleza iba a ser transformado este templo. Pues bien, la iglesia quedó
entonces, en su totalidad, reducida a carbón; pero el emperador Justiniano, no
mucho después, la ha diseñado de tal forma, que, si algún cristiano hubiera
preguntado con anterioridad [al incendio] si la iglesia sucumbía con su
beneplácito y surgía una como la presente, mostrando la configuración de la
actual edificación, me parece, muy sintéticamente, que habría rezado por
contemplar la iglesia en el estado en que quedó, para que el edificio se
hubiera transformado en la presente estructura. Pues bien, el emperador sin
pararse a pensar en todos los gastos, se aplicó con denuedo a su construcción y
congregó a toda clase de artesanos de cualquier parte de la tierra. Antemio de
Tralles, persona muy estimada en la llamada técnica de la construcción, no ya
entre todos sus contemporáneos, sino incluso más que los que le precedieron, cooperó
al entusiasmo del emperador dirigiendo las tareas a los artesanos y preparando
de antemano los diseños de las futuras construcciones, y con él se hallaba
también otro constructor, de nombre Isidoro, oriundo de Mileto, sensato y
especialmente capacitado para ayudar al emperador Justiniano. Pero, por lo
demás, también era ello una cuestión del honor de Dios respecto al emperador,
por haber proporcionado los que le serían más útiles para las realizaciones
futuras. Y probablemente cualquiera puede admirarse de la intención del propio
emperador por el hecho de que realmente pudo seleccionar, de entre todo el
mundo, a los más adecuados para lo más valioso de sus tareas.
Por consiguiente, la iglesia se ha
convertido en un espectáculo lleno de belleza, sobrenatural para los que la
contemplan e increíble del todo para los que la conocen de oídas. Porque se
alza sobremanera hacia las celestes alturas, y como si estuviera fondeada entre
las demás edificaciones, se balancea y se sitúa por encima del resto de la ciudad,
embelleciéndola, porque es una parte de ella y, por otra parte, ufanándose de
ello, porque perteneciendo a la ciudad y superándola surge de tal modo que,
desde ella, se divisa la ciudad como si desde una atalaya se tratara. Su
anchura y longitud se han ajustado tan cuidadosamente, que no se puede decir,
por incurrir en una inconveniencia, que sea de un largo exagerado y exactamente
igual de su ancho; y por su indescriptible belleza, se ennoblece. Por su mole y
la armonía de sus proporciones, manifiesta su gracia porque, en modo alguno,
contiene excesos ni carencias, ya que es más pretenciosa de lo que
habitualmente es un edificio y bastante más digna de lo que corresponde a una
edificación enorme, y de un modo extraordinario rebosa luz y resplandores solares.
Se podría decir que su interior no está iluminado por la luz solar de fuera,
sino que en ella es connatural la iluminación; tan grande es la abundancia de
luz que se esparce por este templo. Y en cuanto a su fachada (sería la parte
que da a levante, donde por supuesto se celebran los misterios en honor de
Dios) se ha construido de la siguiente manera: una estructura de fábrica se
levanta desde el suelo, pero no se ha trazado a cordel, sino que sobresale
ligeramente por los flancos y se retranquea por el centro, adaptando una
configuración semicircular que los expertos en la materia denominan
semicilíndrica; y se eleva escarpadamente a lo alto. Y la parte más elevada de
esta edificación se resuelve en una estructura cuatripartita esférica y sobre
ella otra estructura en forma de medialuna la enlaza con las partes adyacentes
de la edificación, admirable por su ornato, pero temible del todo por la frágil
apariencia de su composición. Porque da la impresión, en cierto modo, de que no
se eleva en el aire sobre una base firme, sino de que se alza peligrosamente
para los que se encuentran abajo. Sin embargo, ocurre lo contrario, se sustenta
en una sólida firmeza. En cada una de estas partes se encuentran columnas sobre
la cimentación, pero no se hallan situadas en línea recta, sino hacia dentro,
en una disposición semicircular, como si cedieran entre sí en un baile, y por
encima de ellas pende la estructura en forma de media luna. Y en la parte
opuesta a levante se ha trazado un muro que contiene los accesos, y a cada uno
de los lados de aquél se alzan en semicírculo columnas y, por encima de ellas,
una estructura similar a la que se ha descrito. Y en el centro del templo se
levantan cuatro resaltes, de factura manual, que llaman contrafuertes, dos al
norte y dos al sur, opuestos e iguales entre sí y, en medio de ellos, cada uno
de estos dos contiene precisamente cuatro columnas. Los resaltes se componen,
en su elaboración, de piedras de gran tamaño, que han sido seleccionadas
expresamente y encajadas diestramente unas con otras por los canteros, y se
elevan a una gran altura. Al verlos, se podría suponer que se trata de unos
picachos puntiagudos. De éstos salen cuatro cúpulas en cuadrilátero, y sus
extremos confluyen a dos entre sí y se apoyan en la cúspide de aquellos
resaltes; el resto de la construcción se levanta y eleva hasta una altura
infinita. Dos de las cúpulas se alzan al vacío del aire, en concreto, al sol
naciente y al poniente; las dos restantes tienen por debajo cierta estructura y
unas columnas un tanto pequeñas. Pero por encima de aquéllas, se levanta una
estructura circular de forma cilíndrica. Por ello, siempre la luz del día
esboza su sonrisa, lo primero. Pues, creo, se destaca por encima de toda la
tierra, y la estructura se interrumpe a cortos intervalos, permitiendo adrede
que los espacios abiertos, en la medida de lo posible, donde justamente se
produce la perforación de la estructura, sean conductos de luz de un modo
suficiente. Pero dado que la conexión de las cúpulas se ha efectuado en forma
de tetrágono, la obra intermedia se ha resuelto en cuatro triángulos y cada
sustentación de los triángulos, presionada por la sujeción de las cúpulas entre
sí, forma en su parte baja un ángulo agudo, pero el resto ascendiendo y
ensanchándose en su parte intermedia termina en una estructura circular que
sustenta y forma los restantes ángulos en ese punto. Pero sobre esta estructura
circular se eleva una enorme bóveda esférica que la hace especialmente bella.
Sin embargo, no parece que se levante sobre una sólida estructura, sino que,
suspendida del cielo, cubra el espacio con su áurea esfera. Todos estos
elementos ajustados entre sí en medio del aire, en contra de lo que podía
esperarse, flotando en mutua dependencia y enlazados exclusivamente por las
partes que se encuentran más próximas, producen una única y muy estimable
armonía de la obra, pero a los espectadores no les permiten recrearse en alguno
de ellos por mucho tiempo en su contemplación, sino que cada elemento atrae al
ojo y lo dirige con suma facilidad hacia sí. El cambio repentino de la visión
se produce constantemente, porque el espectador en modo alguno puede
seleccionar aquel elemento que podría admirar más que todos los demás. Mas sin
embargo, a pesar de que intentan dirigir su atención por todas partes y fruncen
el entrecejo ante todos los elementos arquitectónicos, no son capaces de
comprender la técnica artesanal, sino que constantemente se alejan del sitio
impresionados por su incapacidad para la contemplación. Pues bien, estos son
los hechos en este tema.
Con variadas técnicas artesanales el
emperador Justiniano y el maestro constructor Antemio, juntamente con Isidoro,
lograron que el templo, así suspendido en el aire, ofreciera seguridad. Todas
las demás obras suyas me es difícil saberlas, y expresarlas de palabra,
imposible; tan sólo, en el momento presente, dejaré constancia de una sola con
la que se podría testimoniar toda la importancia de la obra. En efecto, se
trata de lo siguiente. Los resaltes que mencioné hace poco, no se han elaborado
del mismo modo que las demás estructuras, sino de la siguiente manera: se ha
proyectado en cuadrilátero la disposición de las piedras, duras por naturaleza
pero han quedado lisas al trabajarlas y de corte angulado, bien porque fueran a
ser elaboradas como salientes de los lados del resalte, ya porque, al ocupar el
espacio intermedio, han que-dado resueltas en rectángulos. Mas no las ajustó la
cal que llaman ásbesto, ni el asfalto
que es el orgullo de Semíramis en Babilonia ni ningún otro producto de este
tipo, sino plomo vertido en los intersticios que se extiende por todas partes
en los espacios intermedios, se funde en el ensamblaje de las piedras y las une
entre sí. Esto es, por consiguiente, lo que se ha llevado acabo al respecto.
Pero vayamos a lo que queda del templo.
Toda la techumbre está cubierta de oro
auténtico, con lo que une fama a la belleza; sin embargo, el brillo que se
desprende de las piedras supera resplandeciente, en marcada oposición, al oro.
Y a un lado y otro, hay dos pórticos de columnas, que no están separados por
estructura alguna del templo, logrando una dimensión superior a su anchura y
extendiéndose en distancia hasta el límite, pero en cuanto a altura se quedan
muy por debajo. Y como techumbre tienen una bóveda y, en su decoración, oro.
Uno de estos pórticos de columnas ha sido destinado a los fieles varones; el
otro se reserva a las mujeres que practican la misma devoción.
Comparativamente, no poseen nada que los diferencie, de algún modo, entre sí,
pero también su propia igualdad redunda en belleza para el templo y su
semejanza lo ornamenta. Y ¿quién podría erigirse en intérprete de las galerías
de la parte destinada a las mujeres o describir los numerosos pórticos de
columnas y las naves, enmarcadas también por columnas, con que el templo se
encuentra rodeado? Se podría pensar que se había encontrado la flor en un prado
florido. Porque se puede uno admirar, sin duda, del color púrpura de unos, del
verdor de otros, de aquellos en los que el color rojo resalta y de aquellos otros
cuyo color blanco resplandece, incluso también puede uno admirarse, sin
embargo, de aquellos en los que predomina una abigarrada gama de colores
contrapuestos, tal como si la naturaleza fuera un pintor. Pero cada vez que se
vaya a orar al templo, inmediatamente se da uno cuenta de que no es una obra
modelada por el poder y técnica humana, sino por el influjo divino. Y la mente
se eleva hacia Dios y se ensalza, estimando que Aquél, en cierto modo, no se
encuentra lejos, sino que siente predilección por los parajes que eligió. Y no
le ocurre esto solamente al que ve el templo por primera vez, sino esa misma
impresión le produce a cada uno en sucesivas ocasiones, como si allí se tratara
de un espectáculo siempre renovado. Nadie se sació jamás de su contemplación;
al contrario, las personas que acuden al templo disfrutan con lo que han visto
y, al salir, se vanaglorian en las conversaciones que mantienen sobre él. Sin
embargo, es imposible referir con un cálculo preciso la totalidad de joyas de
este templo que ofrendó aquí el emperador Justiniano: vasos de oro y plata y
labores de piedras preciosas. Pero yo me permito justificarlo a mis lectores
con un solo hecho. En efecto, el lugar del templo, especialmente sagrado y
accesible únicamente a los sacerdotes, que denominan altar, contiene cuarenta
mil libras de plata.
Pues bien, los distintos elementos de la
iglesia de Constantinopla, a la que han acordado, por costumbre, denominar
Grande, resumiendo y pensando hablar sin entrar en detalles y referir con las
mínimas palabras lo más relevante de los hechos, de este modo fueron
construidos por el emperador Justiniano. Y no la edificó solamente con dinero,
sino también con un esforzado propósito y con otros valores del alma, como al
punto demostraré. De las bóvedas, que hace poco mencioné (los constructores las
llaman loros) una sola que se
encuentra al sol naciente, se había levantado ya por ambos lados, pero por el
centro todavía no se había terminado del todo, sino que se esperaba aún. Y los
contrafuertes sobre los que había surgido la estructura, no pudiendo soportar
el volumen de lo que presionaba sobre ellos, iniciándose su rotura, de alguna
manera, inopinadamente, parecía que no tardaría mucho en producirse su
desmoronamiento. En consecuencia, Antemio e Isidoro se asustaron sobremanera
por lo que estaba sucediendo y llevaron el asunto al emperador, llegando a
perder la esperanza en sus conocimientos técnicos. Y el emperador al punto,
movido por no sé qué (por Dios, supongo, porque él no es un técnico) les ordenó
cerrar esa bóveda hasta su culminación. «Porque», dijo, «al apoyarse en sí
misma, no necesitará ya de soportes por debajo». Y si el relato careciera de
valor testimonial, bien sé que habría dado la impresión de ser un adulador y
una persona carente de credibilidad, pero como están presentes muchos testigos
de los hechos que se han llevado a cabo hasta el momento actual, no debemos
vacilar en encaminarnos a la exposición del resto del relato. Pues bien, los
artesanos hicieron lo que se les había ordenado y la bóveda entera se levantó
sobre una base segura, sellando empíricamente la autenticidad de su idea. Por
consiguiente, así quedó resuelta la ejecución de esta bóveda; en cuanto a las
demás que están orientadas a mediodía y norte, sucedió que tuvo lugar lo siguiente.
Los llamados loros se hallaban
suspendidos, sosteniendo la estructura del templo, pero toda la parte baja se
había resentido abrumada por su peso, y las columnas que allí había desprendían
pequeñas capas de revoque, como si estuvieran siendo rascadas. Y al punto los
constructores, descorazonados por lo que había sucedido, le comunicaron al
emperador la problemática que se les presentaba. Y de nuevo el emperador adoptó
al respecto las siguientes medidas técnicas. Las partes extremas (de aquéllos elementos
que estaban arruinados) que contactaban con las bóvedas, ordenó inmediatamente
que las retiraran, y que mucho después las volvieran a poner, una vez que
especialmente la humedad de la estructura hubiera cesado en aquéllas. Actuaron
de acuerdo con estas prescripciones, y en lo sucesivo el edificio se mantuvo
seguro. Y el emperador se tiene, en cierto modo, por una especie de testimonio
de la obra.