viernes, 28 de julio de 2017

Pactando con el diablo...


Emilio Spósito Contreras

PACTANDO CON EL DIABLO
A propósito del acuerdo
entre el doctor Fausto y Mefistófeles

Perrumpis infernum chaos:
Vinctis catenas detrahis;
Victor triumpho nobili
Ad dexteram Patris sedes

El escritor alemán Juan W. Goethe (1749-1832), honesto súbdito del duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, fue hostil a la Revolución Francesa y sus personajes; sin embargo, como gran artista, fue un hombre libre, ávido –como su personaje Fausto– de un saber infinito. En el ancien regime, a pesar del absolutismo, se desarrollaron espíritus que remontaron a la Humanidad hasta insospechados niveles de refinamiento. Como ejemplo, junto a Goethe, piénsese sólo en dos de sus coterráneos: Hegel y Beethoven.
Será en el siglo XX que el mundo experimente como último invento del demonio –en sentido figurado–, regímenes totalitarios que pretendan esclavizar hasta la mente del hombre. Uno de los más lúcidos acusadores de tales aspiraciones, fue sin duda el izquierdista Eric Blair –conocido como Jorge Orwell– (1903-1950), quien en sus novelas y cuentos denuncia tanto el nazismo de Hitler como el comunismo de Stalin. 1984 y Rebelión en la granja, son dos de sus obras más difundidas.
Volviendo a Goethe, vale destacar que en su obra Fausto (en la traducción de José Roviralta Borrell), basada en el personaje histórico Juan Jorge Fausto (1480-1540), alquimista y nigromante de Baden-Wurtemberg, la trama gira en torno al pacto celebrado entre el protagonista y el diablo Mefistófeles, por el cual entregaba su alma a cambio de sabiduría y placeres mundanos. Ello, supone en Fausto el libre albedrío y, al mismo tiempo, su reconocimiento por el diablo que abunda en formalidades para garantizar la validez del satánico contrato:

Mefistófeles
Una cosa más… Por razones de vida o de muerte, te lo pido un par de líneas… Una pequeña hoja cualquiera es buena para el caso. Firmarás con una gotita de tu sangre.
Fausto
Si eso te satisface plenamente, pase como chanza  (GOETHE, J. W., Fausto, primera parte).

La libertad del hombre y su desviación por las tentaciones del demonio es el tema del primer encuentro –o desencuentro– entre ellos en el Paraíso: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (hacedor) y le prohibió a su criatura comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2, 17). El hombre desconfió de la obra de Dios y abusando de su libertad cometió el primer pecado, causa y fundamento de todos los demás: el egoísmo (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 396 y ss). María Zambrano (1904-1991), prefería hablar de la envidia.
El desprecio de Fausto (el hombre), por Dios, su creación (la naturaleza), la encontramos en la justificación que hace al entregar su alma a Belcebú en el más allá:

Fausto
–Poco puede inquietarme el más allá. Convierte primero en ruinas este mundo, y venga después el otro en buena hora. De esta tierra dimanan mis goces, y este sol alumbra mis pesares. Si algún día consigo arrancarme de ellos, entonces venga lo que viniere; si en el mundo venidero también se ama o se odia y si igualmente hay en esas esferas un arriba y un abajo, no quiero saber de ello nada más.

Paradójicamente, la libertad moderna, la libertad mal entendida, desviada, positivista… se convierte en libertinaje o precisamente en lo contrario a lo que procura: la esclavitud, y no la servidumbre metafórica de aquel que sirve desinteresadamente a otros, sino la esclavitud degradante de la condición humana. El filósofo Leonardo Polo (1926-2013), la identifica con un frívolo engaño de libertad. Veamos en el texto de Goethe, la referencia a la esclavitud que significan los tratos con el demonio:

Mefistófeles
–No soy ninguno de los grandes, pero, a pesar de ello, si quieres junto conmigo emprender la marcha a través de la vida, me ofrezco gustoso a ser tuyo ahora mismo. Tu compañero soy, y si estás satisfecho de mí, soy tu servidor, tu esclavo…
Oblígome a servirte aquí, a la menor indicación tuya, sin darme paz ni reposo; cuando nos encontramos otra vez más allá… tú has de hacer otro tanto conmigo.

Al final, el Fausto de Goethe, recordándonos la sentencia atribuida a san Agustín: “dilige, et quod vis fac” o ama y haz lo que quieras, se salva por sus afanes y el amor de Margarita:

Unos ángeles
Hase librado del Malo el noble miembro del mundo de los Espíritus. Aquel que se afana siempre aspirando a un ideal, podemos nosotros salvarle; y si además, desde las alturas, por él se ha interesado el amor, el coro bienaventurado le acoge con una cordial bienvenida (segunda parte, acto V).

Aquí el “afanarse”, puede entenderse como hacer –esencial en el hombre– pero libremente, en el sentido aristotélico, es decir: hacer lo que corresponde, lo que es justo: “honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere” o vivir honestamente, no perjudicar a nadie y dar a cada uno lo suyo, como diría Ulpiano (D. 1, 1, 10, 1). Quizás de allí que el diablo se empeñe en inmiscuirse en cuestiones del Derecho… busque abogados.
Existe la creencia de que podemos apreciar a simple vista entre el hombre libre y el que no lo es. Que existe una mácula en aquellos que han pactado con Mefistófeles, bien sea por los males que padecen –en la Antigüedad la lepra era un signo o mal sagrado– o bien por estar rodeados de un círculo silencioso –o escandaloso– de rechazo. Si todavía es difícil distinguir entre el bueno y el malo, nos queda: por sus obras los reconoceréis (Mateo 7, 15). La oprobiosa esclavitud resulta difícil de ocultar, al igual que la verdadera libertad.
Venezuela es un país cuyos habitantes se enorgullecen de su espíritu indómito: difícilmente la lisonja o el obsequio son capaces de prostituirnos –recuerdo a un Fermín Toro–. A lo largo del tiempo hemos sufrido tiranías y cada vez hemos podido sacudirnos el yugo. La experiencia permite que reconozcamos fácilmente la condición servil y los diálogos o acuerdos engañosos. A despecho de Satanás y sus secuaces, sus tentaciones últimamente resultan inocuas:

…vade retro Satana,
numquam suade mihi,
vana sunt mala quae libas,

ipse venena bibas.

viernes, 21 de julio de 2017

¡Ni Dios me quita la victoria!


Arturo Castillo Máchez*

“¡NI DIOS ME QUITA LA VICTORIA!”

Extracto de AA.VV., Nuestra Señora de Belén, devoción del Libertador Simón Bolívar. San Mateo, 1709-2009. Edición al cuidado de Natalia Boza Scotto y Emilio Spósito Contreras. Sociedad Bolivariana de Venezuela - Fundación Hermano Nectario María para la Investigación Histórica-Geográfica de Venezuela. Caracas 2010, 159 pp. ISBN 978-980-12-4713-5.

Lo normal en la interacción de las personas creyentes en Dios, es que se agradezca al Señor por los beneficios o deseos concedidos. De no ser así, el creyente se muestra resignado con lo sucedido, prefiriéndolo a otras situaciones que pudieron haber resultado males mayores. Igualmente, entre los mismos creyentes, los deseos casi siempre van matizados por una coletilla que en la vida nos coloca en las manos del Señor: “Si Dios quiere”.
Asimismo es muy común, desde que los españoles tocaron esta tierra de gracia, una expresión para manifestar agradecimiento a otra persona por el bien hecho desinteresadamente: “Dios se lo pague”.
Todas estas manifestaciones, tanto ayer como hoy, son propias de los creyentes cristianos, católicos romanos o evangélicos, porque en ellas va implícita, de una forma u otra, una exaltación de la fe, un acercamiento al Señor Todopoderoso, de manera de reafirmar la autoestima.
Siendo así, no nos explicamos qué pudo sucederle a aquel oficial español que dejó a un lado toda creencia cristiana y profirió la frase pagana que sirve de título al presente trabajo.
El coronel José María Barreiro, comandante de una de las divisiones realistas que formaban el ejército español, y que bajo el mando del mariscal de campo Pablo Morillo actuaba en la Nueva Granada y Venezuela en el año 1819, fue el autor de tan controvertida expresión.
Quizás creyó que para ese momento Dios no le era necesario y que por el contrario, él solo podía reservarse el papel protagónico de conducir el ejército realista al éxito definitivo de la batalla. Sin embargo, más que no necesitar de Dios, Barreiro lo confrontó, lo afrentó y, tal como sucedieron los acontecimientos, “El que todo lo perdona”, al final lo derrotó.
La División de Barreiro se enfrentó al Ejército Libertador, que a las órdenes de Simón Bolívar se presentó en Pantano de Vargas, después de haber cruzado Los Andes en julio de 1819.
El ejército de Barreiro estaba descansado y organizado en las alturas de Vargas, mientras que el ejército de Bolívar estaba en peores condiciones, no sólo por la extenuante travesía desde el Páramo de Pisba, sino porque ese mismo día, el 25 de julio, había tenido que cruzar el caudaloso río Chicamocha a partir de las primeras horas de la madrugada. A las 10 de la mañana, cuando se iniciaron los fuegos por ambos ejércitos, aún faltaban tropas para cruzarlo en las improvisadas balsas de los hermanos Villates.
El ejército realista ocupaba ventajosa posición al iniciarse el combate. Por ello, Barreiro lanzó un ataque por el flanco izquierdo republicano, con intención de envolverlos por la retaguardia, aprovechando el pantano que no permitía mayores ventajas a los independentistas. Éstos trataron de subir la ladera, pero Barreiro los repelió con el Primer Batallón del Rey. Intentó de nuevo Bolívar, atacando esta vez por el centro con el Rifles y Barcelona; pero tampoco pudo con la férrea defensa del realista. Ordenó Bolívar al coronel Rook, que con la Legión Británica desalojara al enemigo de las alturas, pero tuvo el aguerrido irlandés que dar marcha atrás, con un sinnúmero de tropas dejadas en el campo de batalla.
Es en este momento cuando el Libertador vio perdida la batalla, y con ella, el enorme esfuerzo de la Campaña de Boyacá; mientras el coronel español creyó que la victoria era suya y, tras vivas al Rey, exclamó la frase que sellaría el triunfo en Pantano de Vargas: “¡Ni Dios me quita la victoria!”… Lamentablemente para el bizarro español, Dios le quitó la victoria.
Estaba a punto Bolívar de dar marcha atrás para enfrentarse a las caudalosas aguas del Chicamocha, o perecer ante las afiladas bayonetas de las tropas realistas, cuando observó al intrépido coronel Juan José Rondón, quien junto a sus catorce lanceros, aún no había entrado en combate, y acercandose, le gritó: “–Coronel, ¡salve usted la Patria!” y el valiente guariqueño, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre el enemigo en una estrepitosa carga que los desconcertó. El enemigo retrocedió, y los catorce lanceros de Rondón continuaron arrollándolos, lo cual, aunado al apoyo de la caballería de Mujica, permitió ganar las alturas.
La infantería patriota se reorganizó y aprovechó ese momento de inspiración para avanzar y también ganar las alturas. Fue entonces el enemigo quien retrocedió y, aprovechando las sombras de la noche, huyó.
La batalla terminó con gran mortandad de soldados para ambos bandos y, a pesar de no ser una clara victoria para las armas republicanas, éstas ganaron una ventajosa posición, que a partir de ese momento, les permitió pasar de perseguidos a perseguidores de los realistas.
Barreiro fue engañado en la marcha hacia Tunja y capturado por Bolívar en la Batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819). Finalmente, sería ejecutado junto con treinta y ocho de sus oficiales por Santander –a pesar del querer contrario del Libertador, quien había partido rumbo a Angostura–, en la Plaza Mayor de Bogotá.
Antes quizás, tuvo tiempo de arrepentirse de su temeraria expresión: “¡Ni Dios me quita la victoria!”.

* Nacido en Churuguara, estado Falcón, fue Oficial retirado del Ejército de la República Bolivariana de Venezuela, con el grado de coronel. En su actividad profesional desempeñó funciones de comando, desde Comandante de Unidad Básica hasta Comandante de Unidad Superior. Fue Jefe del Estado Mayor de la Brigada de Cazadores.
Como civil, fue Coordinador de la Cátedra Bolivariana de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (UNEFA) y Presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela 2006-2010, reelecto para el período 2010-2014.
El coronel Castillo Máchez fue autor de diversas obras, entre las cuales destacan: Más allá del deber. Modelo venezolano que derrotó la subversión marxista-comunista en la década de los años sesenta; Tupí, un pueblo falconiano y J. J. Rondón. Historia de un Batallón, todas ellas premiadas en su oportunidad, con el Premio Especial del Ministerio de la Defensa.

El coronel Castillo Máchez falleció en Caracas en 2011.

jueves, 13 de julio de 2017

Aniversario de la Revolución Francesa


Graco Babeuf
(1760-1797)

¿TIENE EL PUEBLO
DERECHO A LA INSURRECCIÓN?
(El Tribuno del Pueblo, número 31. Fragmento).


¿El pueblo puede hacer esta insurrección?
¿Quién se lo impedirá? ¿Creéis que porque habéis usurpado todo; porque habéis poblado todo con vuestros viles agentes; porque habéis puesto a la cabeza de todos los engranajes civiles y militares a la escoria de la Nación... la muralla de vuestra tiranía es impenetrable?


¿El pueblo debe insurreccionarse?
No ofrece duda, si no quiere perder definitivamente la libertad, y si es indiscutible que sus derechos son violados. La solución está dada por el artículo mismo de la tabla de la ley, que dice que en ese caso es el más indispensable de los deberes.

Habéis puesto a la cabeza de todos los engranajes civiles y militares a la escoria de la Nación…
¿El pueblo puede hacer esta insurrección?
¿Quién se lo impedirá? ¿Creéis que porque habéis usurpado todo; porque habéis poblado todo con vuestros viles agentes; porque habéis puesto a la cabeza de todos los engranajes civiles y militares a la escoria de la Nación... porque habéis desorganizado todos los útiles precisos para desarrollar, en su tiempo, en el momento oportuno y necesario, la resistencia a vuestra infame opresión... y porque gracias a esta violación impune habéis podido adquirir cierta ventaja sobre la fuerza del pueblo y contra él... creéis que la muralla de vuestra tiranía es impenetrable? ¡Sería la primera vez que la energía y el valor de la más potente de las Naciones fallara, encontrara obstáculos invencibles!... ¡No, un pueblo ante el que todos los tronos se inclinan, no está hecho para recibir el yugo de un puñado de viles tiranos, sin medios, sin ideas, sin otro mérito que la presunción y la vanidad!... Vosotros mismos no habéis podido ocultároslo, en último extremo:
El pueblo francés ha jurado ser libre, ha declarado una guerra a muerte a toda clase de tiranía; su poderosa voluntad ha hecho desaparecer a los pérfidos y los insensatos que intentaban oponerse a ella... Su justicia alcanzará, en cualquier lugar en donde estén, a todos los hombres investidos de grandes poderes, depositarios de una gran confianza y que hayan abusado de ella (Discurso del Presidente de la Convención, el día del aniversario de Capeto).
Sabemos bien con qué sentido el marqués de Rovere, el digno esposo de la condesa de Agoult, uno de los distinguidos entre los ilustres de la facción patricia; sabemos, decía, con qué intenciones este co-instigador termidoriano ha hablado este lenguaje puramente democrático. En su boca es una profanación. Es el abuso de la palabra del pueblo, el abuso de las expresiones más sagradas del evangelio republicano; son las flores lanzadas en el abismo al fondo del cual se quiere precipitar al pueblo sin que se dé cuenta. Pero éste está lejos de ser tan inocente como vosotros quisiérais. El realizará la predicción que vosotros proferís sin creer en ella; no se dejará engañar, no os tomará como árbitros ni como co-ordenadores de esta guerra a muerte que con razón habéis dicho que ha jurado contra toda clase de tiranía; no tomará como tiranos a aquellos que vosotros le designéis; sabrá reconocer a los verdaderos tiranos, y como muy bien decís, su justicia alcanzará a todos los hombres investidos de grandes poderes, depositarios de una gran confianza, y que hayan abusado de ella.


¿Cómo puede el pueblo hacer esta insurrección?
Pacíficamente. Incluso más que en el 31 de mayo; y he aquí, quizá, que asombramos un poco a ciertas gentes que no esperaban esta conclusión; ya que la palabra insurrección no suena, a los oídos de mucha gente, más que como torrentes de sangre y montañas de cadáveres…


El pueblo, para resistir a la opresión de hoy, no dispone de menos medios que en el año 89, cuando asestó la primera sacudida a la tiranía monárquica. Entonces, como ahora, todos los puestos administrativos, todos los empleos militares estaban ocupados por criaturas escogidas por el poder: el pueblo no tenía ningún lugar central de reunión, ningún jefe reconocido, ningún tipo de organización que hubiera parecido capaz de romper sus cadenas. A cada movimiento, a cada paso, al menor signo de esfuerzo, parecía que iba a ser paralizado y reducido infaliblemente a la impotencia. Sin embargo, salvó todos los obstáculos y mostró a todos los imbéciles partidarios del despotismo que la apariencia colosal de éste no es nada tantas veces cuando una Nación entera decide desplegar su fuerza que es la única majestuosa.
Hoy, el pueblo tiene mucho más que entonces el sentimiento de esta fuerza por haberse servido de ella repetidas veces. Hoy la violación de los derechos del hombre, de su dignidad, está llevada a un grado mucho más elevado que en aquel tiempo; la desesperación empujará a hacer más que entonces, ya que nadie puede refutar que el estado de horrible miseria de la clase obrera, es decir de la masa del pueblo, se halla hoy treinta y dos quilates por encima del alcanzado después de catorce siglos de esclavitud. Hoy el pueblo, yo le garantizo, encontrará en el seno de la Convención un haz de apoyo cuyo tronco se ensancha cada día.
Hoy, este crecimiento debe necesariamente extenderse hasta la constitución de una gran mayoría, no fuera más que por razón del interés de conservación individual que sentirá todo mandatario al ver que el día del pueblo no puede ya estar lejos; razón que, consecuentemente, determinará a aquellos que todavía no se han pronunciado, a aquellos que todavía no se han distinguido por el patriciado, a exhibir ante el coloso plebeyo obras meritorias y de redención para este gran día, con el fin de poder ser distinguidos de los que componen el senado de Coblenza, que, y creemos haber tenido razón en decirlo, ocupan quizá la mayoría de los escaños en el palacio de las Tullerías. Hoy, en fin, la autocracia senatorial encontrará, mucho más todavía que el rey Luis en el 89, traidores entre quienes cree son sus fieles súbditos: hay todavía (y conocemos algunos) más de un patriota en esa multitud de elegidos de los comités de gobierno; hombres que, como hemos anotado, merecen la muerte según los rigurosos términos de la declaración de los derechos, por haber concurrido a la usurpación de la soberanía del pueblo, no reconociendo el más esencial atributo de esta soberanía que es el derecho de elección; estos hombres, en su mayor parte, sin embargo, no han cometido este crimen capital con intenciones anti-cívicas: la mayoría de ellos no tuvieron suficientes conocimientos para sentir que violaban un principio tan grande. No han quedado a pesar de ello menos fieles al pueblo, serán a sus ojos dignos de ser agraciados y aquellos otros que no habrán pecado sin conocimiento de causa, querrán parecerlo para obtener también su perdón; y todos se apresurarán a expiar sus errores, reales o pretendidos, ayudando al pueblo a reconquistar su soberanía y sus derechos usurpados.


El anhelo general debe ser la ley.
Entonces pues, será incontestablemente legal de hacer de un anhelo así expresado, la ley.


Pacíficamente…
¿Cómo puede el pueblo hacer esta insurrección?
Pacíficamente. Incluso más que en el 31 de mayo; y he aquí, quizá, que asombramos un poco a ciertas gentes que no esperaban esta conclusión; ya que la palabra insurrección no suena, a los oídos de mucha gente, más que como torrentes de sangre y montañas de cadáveres. Hay la experiencia que la insurrección puede reposar sobre otras bases. Yo propondré un plan bien simple. Antaño las academias daban premios en oro a quienes resolvían mejor, problemas de bien poca importancia. Yo prometo un premio, de bien merecer de la Patria, a quien haga el mejor proyecto de llamamiento del pueblo Francés a sus delegados, para exponerles, dentro de un cuadro vivo y veraz, el estado doloroso de la Nación, el que debe alcanzar, lo que debe esperar, lo que se ha hecho para procurárselo, lo que ha detenido y detiene el éxito; y lo que conviene hacer, lo que el pueblo piensa que debe hacerse para que pueda llegar al término de los derechos de todos los hombres y de la felicidad común por lo cual hizo la revolución.
Este hecho declaratorio, en el sentido que conviene a toda la masa, porque debe contener todo lo que la masa desea y lleva en el alma, yo voto para que sea notificado a la asamblea de los mandatarios; primero por una porción cualquiera del pueblo; luego por varias de estas porciones progresivamente reunidas, hasta que los delegados de la Nación hayan podido comprender que el deseo que lleva, es el deseo general.

Plebiscito…
El anhelo general debe ser la ley.
Entonces pues, será incontestablemente legal de hacer de un anhelo así expresado, la ley.
Y no conozco otra manera de obtener la iniciativa del anhelo general.
Si nadie lo conoce más profundamente, mi plan de insurrección es legítimo.

He abordado esta gran cuestión con mucha franqueza. ¡Desearía que los que atacan tan ardientemente a la contrarrevolución, hicieran lo mismo!

jueves, 6 de julio de 2017

Pecado político


Emilio Spósito Contreras

SOBRE LA LICANTROPÍA
O EL PECADO POLÍTICO DE LICAÓN,
TIRANO-LOBO DE ARCADIA

A diferencia de la célebre nodriza de Rómulo y Remo, que reconoció la progenie y reprimió su naturaleza de loba para criar a los gemelos humanos, hay hombres que abandonan sus buenos instintos para entregarse a las pasiones y convertirse en lobos. La diferencia entre el primer ejemplo y el segundo, es la misma que existe entre la virtud y el vicio, entre el animal que desarrolla su conciencia y el que desciende hasta rondar el borde del abismo.
La trágica caída moral de los hombres, la locura de la violencia representada por el feroz lobo, ha sido causa de profundo temor de la grey que les ha padecido, sobre todo como gobernantes, o mejor dicho: tiranos. Cuenta al respecto el genial poeta latino, Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-18 d.C), en su exquisita obra Metamorfosis [1], que teniendo como auditorio a la asamblea de los dioses, el gran Júpiter, indignado por la maldad de los hombres, sentenció firme:

–Había llegado a mis oídos la infamia del tiempo y, deseando que resultara falsa, desciendo del excelso Olimpo y, dios bajo figura humana, recorro la tierra. Largo sería enumerar cuánta maldad encontré por todas partes; la mala reputación era inferior a la verdad. Había atravesado el monte Ménalo, horrendo por las guaridas de fieras, y, con Cilene, las frescas sombras de los pinos del monte Liceo; entonces entro en la mansión inhospitalaria del tirano de Arcadia, cuando el crepúsculo vespertino traía la noche. Yo di señales de que había llegado un dios, y el pueblo empezó a dirigirme sus ruegos. Primero Licaón se burla de sus piadosos votos; luego dice: «Voy a experimentar con una prueba clara si éste es un dios o un mortal. Y no habrá que dudar de la verdad». Durante la noche, rendido yo por el sueño, me prepara una muerte inesperada; escoge esta prueba para conocer la verdad. Ni con esto se contentó; con la espada corta la yugular de uno de los rehenes que le habían sido entregados por los molosos y ablanda parte de sus miembros palpitantes en agua hirviendo, asando la otra parte al fuego. Y en el momento en que lo puso sobre la mesa, yo, con el vengador rayo, derribé la casa sobre su dueño, dignos penates. Aterrorizado se escapó y, al alcanzar la llanura silenciosa, se puso a aullar y en vano intentó hablar; su boca concentraba la rabia que lleva dentro de sí mismo y emplea su desordenada pasión de matanza con el ganado y aún se goza en esa sangre. Sus vestidos se transformaron en pelos, sus brazos en patas, pues se convierte en lobo, aunque conserva rasgos de su antigua forma. Tiene el mismo color blanco de su pelo, el rostro con su misma fiereza, brillan los mismos ojos, es la misma imagen de la ferocidad. Solamente cayó una casa; pero no fue solamente una casa digna de perecer; sobre toda la extensión de la tierra reina la salvaje Discordia. Creed que se habían confabulado para el crimen. Sufran rápidamente todos el castigo que ha merecido… (Metamorfosis I, VI).

Comienza el poeta denunciando las épocas en las cuales el mal reina libremente entre los hombres. El sufrimiento es casi natural, pero debe admitirse que hay momentos en los cuales las desgracias se juntan inexplicablemente. A veces los reveses son fortuitos y a veces culposos, en ambos casos se llevan con resignación. Pero en algunas ocasiones, las penas son injustas y los hombres suelen clamar a los cielos por un remedio.
Júpiter, de incógnito, quiso ser testigo de la situación terrestre y padecer el miedo de las fieras y el frío de la brisa, al igual que todos. Pero su naturaleza divina no deja de revelarse a las criaturas. Cabría preguntarse si el poeta, de alguna manera, también se refiere a lo divino que hay en cada uno de nosotros. La gente del pueblo, reconoció de inmediato el halo de dios en el otro –y en ellos mismos, aunándose–, pero el envidioso no pudo verse reflejado, o peor, no vio a dios en él [2].
Licaón, tirano de Arcadia, teniendo a Júpiter de huésped en su casa, en vez de reconocerle y adorarle, o al menos honrarle con su hospitalidad, buscó matarle dándole de comer carne humana. El crimen es especialmente abominable porque implica un doble sacrilegio: por una parte, impurificar al dios con alimentos repugnantes, y por la otra, asesinar a rehenes, garantías de un juramento entre Arcadia y Molosia. La reacción del dios al verse servido con tales viandas fue literalmente fulminante.
Licaón, alimaña de su pueblo, intentó poner a prueba a Júpiter mismo, como el demonio quiso tentar a Jesucristo en el desierto (Mateo 4, 1-11; Marco 1, 12-13 y Lucas 4, 1-13), como si se tratara de sólo un débil hombre y no de Dios mismo, perfecto en la gracia y en la sabiduría de la verdad [3]. Es precisamente ésta la lamentable situación del diablo, sus esbirros y secuaces: no ver, comprender –comprehensio– a Dios [4].
El rayo cayendo y destruyendo la casa, la torre, el país… nos recuerda la imagen del Tarot. En este caso, para el creyente es evidente el origen divino del castigo del gobernante: una enfermedad incurable y calamitosa muerte, por ejemplo; pero para el impío, que el cielo se abra y descargue su fuerza contra él, en vez de contrición, se vuelve una embarazosa excusa para revelarse contra una voluntad superior a la suya y blasfemar, es decir, contrario al santo Job, hundirse en los propios lodos del infierno.
Licaón, despreciado por los arcadios, en la silenciosa llanura que es su conciencia, aúlla de la rabia y no habla o razona, perdió su condición humana y nada lo diferencia del resto de las fieras. La pérdida de la conciencia hace de Licaón un débil mental, incapaz de entender o querer; de hecho, durante mucho tiempo “licantropía”, fue el nombre dado a ciertos estados neurológicos y psicopáticos que se afirmaban con la soledad o el distanciamiento social.
El alejamiento de los otros, de la vida social, civilizada, es representada por el poeta con dos claras imágenes: por una parte, el gusto del carnívoro por la matanza y la sangre; y por la otra, la pérdida de las vestiduras, la desnudez (oprobio, vergüenza) o el uso de una piel blanca (color de luto para los romanos). Tal interpretación, sin duda podría alinearse con vegetarianos y animalistas, pero es justo decir que se refiere más bien al “traje nuevo del emperador” o al uso de toga por el magistrado espurio.
También debe aclararse que la metamorfosis en lobo solitario fue interna, pues “conservaba los rasgos de su antigua forma”. Ello hace difícil a nuestros semejantes distinguir a los hombres-lobo, a los tiranos… y cuidarse de ellos como de las plagas. Al principio suelen presentarse como mansas ovejas para luego terminar devorando hasta las niñas de los cuentos. Quien no pueda identificar al hombre-lobo en su fase sanguinaria, lamentablemente es porque está infectado del mismo mal.
Este es precisamente uno de los mayores peligros de la licantropía: el contagio; o más bien, la propensión del medio a que ocurra más de un caso. En el relato de Ovidio la casa de Licaón cae para él y para Arcadia (la manada), porque “sobre toda la extensión de la tierra reina la salvaje Discordia”. Nuevamente, la referencia a un mal social o político: la discordia, literalmente “corazones que no laten juntos”, y que nos lleva al enfrentamiento, la disgregación y, finalmente, la muerte o extinción.
Venezuela suma a diario la muerte de inocentes ante la mirada brillante de los responsables de evitarlas. Condenar el mal no es evitar, y en algunos casos equivale a perpetrarlo. Asistimos a la matanza provocada por lobos incapaces de reconocerse en el otro. Tendríamos que hacer esfuerzos por analizar la sociedad que tenemos y qué debemos hacer para forjarnos un futuro mejor. Ojala que por la intersección de san Francisco, repitiéramos el milagro del lobo de Gubbio. Pero esa, es otra historia…

Notas

[1] Utilizamos la traducción de Vicente López Soto. Editorial Juventud. Colección Libros de Bolsillo Z, número 270. Barcelona 1991.

[2] Cfr. ZAMBRANO, María, El hombre y lo divino. Fondo de Cultura Económica. 2ª edición, 3ª reimpresión. Breviario 103. México 2001, pp. 277-295.

[3] Cfr. AQUINO, Tomás de (Santo), Compendio de teología (1, 213). Traducción de José Ignacio Saranyana y Jaime Restrepo Escobar. Rialp. Madrid 1980.


[3] Ibidem 1, 327.