Emilio Spósito
Contreras
PACTANDO CON EL DIABLO
A propósito del acuerdo
entre el doctor Fausto y Mefistófeles
Perrumpis infernum
chaos:
Vinctis catenas
detrahis;
Victor triumpho
nobili
Ad dexteram Patris
sedes…
El escritor
alemán Juan W. Goethe (1749-1832), honesto súbdito del duque Carlos Augusto de
Sajonia-Weimar-Eisenach, fue hostil a la Revolución Francesa y sus personajes;
sin embargo, como gran artista, fue un hombre libre, ávido –como su personaje
Fausto– de un saber infinito. En el ancien regime, a pesar del
absolutismo, se desarrollaron espíritus que remontaron a la Humanidad hasta
insospechados niveles de refinamiento. Como ejemplo, junto a Goethe, piénsese
sólo en dos de sus coterráneos: Hegel y Beethoven.
Será en el
siglo XX que el mundo experimente como último invento del demonio –en sentido
figurado–, regímenes totalitarios que pretendan esclavizar hasta la mente del
hombre. Uno de los más lúcidos acusadores de tales aspiraciones, fue sin duda
el izquierdista Eric Blair –conocido como Jorge Orwell– (1903-1950), quien en
sus novelas y cuentos denuncia tanto el nazismo de Hitler como el comunismo de
Stalin. 1984 y Rebelión en la granja, son dos de sus obras más
difundidas.
Volviendo a
Goethe, vale destacar que en su obra Fausto (en la traducción de José
Roviralta Borrell), basada en el personaje histórico Juan Jorge Fausto
(1480-1540), alquimista y nigromante de Baden-Wurtemberg, la trama gira en
torno al pacto celebrado entre el protagonista y el diablo Mefistófeles, por el
cual entregaba su alma a cambio de sabiduría y placeres mundanos. Ello, supone
en Fausto el libre albedrío y, al mismo tiempo, su reconocimiento por el diablo
que abunda en formalidades para garantizar la validez del satánico contrato:
Mefistófeles
Una cosa más… Por razones de vida o de muerte, te lo pido un par de
líneas… Una pequeña hoja cualquiera es buena para el caso. Firmarás con una
gotita de tu sangre.
Fausto
Si eso te satisface plenamente, pase como chanza (GOETHE, J. W., Fausto, primera parte).
La libertad
del hombre y su desviación por las tentaciones del demonio es el tema del
primer encuentro –o desencuentro– entre ellos en el Paraíso: Dios hizo al
hombre a su imagen y semejanza (hacedor) y le prohibió a su criatura comer del
árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2, 17). El hombre
desconfió de la obra de Dios y abusando de su libertad cometió el primer
pecado, causa y fundamento de todos los demás: el egoísmo (cfr. Catecismo
de la Iglesia Católica, 396 y ss). María Zambrano (1904-1991), prefería
hablar de la envidia.
El desprecio
de Fausto (el hombre), por Dios, su creación (la naturaleza), la encontramos en
la justificación que hace al entregar su alma a Belcebú en el más allá:
Fausto
–Poco puede inquietarme el más allá. Convierte primero en ruinas
este mundo, y venga después el otro en buena hora. De esta tierra dimanan mis
goces, y este sol alumbra mis pesares. Si algún día consigo arrancarme de
ellos, entonces venga lo que viniere; si en el mundo venidero también se ama o
se odia y si igualmente hay en esas esferas un arriba y un abajo, no quiero
saber de ello nada más.
Paradójicamente,
la libertad moderna, la libertad mal entendida, desviada, positivista… se
convierte en libertinaje o precisamente en lo contrario a lo que procura: la
esclavitud, y no la servidumbre metafórica de aquel que sirve
desinteresadamente a otros, sino la esclavitud degradante de la condición humana.
El filósofo Leonardo Polo (1926-2013), la identifica con un frívolo engaño de
libertad. Veamos en el texto de Goethe, la referencia a la esclavitud que
significan los tratos con el demonio:
Mefistófeles
–No soy ninguno de los grandes, pero, a pesar de ello, si quieres
junto conmigo emprender la marcha a través de la vida, me ofrezco gustoso a ser
tuyo ahora mismo. Tu compañero soy, y si estás satisfecho de mí, soy tu
servidor, tu esclavo…
Oblígome a servirte aquí, a la menor indicación tuya, sin darme paz
ni reposo; cuando nos encontramos otra vez más allá… tú has de hacer otro tanto
conmigo.
Al final, el
Fausto de Goethe, recordándonos la sentencia atribuida a san Agustín: “dilige,
et quod vis fac” o ama y haz lo que quieras, se salva por sus afanes y el
amor de Margarita:
Unos ángeles
Hase librado del Malo el noble miembro del mundo de los Espíritus.
Aquel que se afana siempre aspirando a un ideal, podemos nosotros salvarle; y
si además, desde las alturas, por él se ha interesado el amor, el coro bienaventurado
le acoge con una cordial bienvenida (segunda parte, acto V).
Aquí el
“afanarse”, puede entenderse como hacer –esencial en el hombre– pero
libremente, en el sentido aristotélico, es decir: hacer lo que corresponde, lo
que es justo: “honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere” o
vivir honestamente, no perjudicar a nadie y dar a cada uno lo suyo, como diría
Ulpiano (D. 1, 1, 10, 1). Quizás de allí que el diablo se empeñe en inmiscuirse
en cuestiones del Derecho… busque abogados.
Existe la
creencia de que podemos apreciar a simple vista entre el hombre libre y el que
no lo es. Que existe una mácula en aquellos que han pactado con Mefistófeles,
bien sea por los males que padecen –en la Antigüedad la lepra era un signo o
mal sagrado– o bien por estar rodeados de un círculo silencioso –o escandaloso–
de rechazo. Si todavía es difícil distinguir entre el bueno y el malo, nos
queda: por sus obras los reconoceréis (Mateo 7, 15). La oprobiosa esclavitud
resulta difícil de ocultar, al igual que la verdadera libertad.
Venezuela es
un país cuyos habitantes se enorgullecen de su espíritu indómito: difícilmente
la lisonja o el obsequio son capaces de prostituirnos –recuerdo a un Fermín
Toro–. A lo largo del tiempo hemos sufrido tiranías y cada vez hemos podido
sacudirnos el yugo. La experiencia permite que reconozcamos fácilmente la condición
servil y los diálogos o acuerdos engañosos. A despecho de Satanás y sus
secuaces, sus tentaciones últimamente resultan inocuas:
…vade retro Satana,
numquam suade mihi,
vana sunt mala quae libas,
ipse venena bibas.
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