domingo, 12 de julio de 2020

Santa Sofía: Basílica cristiana



Procopio de Cesarea (circa 500-560)

Extracto de
LOS EDIFICIOS
Libro I, I.

Traducción del griego de Miguel Periago Lorente.

El común de los hombres, y el vulgo en general, se levantó en Bizancio contra el emperador Justiniano y llevó a cabo la revuelta llamada de Nica, que ha sido descrita por mí con toda exactitud y claridad en mi Historia de las guerras. Pero poniendo de manifiesto que habían levantado sus armas como unos malditos no sólo contra el emperador, sino nada menos que contra Dios, se atrevieron a incendiar la iglesia de los cristianos (las gentes de Bizancio llaman al templo Sofía, denominación que han ideado de un modo muy apropiado para Dios), y la Divinidad les permite llevar a cabo su impiedad, previendo a qué grado de belleza iba a ser transformado este templo. Pues bien, la iglesia quedó entonces, en su totalidad, reducida a carbón; pero el emperador Justiniano, no mucho después, la ha diseñado de tal forma, que, si algún cristiano hubiera preguntado con anterioridad [al incendio] si la iglesia sucumbía con su beneplácito y surgía una como la presente, mostrando la configuración de la actual edificación, me parece, muy sintéticamente, que habría rezado por contemplar la iglesia en el estado en que quedó, para que el edificio se hubiera transformado en la presente estructura. Pues bien, el emperador sin pararse a pensar en todos los gastos, se aplicó con denuedo a su construcción y congregó a toda clase de artesanos de cualquier parte de la tierra. Antemio de Tralles, persona muy estimada en la llamada técnica de la construcción, no ya entre todos sus contemporáneos, sino incluso más que los que le precedieron, cooperó al entusiasmo del emperador dirigiendo las tareas a los artesanos y preparando de antemano los diseños de las futuras construcciones, y con él se hallaba también otro constructor, de nombre Isidoro, oriundo de Mileto, sensato y especialmente capacitado para ayudar al emperador Justiniano. Pero, por lo demás, también era ello una cuestión del honor de Dios respecto al emperador, por haber proporcionado los que le serían más útiles para las realizaciones futuras. Y probablemente cualquiera puede admirarse de la intención del propio emperador por el hecho de que realmente pudo seleccionar, de entre todo el mundo, a los más adecuados para lo más valioso de sus tareas.
Por consiguiente, la iglesia se ha convertido en un espectáculo lleno de belleza, sobrenatural para los que la contemplan e increíble del todo para los que la conocen de oídas. Porque se alza sobremanera hacia las celestes alturas, y como si estuviera fondeada entre las demás edificaciones, se balancea y se sitúa por encima del resto de la ciudad, embelleciéndola, porque es una parte de ella y, por otra parte, ufanándose de ello, porque perteneciendo a la ciudad y superándola surge de tal modo que, desde ella, se divisa la ciudad como si desde una atalaya se tratara. Su anchura y longitud se han ajustado tan cuidadosamente, que no se puede decir, por incurrir en una inconveniencia, que sea de un largo exagerado y exactamente igual de su ancho; y por su indescriptible belleza, se ennoblece. Por su mole y la armonía de sus proporciones, manifiesta su gracia porque, en modo alguno, contiene excesos ni carencias, ya que es más pretenciosa de lo que habitualmente es un edificio y bastante más digna de lo que corresponde a una edificación enorme, y de un modo extraordinario rebosa luz y resplandores solares. Se podría decir que su interior no está iluminado por la luz solar de fuera, sino que en ella es connatural la iluminación; tan grande es la abundancia de luz que se esparce por este templo. Y en cuanto a su fachada (sería la parte que da a levante, donde por supuesto se celebran los misterios en honor de Dios) se ha construido de la siguiente manera: una estructura de fábrica se levanta desde el suelo, pero no se ha trazado a cordel, sino que sobresale ligeramente por los flancos y se retranquea por el centro, adaptando una configuración semicircular que los expertos en la materia denominan semicilíndrica; y se eleva escarpadamente a lo alto. Y la parte más elevada de esta edificación se resuelve en una estructura cuatripartita esférica y sobre ella otra estructura en forma de medialuna la enlaza con las partes adyacentes de la edificación, admirable por su ornato, pero temible del todo por la frágil apariencia de su composición. Porque da la impresión, en cierto modo, de que no se eleva en el aire sobre una base firme, sino de que se alza peligrosamente para los que se encuentran abajo. Sin embargo, ocurre lo contrario, se sustenta en una sólida firmeza. En cada una de estas partes se encuentran columnas sobre la cimentación, pero no se hallan situadas en línea recta, sino hacia dentro, en una disposición semicircular, como si cedieran entre sí en un baile, y por encima de ellas pende la estructura en forma de media luna. Y en la parte opuesta a levante se ha trazado un muro que contiene los accesos, y a cada uno de los lados de aquél se alzan en semicírculo columnas y, por encima de ellas, una estructura similar a la que se ha descrito. Y en el centro del templo se levantan cuatro resaltes, de factura manual, que llaman contrafuertes, dos al norte y dos al sur, opuestos e iguales entre sí y, en medio de ellos, cada uno de estos dos contiene precisamente cuatro columnas. Los resaltes se componen, en su elaboración, de piedras de gran tamaño, que han sido seleccionadas expresamente y encajadas diestramente unas con otras por los canteros, y se elevan a una gran altura. Al verlos, se podría suponer que se trata de unos picachos puntiagudos. De éstos salen cuatro cúpulas en cuadrilátero, y sus extremos confluyen a dos entre sí y se apoyan en la cúspide de aquellos resaltes; el resto de la construcción se levanta y eleva hasta una altura infinita. Dos de las cúpulas se alzan al vacío del aire, en concreto, al sol naciente y al poniente; las dos restantes tienen por debajo cierta estructura y unas columnas un tanto pequeñas. Pero por encima de aquéllas, se levanta una estructura circular de forma cilíndrica. Por ello, siempre la luz del día esboza su sonrisa, lo primero. Pues, creo, se destaca por encima de toda la tierra, y la estructura se interrumpe a cortos intervalos, permitiendo adrede que los espacios abiertos, en la medida de lo posible, donde justamente se produce la perforación de la estructura, sean conductos de luz de un modo suficiente. Pero dado que la conexión de las cúpulas se ha efectuado en forma de tetrágono, la obra intermedia se ha resuelto en cuatro triángulos y cada sustentación de los triángulos, presionada por la sujeción de las cúpulas entre sí, forma en su parte baja un ángulo agudo, pero el resto ascendiendo y ensanchándose en su parte intermedia termina en una estructura circular que sustenta y forma los restantes ángulos en ese punto. Pero sobre esta estructura circular se eleva una enorme bóveda esférica que la hace especialmente bella. Sin embargo, no parece que se levante sobre una sólida estructura, sino que, suspendida del cielo, cubra el espacio con su áurea esfera. Todos estos elementos ajustados entre sí en medio del aire, en contra de lo que podía esperarse, flotando en mutua dependencia y enlazados exclusivamente por las partes que se encuentran más próximas, producen una única y muy estimable armonía de la obra, pero a los espectadores no les permiten recrearse en alguno de ellos por mucho tiempo en su contemplación, sino que cada elemento atrae al ojo y lo dirige con suma facilidad hacia sí. El cambio repentino de la visión se produce constantemente, porque el espectador en modo alguno puede seleccionar aquel elemento que podría admirar más que todos los demás. Mas sin embargo, a pesar de que intentan dirigir su atención por todas partes y fruncen el entrecejo ante todos los elementos arquitectónicos, no son capaces de comprender la técnica artesanal, sino que constantemente se alejan del sitio impresionados por su incapacidad para la contemplación. Pues bien, estos son los hechos en este tema.
Con variadas técnicas artesanales el emperador Justiniano y el maestro constructor Antemio, juntamente con Isidoro, lograron que el templo, así suspendido en el aire, ofreciera seguridad. Todas las demás obras suyas me es difícil saberlas, y expresarlas de palabra, imposible; tan sólo, en el momento presente, dejaré constancia de una sola con la que se podría testimoniar toda la importancia de la obra. En efecto, se trata de lo siguiente. Los resaltes que mencioné hace poco, no se han elaborado del mismo modo que las demás estructuras, sino de la siguiente manera: se ha proyectado en cuadrilátero la disposición de las piedras, duras por naturaleza pero han quedado lisas al trabajarlas y de corte angulado, bien porque fueran a ser elaboradas como salientes de los lados del resalte, ya porque, al ocupar el espacio intermedio, han que-dado resueltas en rectángulos. Mas no las ajustó la cal que llaman ásbesto, ni el asfalto que es el orgullo de Semíramis en Babilonia ni ningún otro producto de este tipo, sino plomo vertido en los intersticios que se extiende por todas partes en los espacios intermedios, se funde en el ensamblaje de las piedras y las une entre sí. Esto es, por consiguiente, lo que se ha llevado acabo al respecto. Pero vayamos a lo que queda del templo.
Toda la techumbre está cubierta de oro auténtico, con lo que une fama a la belleza; sin embargo, el brillo que se desprende de las piedras supera resplandeciente, en marcada oposición, al oro. Y a un lado y otro, hay dos pórticos de columnas, que no están separados por estructura alguna del templo, logrando una dimensión superior a su anchura y extendiéndose en distancia hasta el límite, pero en cuanto a altura se quedan muy por debajo. Y como techumbre tienen una bóveda y, en su decoración, oro. Uno de estos pórticos de columnas ha sido destinado a los fieles varones; el otro se reserva a las mujeres que practican la misma devoción. Comparativamente, no poseen nada que los diferencie, de algún modo, entre sí, pero también su propia igualdad redunda en belleza para el templo y su semejanza lo ornamenta. Y ¿quién podría erigirse en intérprete de las galerías de la parte destinada a las mujeres o describir los numerosos pórticos de columnas y las naves, enmarcadas también por columnas, con que el templo se encuentra rodeado? Se podría pensar que se había encontrado la flor en un prado florido. Porque se puede uno admirar, sin duda, del color púrpura de unos, del verdor de otros, de aquellos en los que el color rojo resalta y de aquellos otros cuyo color blanco resplandece, incluso también puede uno admirarse, sin embargo, de aquellos en los que predomina una abigarrada gama de colores contrapuestos, tal como si la naturaleza fuera un pintor. Pero cada vez que se vaya a orar al templo, inmediatamente se da uno cuenta de que no es una obra modelada por el poder y técnica humana, sino por el influjo divino. Y la mente se eleva hacia Dios y se ensalza, estimando que Aquél, en cierto modo, no se encuentra lejos, sino que siente predilección por los parajes que eligió. Y no le ocurre esto solamente al que ve el templo por primera vez, sino esa misma impresión le produce a cada uno en sucesivas ocasiones, como si allí se tratara de un espectáculo siempre renovado. Nadie se sació jamás de su contemplación; al contrario, las personas que acuden al templo disfrutan con lo que han visto y, al salir, se vanaglorian en las conversaciones que mantienen sobre él. Sin embargo, es imposible referir con un cálculo preciso la totalidad de joyas de este templo que ofrendó aquí el emperador Justiniano: vasos de oro y plata y labores de piedras preciosas. Pero yo me permito justificarlo a mis lectores con un solo hecho. En efecto, el lugar del templo, especialmente sagrado y accesible únicamente a los sacerdotes, que denominan altar, contiene cuarenta mil libras de plata.
Pues bien, los distintos elementos de la iglesia de Constantinopla, a la que han acordado, por costumbre, denominar Grande, resumiendo y pensando hablar sin entrar en detalles y referir con las mínimas palabras lo más relevante de los hechos, de este modo fueron construidos por el emperador Justiniano. Y no la edificó solamente con dinero, sino también con un esforzado propósito y con otros valores del alma, como al punto demostraré. De las bóvedas, que hace poco mencioné (los constructores las llaman loros) una sola que se encuentra al sol naciente, se había levantado ya por ambos lados, pero por el centro todavía no se había terminado del todo, sino que se esperaba aún. Y los contrafuertes sobre los que había surgido la estructura, no pudiendo soportar el volumen de lo que presionaba sobre ellos, iniciándose su rotura, de alguna manera, inopinadamente, parecía que no tardaría mucho en producirse su desmoronamiento. En consecuencia, Antemio e Isidoro se asustaron sobremanera por lo que estaba sucediendo y llevaron el asunto al emperador, llegando a perder la esperanza en sus conocimientos técnicos. Y el emperador al punto, movido por no sé qué (por Dios, supongo, porque él no es un técnico) les ordenó cerrar esa bóveda hasta su culminación. «Porque», dijo, «al apoyarse en sí misma, no necesitará ya de soportes por debajo». Y si el relato careciera de valor testimonial, bien sé que habría dado la impresión de ser un adulador y una persona carente de credibilidad, pero como están presentes muchos testigos de los hechos que se han llevado a cabo hasta el momento actual, no debemos vacilar en encaminarnos a la exposición del resto del relato. Pues bien, los artesanos hicieron lo que se les había ordenado y la bóveda entera se levantó sobre una base segura, sellando empíricamente la autenticidad de su idea. Por consiguiente, así quedó resuelta la ejecución de esta bóveda; en cuanto a las demás que están orientadas a mediodía y norte, sucedió que tuvo lugar lo siguiente. Los llamados loros se hallaban suspendidos, sosteniendo la estructura del templo, pero toda la parte baja se había resentido abrumada por su peso, y las columnas que allí había desprendían pequeñas capas de revoque, como si estuvieran siendo rascadas. Y al punto los constructores, descorazonados por lo que había sucedido, le comunicaron al emperador la problemática que se les presentaba. Y de nuevo el emperador adoptó al respecto las siguientes medidas técnicas. Las partes extremas (de aquéllos elementos que estaban arruinados) que contactaban con las bóvedas, ordenó inmediatamente que las retiraran, y que mucho después las volvieran a poner, una vez que especialmente la humedad de la estructura hubiera cesado en aquéllas. Actuaron de acuerdo con estas prescripciones, y en lo sucesivo el edificio se mantuvo seguro. Y el emperador se tiene, en cierto modo, por una especie de testimonio de la obra.