Graco Babeuf
(1760-1797)
¿TIENE EL PUEBLO
DERECHO A LA INSURRECCIÓN?
(El
Tribuno del Pueblo, número 31. Fragmento).
¿El pueblo puede hacer esta
insurrección?
¿Quién se lo impedirá? ¿Creéis que
porque habéis usurpado todo; porque habéis poblado todo con vuestros viles
agentes; porque habéis puesto a la cabeza de todos los engranajes civiles y
militares a la escoria de la Nación... la muralla de vuestra tiranía es
impenetrable?
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¿El pueblo
debe insurreccionarse?
No ofrece duda, si no quiere perder
definitivamente la libertad, y si es indiscutible que sus derechos son
violados. La solución está dada por el artículo mismo de la tabla de la ley,
que dice que en ese caso es el más
indispensable de los deberes.
Habéis puesto
a la cabeza de todos los engranajes civiles y militares a la escoria de la
Nación…
¿El pueblo puede hacer esta insurrección?
¿Quién se lo impedirá? ¿Creéis que porque
habéis usurpado todo; porque habéis poblado todo con vuestros viles agentes;
porque habéis puesto a la cabeza de todos los engranajes civiles y militares a
la escoria de la Nación... porque habéis desorganizado todos los útiles
precisos para desarrollar, en su tiempo, en el momento oportuno y necesario, la
resistencia a vuestra infame opresión... y porque gracias a esta violación
impune habéis podido adquirir cierta ventaja sobre la fuerza del pueblo y
contra él... creéis que la muralla de vuestra tiranía es impenetrable? ¡Sería
la primera vez que la energía y el valor de la más potente de las Naciones
fallara, encontrara obstáculos invencibles!... ¡No, un pueblo ante el que todos
los tronos se inclinan, no está hecho para recibir el yugo de un puñado de
viles tiranos, sin medios, sin ideas, sin otro mérito que la presunción y la
vanidad!... Vosotros mismos no habéis podido ocultároslo, en último extremo:
El pueblo francés ha jurado ser libre, ha
declarado una guerra a muerte a toda clase de tiranía; su poderosa voluntad ha
hecho desaparecer a los pérfidos y los insensatos que intentaban oponerse a
ella... Su justicia alcanzará, en cualquier lugar en donde estén, a todos los
hombres investidos de grandes poderes, depositarios de una gran confianza y que
hayan abusado de ella (Discurso del Presidente de la Convención, el día del
aniversario de Capeto).
Sabemos bien con qué sentido el marqués de
Rovere, el digno esposo de la condesa de Agoult, uno de los distinguidos entre
los ilustres de la facción patricia; sabemos, decía, con qué intenciones este
co-instigador termidoriano ha hablado este lenguaje puramente democrático. En
su boca es una profanación. Es el abuso de la palabra del pueblo, el abuso de
las expresiones más sagradas del evangelio republicano; son las flores lanzadas
en el abismo al fondo del cual se quiere precipitar al pueblo sin que se dé
cuenta. Pero éste está lejos de ser tan inocente como vosotros quisiérais. El
realizará la predicción que vosotros proferís sin creer en ella; no se dejará
engañar, no os tomará como árbitros ni como co-ordenadores de esta guerra a
muerte que con razón habéis dicho que ha jurado contra toda clase de tiranía;
no tomará como tiranos a aquellos que vosotros le designéis; sabrá reconocer a
los verdaderos tiranos, y como muy bien decís, su justicia alcanzará a todos
los hombres investidos de grandes poderes, depositarios de una gran confianza,
y que hayan abusado de ella.
¿Cómo puede el pueblo hacer esta insurrección?
Pacíficamente. Incluso más que en
el 31 de mayo; y he aquí, quizá, que asombramos un poco a ciertas gentes que
no esperaban esta conclusión; ya que la palabra insurrección no suena,
a los oídos de mucha gente, más que como torrentes de sangre y montañas de
cadáveres…
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El pueblo, para resistir a la opresión de
hoy, no dispone de menos medios que en el año 89, cuando asestó la primera
sacudida a la tiranía monárquica. Entonces, como ahora, todos los puestos
administrativos, todos los empleos militares estaban ocupados por criaturas
escogidas por el poder: el pueblo no tenía ningún lugar central de reunión,
ningún jefe reconocido, ningún tipo de organización que hubiera parecido capaz
de romper sus cadenas. A cada movimiento, a cada paso, al menor signo de
esfuerzo, parecía que iba a ser paralizado y reducido infaliblemente a la
impotencia. Sin embargo, salvó todos los obstáculos y mostró a todos los
imbéciles partidarios del despotismo que la apariencia colosal de éste no es
nada tantas veces cuando una Nación entera decide desplegar su fuerza que es la
única majestuosa.
Hoy, el pueblo tiene mucho más que entonces
el sentimiento de esta fuerza por haberse servido de ella repetidas veces. Hoy
la violación de los derechos del hombre, de su dignidad, está llevada a un
grado mucho más elevado que en aquel tiempo; la desesperación empujará a hacer
más que entonces, ya que nadie puede refutar que el estado de horrible miseria
de la clase obrera, es decir de la masa del pueblo, se halla hoy treinta y dos
quilates por encima del alcanzado después de catorce siglos de esclavitud. Hoy
el pueblo, yo le garantizo, encontrará en el seno de la Convención un haz de
apoyo cuyo tronco se ensancha cada día.
Hoy, este crecimiento debe necesariamente
extenderse hasta la constitución de una gran mayoría, no fuera más que por
razón del interés de conservación individual que sentirá todo mandatario al ver
que el día del pueblo no puede ya estar lejos; razón que, consecuentemente,
determinará a aquellos que todavía no se han pronunciado, a aquellos que
todavía no se han distinguido por el patriciado, a exhibir ante el coloso
plebeyo obras meritorias y de redención para este gran día, con el fin de poder
ser distinguidos de los que componen el senado de Coblenza, que, y creemos
haber tenido razón en decirlo, ocupan quizá la mayoría de los escaños en el
palacio de las Tullerías. Hoy, en fin, la autocracia senatorial encontrará,
mucho más todavía que el rey Luis en el 89, traidores entre quienes cree son
sus fieles súbditos: hay todavía (y conocemos algunos) más de un patriota en
esa multitud de elegidos de los comités de gobierno; hombres que, como hemos
anotado, merecen la muerte según los rigurosos términos de la declaración de los
derechos, por haber concurrido a la usurpación de la soberanía del pueblo, no
reconociendo el más esencial atributo de esta soberanía que es el derecho de
elección; estos hombres, en su mayor parte, sin embargo, no han cometido este
crimen capital con intenciones anti-cívicas: la mayoría de ellos no tuvieron
suficientes conocimientos para sentir que violaban un principio tan grande. No
han quedado a pesar de ello menos fieles al pueblo, serán a sus ojos dignos de
ser agraciados y aquellos otros que no habrán pecado sin conocimiento de causa,
querrán parecerlo para obtener también su perdón; y todos se apresurarán a
expiar sus errores, reales o pretendidos, ayudando al pueblo a reconquistar su
soberanía y sus derechos usurpados.
El anhelo general debe ser la ley.
Entonces pues, será
incontestablemente legal de hacer de un anhelo así expresado, la ley.
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Pacíficamente…
¿Cómo puede el pueblo hacer esta
insurrección?
Pacíficamente. Incluso más que en el 31 de
mayo; y he aquí, quizá, que asombramos un poco a ciertas gentes que no
esperaban esta conclusión; ya que la palabra insurrección no suena, a los oídos de mucha gente, más que como
torrentes de sangre y montañas de cadáveres. Hay la experiencia que la
insurrección puede reposar sobre otras bases. Yo propondré un plan bien simple.
Antaño las academias daban premios en oro a quienes resolvían mejor, problemas
de bien poca importancia. Yo prometo un premio, de bien merecer de la Patria, a
quien haga el mejor proyecto de llamamiento del pueblo Francés a sus delegados,
para exponerles, dentro de un cuadro vivo y veraz, el estado doloroso de la
Nación, el que debe alcanzar, lo que debe esperar, lo que se ha hecho para
procurárselo, lo que ha detenido y detiene el éxito; y lo que conviene hacer,
lo que el pueblo piensa que debe hacerse para que pueda llegar al término de
los derechos de todos los hombres y de la felicidad común por lo cual hizo la
revolución.
Este hecho declaratorio, en el sentido que
conviene a toda la masa, porque debe contener todo lo que la masa desea y lleva
en el alma, yo voto para que sea notificado a la asamblea de los mandatarios;
primero por una porción cualquiera del pueblo; luego por varias de estas
porciones progresivamente reunidas, hasta que los delegados de la Nación hayan
podido comprender que el deseo que lleva, es el deseo general.
Plebiscito…
El anhelo general debe ser la ley.
Entonces pues, será incontestablemente legal
de hacer de un anhelo así expresado, la ley.
Y no conozco otra manera de obtener la
iniciativa del anhelo general.
Si nadie lo conoce más profundamente, mi plan
de insurrección es legítimo.
He abordado esta gran cuestión con mucha
franqueza. ¡Desearía que los que atacan tan ardientemente a la
contrarrevolución, hicieran lo mismo!
:thumbs up:
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