Andrés Amengual Sánchez*
ANTIHISTORIA,
ANTIPOLÍTICA
Y
ANTIDERECHO EN VENEZUELA
Tres
perspectivas de análisis de un mismo fenómeno
(I/III)
(I/III)
(Publicado en la
versión impresa de Vltima Ratio:
Boletín jurídico semestral de la Sociedad
Venezolana para el Estudio del Derecho Latinoamericano.
Año I, número II.
Caracas, julio-diciembre 2014, p. 3).
“…Nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos
tribales que no llegaron a obtener la densidad social requerida para el acceso
a nación. Pequeñas Venezuelas que explicarían nuestra tremenda crisis de
pueblo. Sobre esta crisis se justifican todas las demás, y se explica la
mentalidad anárquica que a través de todos los gobiernos ha dado una
característica de prueba y de novedad al progreso de la nación. Por ello a
diario nos dolemos de ver cómo el país no ha podido realizar nada continuo…”.
M. Briceño Iragorry. Mensaje sin destino
El presente trabajo consta de tres entregas. La
primera está referida a la antihistoria,
la segunda versará sobre la antipolítica
y la tercera, el antiderecho en Venezuela.
Todas ellas constituyen diferentes perspectivas de análisis de un fenómeno
común.
En el primer número de Vltima Ratio, citamos un extracto del artículo titulado “La antihistoria de Venezuela” de Arturo Uslar Pietri [1], planteando tres interrogantes a partir de su lectura. En esta oportunidad, la búsqueda del equilibrio se inicia haciendo referencia nuevamente a dicho ensayo, dado su carácter estratégico para dar cuenta de uno de los principales problemas de esta sociedad: el desconocimiento de su propia historia. En él, el autor criticó la imagen sucinta, fragmentaria, superficial y desarticulada que tienen la mayoría de los venezolanos de los acontecimientos históricos, expresando que ella resultaba contraria a la verdad y hacía imposible comprender la problemática venezolana, por lo que constituye una verdadera antihistoria [2].
En el primer número de Vltima Ratio, citamos un extracto del artículo titulado “La antihistoria de Venezuela” de Arturo Uslar Pietri [1], planteando tres interrogantes a partir de su lectura. En esta oportunidad, la búsqueda del equilibrio se inicia haciendo referencia nuevamente a dicho ensayo, dado su carácter estratégico para dar cuenta de uno de los principales problemas de esta sociedad: el desconocimiento de su propia historia. En él, el autor criticó la imagen sucinta, fragmentaria, superficial y desarticulada que tienen la mayoría de los venezolanos de los acontecimientos históricos, expresando que ella resultaba contraria a la verdad y hacía imposible comprender la problemática venezolana, por lo que constituye una verdadera antihistoria [2].
Ello se debe, entre
otras razones, a esa tendencia generalizada a desconocer las raíces y el
contexto de los sucesos históricos, no indagar en las fuentes ni sopesar
reflexivamente los hechos, hacer lecturas parciales y explicar los
acontecimientos en términos de puro contraste, de héroes y villanos. Se trata,
como indicó el propio Uslar Pietri, de “una
historia en sombra y luz puras, sin matices, sin transiciones, sin derivaciones
[y] sin procesos de transformación” [3] que degenera en un cúmulo de
opiniones sin fundamento y sin una visión de conjunto que les otorgue sentido.
Por esa razón, en ese ensayo no sólo se describe una realidad sino que se
denuncia esa obstinada propensión, necesidad o capricho, de negar la
continuidad del proceso histórico, desconocer todo cuanto proviene del
adversario y aceptar como verdad indiscutida únicamente lo que nos conviene y
deja bien parados según las circunstancias.
En su momento, Picón
Salas también formuló severas críticas a esa manera complaciente y acomodaticia
de presentar los hechos históricos, expresando que resultaba mucho más útil y
fructífero, en lugar de añorar las costumbres y hábitos de un pasado
petrificado en la memoria colectiva de los venezolanos (a lo cual denominó
“tradición estática”), enfrentarse a la comprensión cabal de nuestra historia
mediante un examen crítico de la complejidad y totalidad de los sucesos y sus
protagonistas (“tradición dinámica”), escudriñando tanto en las ideas y
acciones de nuestros próceres como en la dialéctica de las fuerzas y los
movimientos que operaron, a favor o en contra, en las contiendas
independentistas, ya que para este autor, “la
Historia no es sólo la suma jactanciosa de lo realizado, sino la continua
agonía con que cada generación se asoma a entender su destino” [4].
Debe
insistirse en que para él, al igual que para otros insignes historiadores
patrios, no se trata, ahora, de negar el valor de las gestas libertarias sino
de afinar el análisis y aprender a apreciar en su justa medida, los motivos,
ideologías y objetivos de todos los que participaron en ellas, dándole
continuidad histórica y coherencia al pasado, aunque no resulte agradable
llevar a cabo tan difícil labor intelectual y afectiva. Esto lo expresó
lúcidamente al señalar:
“…Soportar la Historia con sus ejemplos estimulantes y su
adversidad aleccionadora es la prueba de madurez de los pueblos; trocar el patriotismo
de frenesí y pasión explosiva en comprensión y deber ético, es el signo de
plenitud de las culturas. Y la Historia no es más hermosa o más fea de como la
invoca nuestro instinto, porque ella forja el balance de las complejas
circunstancias de un pueblo en determinada hora de su acontecer. Porque ella
comporta, simultáneamente, la virtud y la ruindad, el realismo rastrero y la
utopía desinteresada de los hombres que poblaron aquel momento. En ella, como
en las películas de gran ‘suspenso’, hay héroes y villanos. Pero la deformación
romántica y nacionalista pretendería que los ángeles de ese paraíso perdido
fuesen siempre nuestros amigos, compatriotas y copartidarios y los demonios
quienes actuaron en la frontera opuesta. Así, para cualquier capítulo de la
Historia nacional como el de la guerra de Independencia, no nos hemos atrevido
a enfrentarnos con el análisis total de las fuentes o nos disgustaría conocer
los documentos de la parte contraria, como si ello fuera a disminuir un ápice
de nuestra gloria…” [5].
Con
esa misma actitud crítica, conocimiento de nuestra venezolanidad y verbo audaz
y encendido, Briceño Iragorry destacó la importancia de insistir en la búsqueda
de la verdad para comprender la magnitud de los problemas sociales, políticos y
jurídicos que desde hace varias décadas nos aquejan. En diversas oportunidades,
escribió sobre la necesidad de conocer nuestra geografía y sus riquezas [6], así como el aporte de las diversas
culturas que confluyeron en este territorio, desconfiando de quienes suelen
imputarle la mayor responsabilidad de nuestras derrotas al “calumniado
mestizaje” que definió nuestra idiosincrasia y que al hilo de los recientes
acontecimientos, siempre sale a relucir.
Pero no sólo insistió
en este trascendental punto. También hizo énfasis en la necesidad de educar al
pueblo y devolverle el amor hacia sí mismo que toda sociedad bien equilibrada
debe poseer. Lo hizo desde y con la Historia. Pensó, escribió y enseñó a muchas
generaciones de venezolanos bajo la firme convicción de que a través del
proceso educativo despertaría su fuerza creadora, su ingenio y su talento para superar
las adversidades porque tenía claro que desde antaño, la estrategia ha sido
mantenerlo en estado de ignorancia y de perpetua sumisión. De esta forma,
escribió:
“Hay
muchos que desesperan de nuestro país, muchos que niegan las posibilidades de
natural y progresiva transformación de nuestro pueblo. Criterio fatalista que
sirve para mantenernos en un estado de lamentable postración. He oído ponderar,
claro que no diré a quién, la misma ineficacia de la escuela como elemento de
posible mejoramiento del pueblo, y lo que es más: con asombro he escuchado
decir a personas de las llamadas ‘autoridad’, que procurar una mejor nutrición
y un mejor crecimiento en nuestro pueblo, es tanto como buscar que aumente la
fuerza que empleará para su propia destrucción. Contra estos absurdos criterios
negativistas es necesario levantar voces, pero también es necesario, a la vez,
señalar puntos de apoyo donde fijar la palanca que mueva nuestro progreso. Y
los puntos y las palancas sobran. Quizá lo que ha faltado sea voluntad que
mueva los brazos. Hay puntos de apoyo en el presente y hay puntos de apoyo en
el pasado…” [7].
Siendo esta la manera
como tradicionalmente se presenta la historia patria, los tres autores citados
insisten en una poderosa idea que debe guiar cualquier acción educativa: la
búsqueda permanente e incansable de la verdad como método para la liberación de
nuestro pueblo. Sólo esa praxis consciente y reflexiva que debe iniciarse desde
los primeros años de vida escolar como un asunto pedagógico de primer orden, da
cuenta de la complejidad de los procesos y permite la integración de los
elementos que se encuentran distantes para concebir una verdadera Historia.
NOTAS
*Universidad
Central de Venezuela, Abogado,
Especialista
en Derecho Administrativo, cursante del Doctorado en Ciencias mención Derecho. Universidad Monteávila, Especialista en
Derecho Procesal Constitucional.
[1]
El artículo fue publicado en el diario El
Nacional, el 7 de febrero de 1978.
[2]
No pretendo precisar quién fue el primero que empleó el término “antihistoria”
en Venezuela. Sin embargo, en su Mensaje sin
destino, Mario Briceño Iragorry ya había hablado de “pueblo antihistórico”.
[3]
Ibidem.
[4]
Mariano Picón Salas. Tradición como nostalgia
y como valor histórico. Defensa y enseñanza de la historia patria en
Venezuela. Fondo Editorial de la Contraloría General de la República. 2ª edición,
Caracas 1998.
[5]
Ibidem.
[6]
“La Patria se mete por los ojos. Con el
paisaje se recibe la primera lección de la Historia. Entender nuestra Geografía
y escuchar sus voces, es tanto como adentrarnos en el maravilloso secreto de
nuestra vida social”. Mario Briceño Iragorry. Suelo y hombres. Obras completas. Volumen 4. Doctrina
historiográfica. Ediciones del Congreso de la República. Caracas 1989.
[7]
La historia como elemento de creación.
Obras completas. Doctrina historiográfica. Ediciones del Congreso de la
República. Caracas 1989.
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