jueves, 18 de junio de 2015

Antihistoria


Andrés Amengual Sánchez*

ANTIHISTORIA, ANTIPOLÍTICA
Y ANTIDERECHO EN VENEZUELA
Tres perspectivas de análisis de un mismo fenómeno
(I/III)

(Publicado en la versión impresa de Vltima Ratio:
Boletín jurídico semestral de la Sociedad Venezolana para el Estudio del Derecho Latinoamericano.
Año I, número II. Caracas, julio-diciembre 2014, p. 3).

“…Nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos tribales que no llegaron a obtener la densidad social requerida para el acceso a nación. Pequeñas Venezuelas que explicarían nuestra tremenda crisis de pueblo. Sobre esta crisis se justifican todas las demás, y se explica la mentalidad anárquica que a través de todos los gobiernos ha dado una característica de prueba y de novedad al progreso de la nación. Por ello a diario nos dolemos de ver cómo el país no ha podido realizar nada continuo…”.
M. Briceño Iragorry. Mensaje sin destino

El presente trabajo consta de tres entregas. La primera está referida a la antihistoria, la segunda versará sobre la antipolítica y la tercera, el antiderecho en Venezuela. Todas ellas constituyen diferentes perspectivas de análisis de un fenómeno común.
En el primer número de Vltima Ratio, citamos un extracto del artículo titulado “La antihistoria de Venezuela de Arturo Uslar Pietri [1], planteando tres interrogantes a partir de su lectura. En esta oportunidad, la búsqueda del equilibrio se inicia haciendo referencia nuevamente a dicho ensayo, dado su carácter estratégico para dar cuenta de uno de los principales problemas de esta sociedad: el desconocimiento de su propia historia. En él, el autor criticó la imagen sucinta, fragmentaria, superficial y desarticulada que tienen la mayoría de los venezolanos de los acontecimientos históricos, expresando que ella resultaba contraria a la verdad y hacía imposible comprender la problemática venezolana, por lo que constituye una verdadera antihistoria [2].
Ello se debe, entre otras razones, a esa tendencia generalizada a desconocer las raíces y el contexto de los sucesos históricos, no indagar en las fuentes ni sopesar reflexivamente los hechos, hacer lecturas parciales y explicar los acontecimientos en términos de puro contraste, de héroes y villanos. Se trata, como indicó el propio Uslar Pietri, de “una historia en sombra y luz puras, sin matices, sin transiciones, sin derivaciones [y] sin procesos de transformación[3] que degenera en un cúmulo de opiniones sin fundamento y sin una visión de conjunto que les otorgue sentido. Por esa razón, en ese ensayo no sólo se describe una realidad sino que se denuncia esa obstinada propensión, necesidad o capricho, de negar la continuidad del proceso histórico, desconocer todo cuanto proviene del adversario y aceptar como verdad indiscutida únicamente lo que nos conviene y deja bien parados según las circunstancias.
En su momento, Picón Salas también formuló severas críticas a esa manera complaciente y acomodaticia de presentar los hechos históricos, expresando que resultaba mucho más útil y fructífero, en lugar de añorar las costumbres y hábitos de un pasado petrificado en la memoria colectiva de los venezolanos (a lo cual denominó “tradición estática”), enfrentarse a la comprensión cabal de nuestra historia mediante un examen crítico de la complejidad y totalidad de los sucesos y sus protagonistas (“tradición dinámica”), escudriñando tanto en las ideas y acciones de nuestros próceres como en la dialéctica de las fuerzas y los movimientos que operaron, a favor o en contra, en las contiendas independentistas, ya que para este autor, “la Historia no es sólo la suma jactanciosa de lo realizado, sino la continua agonía con que cada generación se asoma a entender su destino [4].
Debe insistirse en que para él, al igual que para otros insignes historiadores patrios, no se trata, ahora, de negar el valor de las gestas libertarias sino de afinar el análisis y aprender a apreciar en su justa medida, los motivos, ideologías y objetivos de todos los que participaron en ellas, dándole continuidad histórica y coherencia al pasado, aunque no resulte agradable llevar a cabo tan difícil labor intelectual y afectiva. Esto lo expresó lúcidamente al señalar:

“…Soportar la Historia con sus ejemplos estimulantes y su adversidad aleccionadora es la prueba de madurez de los pueblos; trocar el patriotismo de frenesí y pasión explosiva en comprensión y deber ético, es el signo de plenitud de las culturas. Y la Historia no es más hermosa o más fea de como la invoca nuestro instinto, porque ella forja el balance de las complejas circunstancias de un pueblo en determinada hora de su acontecer. Porque ella comporta, simultáneamente, la virtud y la ruindad, el realismo rastrero y la utopía desinteresada de los hombres que poblaron aquel momento. En ella, como en las películas de gran ‘suspenso’, hay héroes y villanos. Pero la deformación romántica y nacionalista pretendería que los ángeles de ese paraíso perdido fuesen siempre nuestros amigos, compatriotas y copartidarios y los demonios quienes actuaron en la frontera opuesta. Así, para cualquier capítulo de la Historia nacional como el de la guerra de Independencia, no nos hemos atrevido a enfrentarnos con el análisis total de las fuentes o nos disgustaría conocer los documentos de la parte contraria, como si ello fuera a disminuir un ápice de nuestra gloria…” [5].

Con esa misma actitud crítica, conocimiento de nuestra venezolanidad y verbo audaz y encendido, Briceño Iragorry destacó la importancia de insistir en la búsqueda de la verdad para comprender la magnitud de los problemas sociales, políticos y jurídicos que desde hace varias décadas nos aquejan. En diversas oportunidades, escribió sobre la necesidad de conocer nuestra geografía y sus riquezas [6], así como el aporte de las diversas culturas que confluyeron en este territorio, desconfiando de quienes suelen imputarle la mayor responsabilidad de nuestras derrotas al “calumniado mestizaje” que definió nuestra idiosincrasia y que al hilo de los recientes acontecimientos, siempre sale a relucir.
Pero no sólo insistió en este trascendental punto. También hizo énfasis en la necesidad de educar al pueblo y devolverle el amor hacia sí mismo que toda sociedad bien equilibrada debe poseer. Lo hizo desde y con la Historia. Pensó, escribió y enseñó a muchas generaciones de venezolanos bajo la firme convicción de que a través del proceso educativo despertaría su fuerza creadora, su ingenio y su talento para superar las adversidades porque tenía claro que desde antaño, la estrategia ha sido mantenerlo en estado de ignorancia y de perpetua sumisión. De esta forma, escribió:

“Hay muchos que desesperan de nuestro país, muchos que niegan las posibilidades de natural y progresiva transformación de nuestro pueblo. Criterio fatalista que sirve para mantenernos en un estado de lamentable postración. He oído ponderar, claro que no diré a quién, la misma ineficacia de la escuela como elemento de posible mejoramiento del pueblo, y lo que es más: con asombro he escuchado decir a personas de las llamadas ‘autoridad’, que procurar una mejor nutrición y un mejor crecimiento en nuestro pueblo, es tanto como buscar que aumente la fuerza que empleará para su propia destrucción. Contra estos absurdos criterios negativistas es necesario levantar voces, pero también es necesario, a la vez, señalar puntos de apoyo donde fijar la palanca que mueva nuestro progreso. Y los puntos y las palancas sobran. Quizá lo que ha faltado sea voluntad que mueva los brazos. Hay puntos de apoyo en el presente y hay puntos de apoyo en el pasado…” [7].

Siendo esta la manera como tradicionalmente se presenta la historia patria, los tres autores citados insisten en una poderosa idea que debe guiar cualquier acción educativa: la búsqueda permanente e incansable de la verdad como método para la liberación de nuestro pueblo. Sólo esa praxis consciente y reflexiva que debe iniciarse desde los primeros años de vida escolar como un asunto pedagógico de primer orden, da cuenta de la complejidad de los procesos y permite la integración de los elementos que se encuentran distantes para concebir una verdadera Historia.

NOTAS

*Universidad Central de Venezuela, Abogado, Especialista en Derecho Administrativo, cursante del Doctorado en Ciencias mención Derecho. Universidad Monteávila, Especialista en Derecho Procesal Constitucional.

[1] El artículo fue publicado en el diario El Nacional, el 7 de febrero de 1978.
[2] No pretendo precisar quién fue el primero que empleó el término “antihistoria” en Venezuela. Sin embargo, en su Mensaje sin destino, Mario Briceño Iragorry ya había hablado de “pueblo antihistórico”.
[3] Ibidem.
[4] Mariano Picón Salas. Tradición como nostalgia y como valor histórico. Defensa y enseñanza de la historia patria en Venezuela. Fondo Editorial de la Contraloría General de la República. 2ª edición, Caracas 1998.
[5] Ibidem.
[6]La Patria se mete por los ojos. Con el paisaje se recibe la primera lección de la Historia. Entender nuestra Geografía y escuchar sus voces, es tanto como adentrarnos en el maravilloso secreto de nuestra vida social”. Mario Briceño Iragorry. Suelo y hombres. Obras completas. Volumen 4. Doctrina historiográfica. Ediciones del Congreso de la República. Caracas 1989.
[7] La historia como elemento de creación. Obras completas. Doctrina historiográfica. Ediciones del Congreso de la República. Caracas 1989.

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