Andrés Amengual Sánchez *
PAÍS TOMADO
Una visión
inspirada en Cortázar
[1]
“No se habita un
país. Se habita una lengua. Una patria es eso, y nada más”.
CIORÁN,
E., Ese maldito yo.
A las cinco de la mañana, suena el reloj
que despierta a Julio César. Al levantarse, suele ir al baño, estirar los
músculos del cuello, cepillarse los dientes y lavarse la cara, peinarse, planchar
la camisa, ponerse el flux (esa forzada indumentaria ajena a los rigores del
Caribe), tomarse las vitaminas y despedirse de su esposa e hijos, pues no
desayuna en la casa para evitar la cola. Toma el carrito en el bulevar de El Cafetal
y se embarca hasta el terminal Río Tuy en El Silencio. Al llegar allí, camina
hasta la parada de Capitolio donde agarra el otro autobús que lo lleva a su
trabajo, cuyo nombre es preferible obviar para no poner en riesgo el relato de
este transeúnte. Llega entre las siete y las siete y media a desayunar ya
muerto de hambre, se come una arepa o una empanada y se toma un café mientras
conversa con los mismos compañeros de siempre, para luego subir a eso de las
ocho y cuarto a su oficina a enfrentar la narrativa de extensas páginas de controvertidas
historias ajenas y desenlaces indeseados. Esta melodía monocorde la ejecuta todos
los días sin mayores contratiempos, salvo que en su casa hayan aparecido los
monstruos de la madrugada o surja algún accidente en la vía que lo retrase en
su laboriosa realización.
Aparte de la sincronía diaria del
ritual, no hay nada especial en él. Camina por las calles de Caracas sin que le
haga mella la hostilidad del desorden imperante, quizás por haber tenido que
aceptar el hecho de que así vive la mayoría de sus conciudadanos, y trata de
mantenerse alerta frente a los cotidianos embates de la delincuencia. Sobre
este personaje debe saberse, debido a las severidades conceptuales del momento
y a los despiadados señalamientos que se avecinan, que nació en territorio
venezolano al igual que sus padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, cumple
con sus deberes ciudadanos, trabaja honestamente y pretende continuar su
formación profesional pregonando la utilidad de esta excéntrica aventura. Dada
su vocación humanista, plantea el ejercicio responsable de la libertad de expresión
y prensa, juzga plausible el uso racional y excepcional de la violencia por
parte del Estado y detesta la corrupción, desconfía de quienes la justifican y
reclama la imposición de sanciones para quienes la practican. Esos, al parecer,
son sus principales argumentos morales.
Un día cualquiera, eso realmente no tiene
importancia, se le pidió a Julio César que suscribiera un documento para
solicitar la revocatoria de una ley dictada por una potencia extranjera que
interviene en los asuntos internos de su país. En ese preciso instante, se
acordó súbitamente del cuento Casa tomada
[2] de Julio Cortázar. Estaba contrariado. Sabía perfectamente que en su tierra
natal se desplegaba con furor una lógica de polos opuestos basada en la ingenua
o conveniente creencia de que el bien y el mal existen en formas absolutas. Fue
un acto de valentía que justificó pensando que, a diferencia del relato sureño,
no se marcharía ni cedería dócilmente los espacios frente a las botas del
imperio. Tampoco seguiría el juego de los dirigentes de la nación. Lucharía para
hacer comprensible la lengua de sus coterráneos a sabiendas que el país ya
había sido tomado.
NOTAS
*Universidad Central de Venezuela, Abogado; Especialista en Derecho Administrativo; cursante del Doctorado en Ciencias, mención Derecho. Universidad Monteávila, Especialista en Derecho Procesal Constitucional.
[1]
Julio Cortázar (1914-1984), fue un escritor, traductor e intelectual argentino. En 1981 optó por la nacionalidad francesa en protesta contra el gobierno militar argentino.
[2] Cuento de Cortázar, aparecido por primera vez en 1946. Fue recogido en el
volumen Bestiario,
de 1951. (Vid. http://biblio3.url.edu.gt/Libros/Cortazar/Casa_tomada.pdf).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario