jueves, 8 de octubre de 2015

Santa Teresa de Jesús


Emilio Spósito Contreras

SANTA TERESA DE JESÚS Y SU HUELLA EN VENEZUELA

I. Nacida en Ávila el 28 de marzo de 1515, como Teresa de Cepeda y Ahumada, fue testigo de una época excepcional. La enumeración de algunos hechos nos dan alguna idea del tiempo que le tocó vivir: la consolidación de la monarquía española (ascenso al poder de Carlos de Habsburgo y la represión contra los comuneros de Castilla), las conquistas de México y Perú en el Nuevo Mundo, las guerras entre España y Francia por la hegemonía europea, la elección de Carlos como Emperador del Sacro Romano Imperio, la Reforma protestante, la amenaza del sultán Solimán el Magnífico, la depresión económica de Castilla.
Ingresó a la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo en 1534 bajo el nombre de Teresa de Jesús. Hacia 1562 experimentó la transverberación, o unión íntima con Dios en la cual se siente el corazón traspasado por un fuego sobrenatural. A partir de allí comenzó su obra reformadora, fundando el primero de una serie de conventos (Convento de San José de Ávila) de la Orden de Descalzos de Nuestra Señora del Monte Carmelo o Carmelitas Descalzos.
Santa Teresa se inscribe en el movimiento místico español, que se remonta a Raimundo Lulio (de cuyo pensamiento jurídico escribió nuestro Ángel Francisco Brice), corriente que bebió de la fuente del misticismo oriental de musulmanes y judíos (Santa Teresa era descendiente de judíos) y floreció bajo la presión de la Reforma protestante. La expresión del misticismo en la literatura tuvo en Santa Teresa (patrona de los escritores) una de sus mayores exponentes, muestra de ello podría ser la siguiente estrofa del conocido poema Vivo sin vivir en mí:

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero”.

II. La obra reformadora y fundadora de la santa de Ávila, tan atractiva como su personalidad, se extendió rápidamente; al punto que apenas dos años después de su muerte, ocurrida en 1582, diez carmelitas descalzos desembarcaron en Veracruz, México; y el 19 de enero de 1586, se fundó el primer convento de descalzos del Nuevo Mundo: el de San Sebastián, en la Ciudad de México. De la Nueva España fueron las monjas que en 1732 concurrieron con Melchora Josefa de Ponte y Aguirre, para fundar el Convento de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa de Caracas (la esquina de Carmelitas debe su nombre a este establecimiento religioso).
Teresa de Jesús tuvo muy presente el Nuevo Mundo, puesto que sus hermanos fueron conquistadores con fortuna del Perú, y recibió apoyo económico de su hermano Lorenzo para erigir y mantener sus conventos. En carta a Lorenzo de Cepeda del 17 de enero de 1570, Teresa le confiesa que reza por todos, incluidos los incas: “Esos indios no me cuestan poco. El Señor les dé luz, que acá y allá hay harta desventura”.
El convento de carmelitas de Caracas funcionó hasta 1874, cuando fue suprimido como consecuencia de la represión anticlerical de Antonio Guzmán Blanco. No obstante, la persecución contra los descalzos fue conocida en vida por Teresa de Jesús, quien aun en los perores momentos se mantuvo firme y esperanzada:

Siempre cuando el Señor da tanta multitud de trabajos juntos, suele dar buenos sucesos, que como nos conoce por tan flacos, y lo hace todo por nuestro bien, mide el padecer conforme a las fuerzas. Y ansí pienso nos ha de suceder en estas tempestades de tantos días; que si no estuviese cierta viven estos Descalzos, y Descalzas procurando llevar su regla con rectitud, y verdad, habría algunas veces temido han de salir los émulos con lo que pretenden (que es acabar este principio, que la Virgen sacratísima ha procurado se comience) según las astucias trae el demonio, que parece le ha dado Dios licencia, que haga su poder en esto”. (Carta a Teutonio de Braganza, Arzobispo de Ébora. Ávila, 16 de enero de 1578).

Después de la tormenta, llega la calma. Como nos enseñó el recordado Fr. Adrián Setién Peña (O.F.M. Cap.) en Madre Candelaria de San José: en la Venezuela de finales del siglo XIX, sumida en la pobreza, la enfermedad y el caudillismo, una mujer como Susana Paz-Castillo Ramírez, conocida como la madre Candelaria de San José (beatificada el 27 de abril de 2008), al igual que Santa Teresa de Jesús, sólo a través del Carmelo encontró el camino para realizar su labor cristiana. A instancias de Fr. Elías María Sendra (O. Carm.), después de muchos pesares, finalmente el 31 de diciembre de 1910 coronó sus esfuerzos con la creación de la Congregación de las Religiosas Carmelitas de la Tercera Orden Regular, en la actualidad, Religiosas Carmelitas de la Madre Candelaria. Respecto de tal experiencia, recordamos los versos de Santa Teresa de Jesús, de su poema Vuestra soy, para vos nací:

Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?

III. Hoy día, existe un Concordato con la Santa Sede, del 6 de marzo de 1964, y un Acuerdo con la Santa Sede para la creación del Ordinariato Militar, del 31 de octubre de 1995. El artículo 59 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, reconoce el derecho individual y de las familias de libertad de religión y de culto, que incluye el derecho de los padres a que sus hijos reciban educación religiosa de acuerdo con sus convicciones. Por su parte, en sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, N° 1431 del 14 de agosto 2008, se reconocen como implícitos a la libertad religiosa, los derechos proclamados en la Declaración de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las convicciones (Resolución de la Asamblea General 36/55 del 25 de noviembre de 1981), relativos a la libertad de conciencia; libertad de culto; libertad de difusión de los credos, ideas y opiniones religiosas; derecho a la formación religiosa de los miembros de la confesión; libertad de enseñanza y derecho a la educación religiosa; derecho de reunión y manifestación; derecho de asociación; y, finalmente, la objeción de conciencia.
La Orden de Descalzos de Nuestra Señora del Monte Carmelo regresó a Venezuela en 1950. En palabras de Teresa de Jesús, de su poema A una profesa:

¡Oh!, dichosa tal zagala
que hoy se ha dado a un tal Zagal
que reina y ha de reinar.

IV. Las crisis de inicio y final de la edad Moderna, nos acercan a Teresa de Jesús a pesar de los quinientos años que nos distancian. La necesidad de trascender y encontrarse con el Ser Supremo que sintió la santa, nos aúna en nuestra búsqueda del bien común y la Justicia.
De la experiencia de esta mujer excepcional, expresión del mundo hispano, rescatamos el desprecio por el siglo: “(…) toda está de tal manera que no se conoce ni se acuerda que para ella ha de haber cielo ni vida ni honra, porque toda está empleada en procurar la de Dios (…)” (Las moradas. Morada séptima, cap. 3); así como el aprecio por la sabiduría: “(…) Son gran cosa letras para dar en todo luz. Será posible hallar lo uno y lo otro junto en algunas personas (…)” (Camino de perfección, cap. 5. Prosigue en los confesores. Dice lo que importa sean letrados).
En resumen, equilibrio entre la humildad y la razón, por las cuales se conoce la ley de Dios: “Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien. Sobre ésta asienta bien la oración. Sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso (…)” (Camino de perfección, cap. 5. Prosigue en los…). El ascetismo y el misticismo de Teresa de Jesús están vigentes, porque la vida no ha dejado de ser injusta, como reconfortante es la caridad de Dios. Imaginemos a la bienaventurada Teresa de Jesús recitar su poema, Ayes del destierro:

La vida terrena
es continuo duelo:
vida verdadera
la hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío,
que viva yo allí.
Ansiosa de verte,

deseo morir”.

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