Emilio Spósito Contreras
LA SANTIDAD
DE JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ
INTRODUCCIÓN
Lo que
fue y es Hernández en la conciencia de la mayoría de los venezolanos, aunque
reducido o degradado, está estrechamente relacionado con la “nostalgia del paraíso” o
anhelo de una alegría
[1] perdurable:
...el hombre, aun cuando
escapase a todo lo demás, está irreductiblemente preso en sus intuiciones
arquetípicas, creadas en el momento en que tomó conciencia de su situación en
el cosmos. La nostalgia del paraíso se deja adivinar en los actos más triviales
del hombre moderno. El absoluto
no podría extirparse: sólo es susceptible de degradación. Y la espiritualidad
arcaica sobrevive, a su manera, no como acto, no como posibilidad de
cumplimiento real por el hombre, sino como una nostalgia creadora de valores autónomos: arte,
ciencias, mística social, etc... [2].
En el siglo XIX, Venezuela contó sus años más difíciles. La guerra civil
en dos capítulos: Guerra de Independencia (1810-1830) y Guerra Federal
(1859-1863), no sólo cobraron instituciones, inmensas cantidades de vidas y
recursos, sino que consumieron las élites formadas durante trescientos años de
período colonial.
El repudio a la desigualdad y sistema de injusticias que conlleva, propio
de nuestro pueblo amante de la libertad –existen causas culturales y hasta
geográficas que podrían explicarlo–, fue combustible de explosiones sociales
contra toda forma de opresión, incluidas el simple gobierno o administración
del Estado,
al punto de la anarquía o el gobierno del más fuerte.
En este sentido, Mario Briceño-Iragorri en su obra Mensaje sin destino [3], señala:
…nuestra colectividad carece
de resistencias que le permitan luchar contra los factores disvaliosos que se
han opuesto, ora por los abusos de la fuerza, ora por los desafueros de los
demagogos, y permanentemente por la mala fe de muchos de sus mejores hijos,
para que opte una conducta reflexiva que lo lleve, tanto en el orden interno
como en la relación exterior, a una recta concepción de la libertad, de la
dignidad y del poder [4].
La solución para un país de gente mayoritariamente humilde: pobre, pero “buena
y honrada”, no podía ser el desorden y la violencia desenfrenada. Desde
1864, el “cuero viejo”, exhausto, que tocó manejar a Antonio Guzmán
Blanco y sus seguidores, fue sometido a un proceso de “civilización”
como diría en Argentina Domingo Faustino Sarmiento. Obras de infraestructura:
puentes, plazas, teatros y palacios. Educación: academias, educación pública
gratuita y obligatoria.Y, sobre todo, un Estado efectivamente secularizado hasta
nuestros días, al punto que en San Fernando de Apure solo pasaba un cura una
vez al año.
Pero “siempre el cuero se levanta por un lado” y tanto dolor,
miseria, desorden y frustración producida por la lógica insatisfacción después
de tanto esfuerzo, se resolvería por la vía más fácil: mayor violencia, tanta,
que no pudiera resistirse:
Desde hace algunos
años, puede observarse en Venezuela el fenómeno de que ya no se busca en las
instituciones sino en los hombres el mejoramiento de nuestra condición. Andamos
como el filósofo cínico, buscando el hombre, perdidos, como se hayan las esperanzas,
tras los sistemas que hemos ensayado, y es digno de tomarse en cuenta el hecho
de que jamás los principios, ni las teorías, ni las formas de gobierno han
condensado ninguna renovación... [5].
Desde
1899, los andinos, hasta entonces exentos de la mayoría de las penurias
nacionales, se hacen del poder y con el telégrafo, vías de comunicación y un ejército
profesional y bien armado, logran el monopolio de la violencia, que más tarde –en 1914– se verá respaldado por los inmensos recursos económicos provenientes de
la explotación petrolera.
Mientras
tanto, al margen de las luchas entre “bárbaros” y “civilizados”
–o “civilizados” y “bárbaros”– como salida de la crisis, el
pueblo se volcará hacia una opción muy distinta, algo severa, pero
indiscutiblemente virtuosa, humilde, generosa... y sobre todo ética: José
Gregorio Hernández.
1. José Gregorio Hernández, algo distinto
1 Bienaventurado
aquel siervo (Mateo 24, 46), que no se
enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por medio de él, que por el
que dice y obra por medio de otro.
2 Peca el que exige de su prójimo más de lo
que él mismo está dispuesto a dar de sí al Señor Dios”.
San Francisco de Asís [6]
José Gregorio Hernández (Isnotú, 1864 – Caracas,
1919), se graduó en 1888 de médico en la Universidad Central de Venezuela y
realizó estudios de perfeccionamiento en Francia (1889). Fue el encargado de
instalar en el Hospital Vargas el primer laboratorio de Fisiología Experimental
del país. En 1891 inauguró las cátedras de Histología Normal y Patológica,
Fisiología Experimental y Bacteriología de la Escuela de Medicina de la Universidad Central
de Venezuela, las cuales ejercería con pequeñas interrupciones hasta su muerte.
Asimismo, es reconocido por introducir en Venezuela el uso del bisturí y el
microscopio.
Autor de
varias obras de carácter científico, son las más reconocidas “Sobre el
número de los glóbulos rojos” (1893), “Elementos de bacteriología” (1893),
“De la nefritis en la fiebre amarilla” (1910) y “Elementos de
filosofía” (1912).
Es de
resaltar que junto a Santos Dominici, Pablo Acosta Ortiz y Luis Razetti; José
Gregorio Hernández es considerado el padre de la Medicina moderna en
Venezuela. Desde los estatutos republicanos y la actualización del plan de
estudios de Medicina elaborados por José María Vargas en 1827, la
administración de salud en Venezuela no sólo estaba atrasada, sino deprimida
como cualquier otra disciplina en un país sumido en el desorden y la ruina de
la guerra.
En este
sentido, Ildefonso Leal en su obra Historia de la UCV , 1781–1981, señala:
Para que el lector se forme
una idea amplia de los servicios prestados por el doctor José Gregorio
Hernández a la medicina venezolana y a la docencia universitaria, recogemos las
frases de Ambrosio Perera y Ceferino Alegría.
“Es necesario decir —escribe Perera— que tocó a José
Gregorio Hernández la gloria, no sólo de haber sido el que implantó en la
Universidad de Caracas y por ende en la Venezuela científica, los principios de la gran
revolución pasteuríana, sino también el que con la fundación de la cátedra de
Fisiología Experimental, cuyo mérito le es universalmente reconocido, impuso en
la docencia universitaria las doctrinas y métodos con que Claudio Bernard había
hecho progresar la ciencia de Esculapio. De ahí que el ilustre doctor Diego
Carbonell, tan opuesto entonces a la filosofía cristiana del doctor Hernández,
haya dicho que a éste «a justo título convendría mejor calificarlo de Claudio
Bernard venezolano»”.
El doctor Ceferino
Alegría se expresa así: “Hernández... modernizó la enseñanza médica, difundió la teoría celular
de Virchow y realizó las primeras vivisecciones. Fue Profesor del sabio Rafael
Rangel, clínico extraordinario, fue médico de los pobres y el más querido del
pueblo de Caracas” [7].
Ese “algo
distinto” de José Gregorio Hernández que lo hace el “médico de los
pobres y el más querido del pueblo de Caracas”, es su sensibilidad por
el paciente –siempre difícil de encontrar– y su profunda religiosidad.
Contrario a sus compañeros, que simplemente se dedicaron a ejercer su profesión
con gran éxito en la academia y la sociedad caraqueña, José Gregorio Hernández
conjugó fe y razón, entregándose al servicio de los más pobres y sus
necesidades físicas y espirituales [8].
En este
sentido Renzo Ricciardi en su obra Esperanzas franciscanas para un mundo
desesperado [9], señala:
Y no basta dar: se
necesita darse a sí mismos. Es el Señor el que nos dio el ejemplo; no sólo nos
dio la vida y todas las cosas buenas y hermosas que la tierra contiene y
produce; sino que, cuando nos ha visto empobrecidos por el pecado, nos dio a su
propio Hijo, es decir, una parte de Sí mismo. Y este Hijo ha sufrido junto con
nosotros, más que cada uno de nosotros. Y murió para salvarnos.
El espíritu de
pobreza consiste en darnos a los demás, como Dios se ha dado y se da
continuamente a nosotros; debemos ser pobres con el pobre, solidarios con su
estado de necesidad y tratar de remediarlo; sentir en nuestra carne sus
sufrimientos. Compadecerse quiere decir ‘sufrir
juntos’. En fin, tenemos que hacer
como Cristo quien, ‘siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos’, como dice San Pablo. (II Corintios
8, 13).
De las
curaciones que científicamente realizaran Dominici, Acosta Ortiz, Razetti y
Hernández, sólo las de este último pueden ser consideradas, sino “milagrosas”,
por lo menos hierofánicas, aún explicándose tales resultados. Un pueblo que
destruido y profundamente afligido por la pobreza, la enfermedad y la muerte,
encuentra en un hombre la fraternidad, el consuelo, la salud y por ende, la
vida, no es sólo un gran científico o excelente médico, sino expresión de lo
bueno y recuerdo del estado de gracia que ya no se encuentra en este mundo y
que sólo encontramos en Dios.
Dominici,
Acosta Ortiz y Razetti sanaban, efectivamente, pero sólo Hernández lo hacía como apostolado de vida, en nombre y ofrenda de Dios y, en última
instancia, como obra de Dios. Y así fue y es percibido por el homo
religiosus que tanto ayer como hoy son sus devotos.
2. Simbolismo
alrededor de José Gregorio Hernández
Los
símbolos, cualquiera sea su naturaleza y el plano en que se manifiesten, son
siempre coherentes y sistemáticos [10]. Ahora
bien, si un símbolo tiende a coincidir con el todo, “...del mismo modo que
la hierofanía tiende a incorporar lo sagrado en su totalidad, a agotar, ella
sola, todas las manifestaciones de la sacralidad” [11] y Hernández es un símbolo, entonces la comprensión de su significado
nos ofrecerá una versión acabada de la naturaleza de la sociedad que lo
produjo.
Anteriormente
hemos descrito la imagen que en el imaginario popular mantiene Hernández: “vestido
de negro, con sombrero y manos a la espalda”,
parece representar la antítesis de lo que somos: variopintos, informales y
rebeldes. En su tiempo es el andino civil, estudiado y bueno, la figura opuesta
a Castro y Gómez.
José
Gregorio Hernández, personaje pre-petrolero, simboliza lo que no somos y además
es el portero a lo desconocido o incompresible y sin embargo añoramos, lo que
queremos ser y deseamos por nuestra propia felicidad.
Su traje
negro es la mesura, la pulcritud, el orden, la dedicación al estudio.
A este
respecto, el traje oscuro de Hernández se corresponde perfectamente con el
espíritu de penitencia del franciscano, realizada por Renzo Ricciardi:
...implica la templanza, o
sea la moderación en la comida y la bebida, la parsimonia en los gastos, la
modestia en el vestir, la cortesía en el trato con los demás, la mortificación
de los ojos, la vigilancia asidua de la mente... [12].
El
sombrero es la castidad, el respeto y a la vez, su dignidad.
Las
manos a la espalda son la tranquilidad y obediencia a la razón en función de la
fe.
En este
sentido Ricciardi señala:
En toda comunidad
el espíritu de servicio debe someterse a una disciplina, indispensable para
coordinar y encauzar la obra común hacia sus fines; esta disciplina se llama
obediencia [13].
Somos
incapaces de determinar con exactitud el momento en que la representación de
Hernández adquirió todos estos valores. No obstante, es seguro que encontró su
carácter de paradigma en el momento en que el venezolano tomaba conciencia de
su identidad y ubicación en el mundo. Los orígenes del simbolismo de Hernández
no son empíricos,
sino teóricos, metafísicos.
Este
simbolismo, como cualquiera, ha sido reinterpretado hasta degradarse hasta la
superstición:
...nos enfrentamos a menudo
con variantes “populares” en
apariencia, pero cuyo origen culto —en última instancia metafísico
(cosmológico, etc.)— se deja reconocer fácilmente [...] y presenta todos los estigmas de un proceso
de infantilismo. Este proceso puede tener lugar, por lo demás, de muchas otras
maneras. Citemos dos de las más frecuentes: 1o] o bien un simbolismo
“culto” termina a la larga por servir a las capas sociales inferiores, degradando
así su sentido primitivo; 2°] o bien el símbolo es comprendido de una manera
pueril, es decir excesivamente concreta y desprendida del sistema del que forma
parte [14].
3. La
cultura del venezolano a través de la santidad de José Gregorio Hernández
Teniendo
como premisa que el hombre realiza la experiencia religiosa en un contexto
socioeconómico y cultural, reconstruir históricamente una forma religiosa nos
permite elaborar un verdadero documento histórico, “...descifrado en función
del homo religiosus, de su intencionalidad y de su comportamiento [15].
En este
sentido, el pasearnos por la figura de José Gregorio Hernández el santo, nos ha
permitido descifrar el conflicto del venezolano:
Habitante
del paraíso, en esencia se reconoce bueno (perspicaz), con buenas intenciones y
grandes ideales, pero caído, tal como lo evidencian pobreza, desorden y
violencia. El medio y hasta su propia bondad, buenas intenciones e idealismo lo
han empujado al mal y la desgracia, y aunque está consciente de ello y podría combatirlo, en el camino perdió la mesura, el orden,
la dedicación al trabajo (al estudio), el respeto, la dignidad, la
tranquilidad... y sobre todo, no se deja engañar por aquello o aquellos que
presumiendo de virtuosos en verdad no lo son (gobernantes, intelectuales, profesionales,
militares, artistas, religiosos, etc.).
La
decepción y el arrepentimiento es el sentimiento subyacente.
Ni
liberalismo o conservadurismo, ni federalismo o centralismo, ni llaneros,
orientales o andinos, civiles o militares, petróleo o agricultura, adecos o
copeyanos, escuálidos o chavistas... Sólo Bolívar –invocado por todos– es punto
de referencia para una solución y, sin embargo eso mismo: es común a todos y
siempre mundano.
José
Gregorio Hernández es contrafigura de Bolívar, es oposición a todos, es lo que
no somos pero pudimos ser... Hernández es ejemplo de rectificación, el camino
correcto y capaz de devolvernos a la tierra de gracia, a la alegría.
Es de
resaltar, que la felicidad que nos ofrece el evangelio no es la felicidad de
este mundo:
La pobreza, los
sufrimientos físicos y morales, las persecuciones, las injusticias y toda
clase de infortunios, considerados de signo negativo [...], en la perspectiva de
las Bienaventuranzas cambian el signo y se vuelven cosa deseable, el camino para
conquistar la vida eterna. ¿Puede imaginarse un enrevesamiento más
revolucionario?
La alegría
evangélica nace, pues, del sufrimiento, de todos los sufrimientos, primero
tolerados con cierta desgana, luego aceptados, en fin, apreciados y deseados.
Es una victoria sobre la naturaleza humana, que busca la salud, la
tranquilidad, la seguridad económica, el bienestar, el placer. ¿Hemos
comprendido de verdad y es cierto que aceptamos esta perspectiva? ¿O decimos
también nosotros, como los judíos: “Duras son estas palabras; ¿y quién puede oirías?” (Juan 6, 60) [16].
El
petróleo ha diferido el reconocimiento de Hernández. Su mensaje sólo funciona
para redimir al venezolano de su dolor, desconsuelo y pobreza, no funciona, no
hace, no puede estar presente en circunstancias de bonanza económica.
4. Vigencia
de la santidad de José Gregorio Hernández
Después de la ilusión de progreso producida por la
democracia y noventa años de industria petrolera, Venezuela en los actuales
momentos vuelve a experimentar sus traumas pre-petroleros –del siglo XIX y principios
del XX–. El país está dividido (urbanizado versus marginalizado) y enfrentado
egoístamente, hemos vuelto a la pobreza, el atraso, la violencia, el dolor y la
muerte.
Después
del 11 de abril de 2002, nuevamente nos quedamos sin soluciones: decepcionados
y arrepentido, condiciones que produjeron a José Gregorio Hernández.
En este
contexto era comprensible el desinterés general en la santidad formal o
canonización de Hernández e igualmente, se entendería un resurgir
de su devoción.
José Gregorio
Hernández ahora está muerto, no es parte de este mundo y a
diferencia de lo que pudo ocurrir en su tiempo, es el líder espiritual ideal.
CONCLUSIONES
Las
curaciones realizadas en vida de José Gregorio Hernández no sólo sanaron, sino
que al hacerlas como apostolado de vida, en nombre y ofrenda de Dios, en última
instancia, como obra de Dios, fueron y ahora después de su muerte, son
percibidas como milagros o hierofanías, esto es, expresiones de la divinidad,
convirtiendo por ende a Hernández en un mediador de la divinidad o un santo.
Es importante resaltar que Hernández no pensó que la ciencia médica o
sus conocimientos obraran sin la intervención de Dios, para él Dios es creador
y por ello, todo participa de alguna manera de la imagen de su creador. Con
esta premisa no hay avance de la ciencia ni óptimos resultados clínicos que
puedan explicar la maravilla del sanar lo hasta entonces incurable.
Como
conclusión de la experiencia divina de la curación a través de la medicina en
José Gregorio Hernández, un pueblo secularizado, abandonado de sus pastores
tradicionales y sometido a la disolución por todo un siglo, encuentra en José
Gregorio Hernández y su obra, razones para creer y adorar a Dios.
José
Gregorio Hernández, personaje genuinamente venezolano, simboliza lo que nos
falta y, por ende, es una invitación a lo desconocido o incompresible y sin
embargo añorado, querido por nuestra felicidad. De allí su vigencia en un país
dividido y enfrentado egoístamente, hemos vuelto a la pobreza, el atraso, la
violencia, el dolor y la muerte, y José Gregorio Hernández, con su ejemplo,
podría ser el camino de redención que tanta falta hace a nuestro pueblo.
NOTAS
[1] La perfecta alegría:
“1
El hermano Leonardo refirió que, cierto día, en Santa María (de la Porciúncula ), llamó
san Francisco al hermano León y le dijo:
—Hermano
León, escribe. 2 Éste le respondió:
—Ya
estoy listo.
—Escribe
—le dijo— cuál es la verdadera alegría.
4 Supón que viene un mensajero y me dice que han entrado en la orden
todos los maestros de París. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
5 Y añade que han hecho lo mismo todos los prelados del otro lado de
los montes (Alpes), arzobispos y obispos; y que también el rey de Francia y el
rey de Inglaterra. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
6 Añade todavía que mis hermanos han ido a los infieles y los han
convertido a todos a la fe. Y también, que yo he recibido de Dios gracia tan
grande que curo a los enfermos y realizo muchos milagros. Te digo que en nada
de todo esto hay verdadera alegría.
7 ¿Cuál es, pues, la verdadera alegría?
8 Supón que vuelvo de Perusa y, muy entrada la noche, llego aquí; es
tiempo de invierno, hay lodo y el frío es tan intenso, que el agua, congelándose,
forma en los bordes de la túnica carámbanos, que golpean en las piernas y
éstas sangran de las heridas.
9 Y todo enlodado, aterido y helado, me llego a la puerta y, al cabo de
un largo rato de golpear y llamar, viene un hermano y pregunta:
—¿Quién
es?
—El
hermano Francisco —respondo yo.
—10
¡Largo! Ésta no es hora propia para andar de camino. ¡Aquí no entras! —dice él.
11 Y como yo insisto, responde:
—¡Largo!
Tú eres un simple y un ignorante; no tienes ya por qué venir a nosotros; somos
ya tantos y tales, que no tenemos necesidad de ti.
12 Y yo insisto en llamar y digo:
—¡Por
amor de Dios, dadme cobijo esta noche!
—13
¡En manera alguna! —responde él— Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí
hospedaje.
14 Te digo que, si yo habré conservado la paciencia sin alterarme, 15
aquí está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salud del
alma”. (FRANCISCO DE ASÍS (Santo): La perfecta alegría. En “Escritos”.
106-107).
[2] ELIADE,
Mircea: Tratado de Historia de las Religiones. Biblioteca Era. Duodécima
edición. México, 1997, pp. 386-389.
[3] BRICEÑO-IRAGORRY, Mario: Mensaje sin
destino. Monte Ávila Editores Latinoamericana – Fundación Mario
Briceño-Iragorry. 5ª edición. Caracas, 1998.
[4] BRICEÑO-IRAGORRY, Mario: Op. cit. pp. 79-80.
[5] Laureano VALLENILLA LANZ: Notas al
margen de la proclama del 5 de julio de 1902. En “Cesarismo Democrático y
otros textos”. Biblioteca Ayacucho, número 164. Caracas, 1991, p. 5.
[6] Admonición 17 de San Francisco de Asís.
En DE ASÍS, Francisco (Santo) y Clara DE ASÍS (Santa): Escritos.
Editorial Asís. Valencia, 1992. p. 99.
[7] LEAL, Ildefonso: Historia
de la UCV ,
1721–1981. Ediciones del rectorado de la UCV. Caracas , 1981.
pp. 184-185.
[8] “7. El bien obrar ha de seguir al saber
1 Dice el apóstol: La letra mata, pero
el espíritu da vida (II Corintios 3, 6).
2 La letra mata a aquellos que se contentan con saber únicamente las
palabras, para ser tenidos por más sabios entre los demás y poder adquirir
grandes riquezas que legar a sus parientes y amigos. 3 La letra mata
asimismo a aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de la escritura
divina, sino que se contentan con saber únicamente las palabras e
interpretarlas para los demás.
4 En cambio, el espíritu de la
escritura divina da vida a aquellos que no atribuyen al cuerpo la letra que
saben o desean saber, por mucha que sea, sino que la devuelven, con la palabra
y con el ejemplo, al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien” (FRANCISCO DE ASÍS (Santo): Admoniciones.
Op. cit. pp. 94-95).
[9]
RICCIARDI, Renzo: Esperanzas franciscanas para un mundo desesperado.
Editorial CESCA. Roma – Caracas, 1972.
[10] “Esta lógica del símbolo desborda el
dominio propio de la historia de las religiones para ocupar un lugar entre los
problemas de la filosofía” (ELIADE, Mircea: Op. cit. p. 405).
[11]
Cfr. ELIADE, Mircea: Op. cit. p. 404.
[12] RICCIARDI,
Renzo: Esperanzas franciscanas para un mundo desesperado. Editorial
CESCA. Roma – Caracas, 1972. p. 44.
[13] RICCIARDI,
Renzo: Op. cit. p. 50.
[14]
ELIADE,
Mircea: Op. cit. p. 396.
[15]
RIES, Julien: El hombre religioso y lo sagrado a la luz del nuevo espíritu
antropológico. En “Tratado de antropología de lo sagrado”. p. 36.
[16]
Cfr. RICCIARDI, Renzo: Op. cit. p. 27.
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