jueves, 17 de marzo de 2016

José Gregorio Hernández


Emilio Spósito Contreras

LA SANTIDAD
DE JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

INTRODUCCIÓN

Lo que fue y es Hernández en la conciencia de la mayoría de los venezolanos, aunque reducido o degradado, está estrechamente relacionado con la “nostalgia del paraíso” o anhelo de una alegría [1] perdurable:

...el hombre, aun cuando escapase a todo lo demás, está irreductiblemente preso en sus intuiciones arquetípicas, creadas en el momento en que tomó conciencia de su situación en el cosmos. La nostalgia del paraíso se deja adivinar en los actos más triviales del hombre moderno. El absoluto no podría extirparse: sólo es susceptible de degradación. Y la espiritualidad arcaica sobrevive, a su manera, no como acto, no como posibilidad de cumplimiento real por el hombre, sino como una nostalgia creadora de valores autónomos: arte, ciencias, mística social, etc... [2].

En el siglo XIX, Venezuela contó sus años más difíciles. La guerra civil en dos capítulos: Guerra de Independencia (1810-1830) y Guerra Federal (1859-1863), no sólo cobraron instituciones, inmensas cantidades de vidas y recursos, sino que consumieron las élites formadas durante trescientos años de período colonial.
El repudio a la desigualdad y sistema de injusticias que conlleva, propio de nuestro pueblo amante de la libertad –existen causas culturales y hasta geográficas que podrían explicarlo–, fue combustible de explosiones sociales contra toda forma de opresión, incluidas el simple gobierno o administración del Estado, al punto de la anarquía o el gobierno del más fuerte.
En este sentido, Mario Briceño-Iragorri en su obra Mensaje sin destino [3], señala:

…nuestra colectividad carece de resistencias que le permitan luchar contra los factores disvaliosos que se han opuesto, ora por los abusos de la fuerza, ora por los desafueros de los demagogos, y permanentemente por la mala fe de muchos de sus mejores hijos, para que opte una conducta reflexiva que lo lleve, tanto en el orden interno como en la relación exterior, a una recta concepción de la libertad, de la dignidad y del poder [4].

La solución para un país de gente mayoritariamente humilde: pobre, pero “buena y honrada”, no podía ser el desorden y la violencia desenfrenada. Desde 1864, el “cuero viejo”, exhausto, que tocó manejar a Antonio Guzmán Blanco y sus seguidores, fue sometido a un proceso de “civilización” como diría en Argentina Domingo Faustino Sarmiento. Obras de infraestructura: puentes, plazas, teatros y palacios. Educación: academias, educación pública gratuita y obligatoria.Y, sobre todo, un Estado efectivamente secularizado hasta nuestros días, al punto que en San Fernando de Apure solo pasaba un cura una vez al año.
Pero “siempre el cuero se levanta por un lado” y tanto dolor, miseria, desorden y frustración producida por la lógica insatisfacción después de tanto esfuerzo, se resolvería por la vía más fácil: mayor violencia, tanta, que no pudiera resistirse:

Desde hace algunos años, puede observarse en Venezuela el fenómeno de que ya no se busca en las instituciones sino en los hombres el mejoramiento de nuestra condición. Andamos como el filósofo cínico, buscando el hombre, perdidos, como se hayan las esperanzas, tras los sistemas que hemos ensayado, y es digno de tomarse en cuenta el hecho de que jamás los principios, ni las teorías, ni las formas de gobierno han condensado ninguna renovación... [5].

Desde 1899, los andinos, hasta entonces exentos de la mayoría de las penurias nacionales, se hacen del poder y con el telégrafo, vías de comunicación y un ejército profesional y bien armado, logran el monopolio de la violencia, que más tarde –en 1914 se verá respaldado por los inmensos recursos económicos provenientes de la explotación petrolera.
Mientras tanto, al margen de las luchas entre “bárbaros” y “civilizados” –o “civilizados” y “bárbaros”– como salida de la crisis, el pueblo se volcará hacia una opción muy distinta, algo severa, pero indiscutiblemente virtuosa, humilde, generosa... y sobre todo ética: José Gregorio Hernández.

1. José Gregorio Hernández, algo distinto

1 Bienaventurado aquel siervo (Mateo 24, 46), que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por medio de él, que por el que dice y obra por medio de otro.
2 Peca el que exige de su prójimo más de lo que él mismo está dispuesto a dar de sí al Señor Dios”.
San Francisco de Asís [6]

José Gregorio Hernández (Isnotú, 1864 – Caracas, 1919), se graduó en 1888 de médico en la Universidad Central de Venezuela y realizó estudios de perfeccionamiento en Francia (1889). Fue el encargado de instalar en el Hospital Vargas el primer laboratorio de Fisiología Experimental del país. En 1891 inauguró las cátedras de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, las cuales ejercería con pequeñas interrupciones hasta su muerte. Asimismo, es reconocido por introducir en Venezuela el uso del bisturí y el microscopio.
Autor de varias obras de carácter científico, son las más reconocidas “Sobre el número de los glóbulos rojos” (1893), “Elementos de bacteriología” (1893), “De la nefritis en la fiebre amarilla” (1910) y “Elementos de filosofía” (1912).
Es de resaltar que junto a Santos Dominici, Pablo Acosta Ortiz y Luis Razetti; José Gregorio Hernández es considerado el padre de la Medicina moderna en Venezuela. Desde los estatutos republicanos y la actualización del plan de estudios de Medicina elaborados por José María Vargas en 1827, la administración de salud en Venezuela no sólo estaba atrasada, sino deprimida como cualquier otra disciplina en un país sumido en el desorden y la ruina de la guerra.
En este sentido, Ildefonso Leal en su obra Historia de la UCV, 1781–1981, señala:

Para que el lector se forme una idea amplia de los servicios prestados por el doctor José Gregorio Hernández a la medicina venezolana y a la docencia universitaria, recogemos las frases de Ambrosio Perera y Ceferino Alegría.
Es necesario decir —escribe Perera— que tocó a José Gregorio Hernández la gloria, no sólo de haber sido el que implantó en la Universidad de Caracas y por ende en la Venezuela científica, los principios de la gran revolución pasteuríana, sino también el que con la fundación de la cátedra de Fisiología Experimental, cuyo mérito le es universalmente reconocido, impuso en la docencia universitaria las doctrinas y métodos con que Claudio Bernard había hecho progresar la cien­cia de Esculapio. De ahí que el ilustre doctor Diego Carbonell, tan opuesto entonces a la filosofía cristiana del doctor Hernández, haya dicho que a éste «a justo título convendría mejor calificarlo de Claudio Bernard venezolano»”.
El doctor Ceferino Alegría se expresa así: “Hernández... modernizó la enseñanza médica, difundió la teoría celular de Virchow y realizó las primeras vivisecciones. Fue Profesor del sabio Rafael Rangel, clínico extraordinario, fue médico de los pobres y el más querido del pueblo de Caracas” [7].

Ese “algo distinto” de José Gregorio Hernández que lo hace el “médico de los pobres y el más querido del pueblo de Caracas, es su sensibilidad por el paciente –siempre difícil de encontrar– y su profunda religiosidad. Contrario a sus compañeros, que simplemente se dedicaron a ejercer su profesión con gran éxito en la academia y la sociedad caraqueña, José Gregorio Hernández conjugó fe y razón, entregándose al servicio de los más pobres y sus necesidades físicas y espirituales [8].
En este sentido Renzo Ricciardi en su obra Esperanzas franciscanas para un mundo desesperado [9], señala:

Y no basta dar: se necesita darse a sí mismos. Es el Señor el que nos dio el ejemplo; no sólo nos dio la vida y todas las cosas buenas y hermosas que la tierra contiene y produce; sino que, cuando nos ha visto empobrecidos por el pecado, nos dio a su propio Hijo, es decir, una parte de Sí mismo. Y este Hijo ha sufrido junto con nosotros, más que cada uno de nosotros. Y murió para salvarnos.
El espíritu de pobreza consiste en darnos a los demás, como Dios se ha dado y se da continuamente a nosotros; debemos ser pobres con el pobre, solidarios con su estado de necesidad y tratar de remediarlo; sentir en nuestra carne sus sufrimientos. Compadecerse quiere decir ‘sufrir juntos’. En fin, tenemos que hacer como Cristo quien, ‘siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos’, como dice San Pablo. (II Corintios 8, 13).

De las curaciones que científicamente realizaran Dominici, Acosta Ortiz, Razetti y Hernández, sólo las de este último pueden ser consideradas, sino “milagrosas”, por lo menos hierofánicas, aún explicándose tales resultados. Un pueblo que destruido y profundamente afligido por la pobreza, la enfermedad y la muerte, encuentra en un hombre la fraternidad, el consuelo, la salud y por ende, la vida, no es sólo un gran científico o excelente médico, sino expresión de lo bueno y recuerdo del estado de gracia que ya no se encuentra en este mundo y que sólo encontramos en Dios.
Dominici, Acosta Ortiz y Razetti sanaban, efectivamente, pero sólo Hernández lo hacía como apostolado de vida, en nombre y ofrenda de Dios y, en última instancia, como obra de Dios. Y así fue y es percibido por el homo religiosus que tanto ayer como hoy son sus devotos.

2. Simbolismo alrededor de José Gregorio Hernández

Los símbolos, cualquiera sea su naturaleza y el plano en que se manifiesten, son siempre coherentes y sistemáticos [10]. Ahora bien, si un símbolo tiende a coincidir con el todo, “...del mismo modo que la hierofanía tiende a incorporar lo sagrado en su totalidad, a agotar, ella sola, todas las manifestaciones de la sacralidad [11] y Hernández es un símbolo, entonces la comprensión de su significado nos ofrecerá una versión acabada de la naturaleza de la sociedad que lo produjo.
Anteriormente hemos descrito la imagen que en el imaginario popular mantiene Hernández: “vestido de negro, con sombrero y manos a la espalda, parece representar la antítesis de lo que somos: variopintos, informales y rebeldes. En su tiempo es el andino civil, estudiado y bueno, la figura opuesta a Castro y Gómez.
José Gregorio Hernández, personaje pre-petrolero, simboliza lo que no somos y además es el portero a lo desconocido o incompresible y sin embargo añoramos, lo que queremos ser y deseamos por nuestra propia felicidad.
Su traje negro es la mesura, la pulcritud, el orden, la dedicación al estudio.
A este respecto, el traje oscuro de Hernández se corresponde perfectamente con el espíritu de penitencia del franciscano, realizada por Renzo Ricciardi:

...implica la templanza, o sea la moderación en la comida y la bebida, la parsimonia en los gastos, la modestia en el vestir, la cortesía en el trato con los demás, la mortificación de los ojos, la vigilancia asidua de la mente... [12].

El sombrero es la castidad, el respeto y a la vez, su dignidad.
Las manos a la espalda son la tranquilidad y obediencia a la razón en función de la fe.
En este sentido Ricciardi señala:

En toda comunidad el espíritu de servicio debe someterse a una dis­ciplina, indispensable para coordinar y encauzar la obra común hacia sus fines; esta disciplina se llama obediencia [13].

Somos incapaces de determinar con exactitud el momento en que la representación de Hernández adquirió todos estos valores. No obstante, es seguro que encontró su carácter de paradigma en el momento en que el venezolano tomaba conciencia de su identidad y ubicación en el mundo. Los orígenes del simbolismo de Hernández no son empíricos, sino teóricos, metafísicos.
Este simbolismo, como cualquiera, ha sido reinterpretado hasta degradarse hasta la superstición:

...nos enfrentamos a menudo con va­riantes “populares” en apariencia, pero cuyo origen culto —en última instancia metafísico (cosmológico, etc.)— se deja reco­nocer fácilmente [...] y presenta todos los estigmas de un proceso de infantilismo. Este proceso puede tener lugar, por lo demás, de muchas otras maneras. Citemos dos de las más frecuentes: 1o] o bien un simbolismo “culto” termina a la larga por servir a las capas sociales inferiores, de­gradando así su sentido primitivo; 2°] o bien el símbolo es comprendido de una manera pueril, es decir excesivamente concreta y desprendida del sistema del que forma parte [14].

3. La cultura del venezolano a través de la santidad de José Gregorio Hernández

Teniendo como premisa que el hombre realiza la experiencia religiosa en un contexto socioeconómico y cultural, reconstruir históricamente una forma religiosa nos permite elaborar un verdadero documento histórico, “...descifrado en función del homo religiosus, de su intencionalidad y de su comportamiento [15].
En este sentido, el pasearnos por la figura de José Gregorio Hernández el santo, nos ha permitido descifrar el conflicto del venezolano:
Habitante del paraíso, en esencia se reconoce bueno (perspicaz), con buenas intenciones y grandes ideales, pero caído, tal como lo evidencian pobreza, desorden y violencia. El medio y hasta su propia bondad, buenas intenciones e idealismo lo han empujado al mal y la desgracia, y aunque está consciente de ello y podría combatirlo, en el camino perdió la mesura, el orden, la dedicación al trabajo (al estudio), el respeto, la dignidad, la tranquilidad... y sobre todo, no se deja engañar por aquello o aquellos que presumiendo de virtuosos en verdad no lo son (gobernantes, intelectuales, profesionales, militares, artistas, religiosos, etc.).
La decepción y el arrepentimiento es el sentimiento subyacente.
Ni liberalismo o conservadurismo, ni federalismo o centralismo, ni llaneros, orientales o andinos, civiles o militares, petróleo o agricultura, adecos o copeyanos, escuálidos o chavistas... Sólo Bolívar –invocado por todos– es punto de referencia para una solución y, sin embargo eso mismo: es común a todos y siempre mundano.
José Gregorio Hernández es contrafigura de Bolívar, es oposición a todos, es lo que no somos pero pudimos ser... Hernández es ejemplo de rectificación, el camino correcto y capaz de devolvernos a la tierra de gracia, a la alegría.
Es de resaltar, que la felicidad que nos ofrece el evangelio no es la felicidad de este mundo:

La pobreza, los sufrimientos físicos y morales, las persecuciones, las in­justicias y toda clase de infortunios, considerados de signo negativo [...], en la perspectiva de las Bienaventuranzas cambian el signo y se vuelven cosa deseable, el camino para conquistar la vida eterna. ¿Puede imaginarse un enrevesamiento más revolucionario?
La alegría evangélica nace, pues, del sufrimiento, de todos los sufrimien­tos, primero tolerados con cierta desgana, luego aceptados, en fin, apreciados y deseados. Es una victoria sobre la naturaleza humana, que busca la salud, la tranquilidad, la seguridad económica, el bienestar, el placer. ¿Hemos comprendido de verdad y es cierto que aceptamos esta perspectiva? ¿O decimos también nosotros, como los judíos: “Duras son estas palabras; ¿y quién puede oirías?” (Juan 6, 60) [16].

El petróleo ha diferido el reconocimiento de Hernández. Su mensaje sólo funciona para redimir al venezolano de su dolor, desconsuelo y pobreza, no funciona, no hace, no puede estar presente en circunstancias de bonanza económica.

4. Vigencia de la santidad de José Gregorio Hernández

 

Después de la ilusión de progreso producida por la democracia y noventa años de industria petrolera, Venezuela en los actuales momentos vuelve a experimentar sus traumas pre-petroleros –del siglo XIX y principios del XX–. El país está dividido (urbanizado versus marginalizado) y enfrentado egoístamente, hemos vuelto a la pobreza, el atraso, la violencia, el dolor y la muerte.
Después del 11 de abril de 2002, nuevamente nos quedamos sin soluciones: decepcionados y arrepentido, condiciones que produjeron a José Gregorio Hernández.
En este contexto era comprensible el desinterés general en la santidad formal o canonización de Hernández e igualmente, se entendería un resurgir de su devoción.
José Gregorio Hernández ahora está muerto, no es parte de este mundo y a diferencia de lo que pudo ocurrir en su tiempo, es el líder espiritual ideal.

CONCLUSIONES

Las curaciones realizadas en vida de José Gregorio Hernández no sólo sanaron, sino que al hacerlas como apostolado de vida, en nombre y ofrenda de Dios, en última instancia, como obra de Dios, fueron y ahora después de su muerte, son percibidas como milagros o hierofanías, esto es, expresiones de la divinidad, convirtiendo por ende a Hernández en un mediador de la divinidad o un santo.
Es importante resaltar que Hernández no pensó que la ciencia médica o sus conocimientos obraran sin la intervención de Dios, para él Dios es creador y por ello, todo participa de alguna manera de la imagen de su creador. Con esta premisa no hay avance de la ciencia ni óptimos resultados clínicos que puedan explicar la maravilla del sanar lo hasta entonces incurable.
Como conclusión de la experiencia divina de la curación a través de la medicina en José Gregorio Hernández, un pueblo secularizado, abandonado de sus pastores tradicionales y sometido a la disolución por todo un siglo, encuentra en José Gregorio Hernández y su obra, razones para creer y adorar a Dios.
José Gregorio Hernández, personaje genuinamente venezolano, simboliza lo que nos falta y, por ende, es una invitación a lo desconocido o incompresible y sin embargo añorado, querido por nuestra felicidad. De allí su vigencia en un país dividido y enfrentado egoístamente, hemos vuelto a la pobreza, el atraso, la violencia, el dolor y la muerte, y José Gregorio Hernández, con su ejemplo, podría ser el camino de redención que tanta falta hace a nuestro pueblo.

NOTAS

[1] La perfecta alegría:
1 El hermano Leonardo refirió que, cierto día, en Santa María (de la Porciúncula), llamó san Francisco al hermano León y le dijo:
—Hermano León, escribe. 2 Éste le respondió:
—Ya estoy listo.
—Escribe —le dijo— cuál es la verdadera alegría.
4 Supón que viene un mensajero y me dice que han entrado en la orden todos los maestros de París. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
5 Y añade que han hecho lo mismo todos los prelados del otro lado de los montes (Alpes), arzobispos y obispos; y que también el rey de Francia y el rey de Inglaterra. Escribe: ¡No es verdadera alegría!
6 Añade todavía que mis hermanos han ido a los infieles y los han convertido a todos a la fe. Y también, que yo he recibido de Dios gracia tan grande que curo a los enfermos y realizo muchos milagros. Te digo que en nada de todo esto hay verdadera alegría.
7 ¿Cuál es, pues, la verdadera alegría?
8 Supón que vuelvo de Perusa y, muy entrada la noche, llego aquí; es tiempo de invierno, hay lodo y el frío es tan intenso, que el agua, congelándose, forma en los bordes de la túnica carám­banos, que golpean en las piernas y éstas sangran de las heridas.
9 Y todo enlodado, aterido y helado, me llego a la puerta y, al cabo de un largo rato de golpear y llamar, viene un hermano y pregunta:
—¿Quién es?
—El hermano Francisco —respondo yo.
10 ¡Largo! Ésta no es hora propia para andar de camino. ¡Aquí no entras! —dice él.
11 Y como yo insisto, responde:
—¡Largo! Tú eres un simple y un ignorante; no tienes ya por qué venir a nosotros; somos ya tantos y tales, que no tenemos necesidad de ti.
12 Y yo insisto en llamar y digo:
—¡Por amor de Dios, dadme cobijo esta noche!
13 ¡En manera alguna! —responde él— Vete al lugar de los Crucíferos y pide allí hospedaje.
14 Te digo que, si yo habré conservado la pa­ciencia sin alterarme, 15 aquí está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salud del alma”. (FRANCISCO DE ASÍS (Santo): La perfecta alegría. En “Escritos”. 106-107).

[2] ELIADE, Mircea: Tratado de Historia de las Religiones. Biblioteca Era. Duodécima edición. México, 1997, pp. 386-389.

[3] BRICEÑO-IRAGORRY, Mario: Mensaje sin destino. Monte Ávila Editores Latinoamericana – Fundación Mario Briceño-Iragorry. 5ª edición. Caracas, 1998.

[4] BRICEÑO-IRAGORRY, Mario: Op. cit. pp. 79-80.

[5] Laureano VALLENILLA LANZ: Notas al margen de la proclama del 5 de julio de 1902. En “Cesarismo Democrático y otros textos”. Biblioteca Ayacucho, número 164. Caracas, 1991, p. 5.

[6] Admonición 17 de San Francisco de Asís. En DE ASÍS, Francisco (Santo) y Clara DE ASÍS (Santa): Escritos. Editorial Asís. Valencia, 1992. p. 99.

[7] LEAL, Ildefonso: Historia de la UCV, 1721–1981. Ediciones del rectorado de la UCV. Caracas, 1981. pp. 184-185.

[8] “7. El bien obrar ha de seguir al saber
1 Dice el apóstol: La letra mata, pero el espí­ritu da vida (II Corintios 3, 6).
2 La letra mata a aquellos que se contentan con saber únicamente las palabras, para ser tenidos por más sabios entre los demás y poder adquirir grandes riquezas que legar a sus parientes y amigos. 3 La letra mata asimismo a aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de la escritura divina, sino que se contentan con saber únicamente las palabras e interpretarlas para los demás.
4 En cambio, el espíritu de la escritura divina da vida a aquellos que no atribuyen al cuerpo la letra que saben o desean saber, por mucha que sea, sino que la devuelven, con la palabra y con el ejemplo, al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien” (FRANCISCO DE ASÍS (Santo): Admoniciones. Op. cit. pp. 94-95).

[9] RICCIARDI, Renzo: Esperanzas franciscanas para un mundo desesperado. Editorial CESCA. Roma – Caracas, 1972.

[10] “Esta lógica del símbolo desborda el dominio propio de la historia de las religiones para ocupar un lugar entre los problemas de la filosofía” (ELIADE, Mircea: Op. cit. p. 405).

[11] Cfr. ELIADE, Mircea: Op. cit. p. 404.

[12] RICCIARDI, Renzo: Esperanzas franciscanas para un mundo desesperado. Editorial CESCA. Roma – Caracas, 1972. p. 44.

[13] RICCIARDI, Renzo: Op. cit. p. 50.

[14] ELIADE, Mircea: Op. cit. p. 396.

[15] RIES, Julien: El hombre religioso y lo sagrado a la luz del nuevo espíritu antropológico. En “Tratado de antropología de lo sagrado”. p. 36.


[16] Cfr. RICCIARDI, Renzo: Op. cit. p. 27.

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