Anónimo nepalí
FANTASMAS CONTRA
GUERREROS
Extracto de Cuentos
y leyendas del Nepal.
Traducción,
recopilación y traducción de Víctor Giménez Morote.
Biblioteca de Cuentos
Maravillosos. José J. de Olañeta, Editor. 2ª edición.
Serie Érase una vez…, número 98.
Barcelona 2001,
pp. 33-35.
Patkwo gobernó la ciudad desde su
fortaleza con mano de hierro. Los guerreros molestaban, arrestaban e incluso
mataban al pueblo con la más pequeña excusa. Todos los negocios se paralizaron
y las tiendas se cerraron. Las calles estaban vacías durante el día y la ciudad
tenía un aspecto desolador. Incluso los templos se cerraron.
El abad del Kwa Bahal tenía miedo y se
quedó oculto en su cercana mansión. Sin embargo, pensando que un niño podría
pasar desapercibido en la calle y estar a salvo, envió a su hijo de doce años
al templo con una campana colgada de su cuello, la llave, un jarro de agua y un
cuenco de arroz para el servicio matutino.
El niño llegó al templo sin problemas.
De pie ante la imagen de Sakyamuni, dijo:
–Venerabilísimo, te he traído agua. Por
favor, lávate la cara.
Como, tras repetir muchas veces su
petición, seguía sin pasar nada, el muchacho desesperado, empezó a sollozar y
gritó:
–Por favor, Venerabilísimo. ¡Lávate la
cara!
Por fin Sakyamuni pareció escuchar. Tomó
la jarra de agua y lavó su cara. Después cogió el cuenco de arroz que le
ofrecía el muchacho y desayunó.
Tras regresar a su casa, el muchacho
relató a sus padres lo que le había ocurrido en el templo pero, por supuesto,
no le creyeron. Lo mismo sucedió al día siguiente y al otro y al otro…
Un día el abad le dijo al chico:
–Hijo, si lo que dices es verdad, debes
pedirle a Sakyamuni que nos salve de los guerreros kiratis. Pregúntale cómo
podemos librarnos de ellos.
Así lo hizo el muchacho, y Sakyamuni le
pidió que le llevara un jarro con leche de vaca al día siguiente. Cuando el
chico fue con la leche la mañana siguiente le dijo que llevase la jarra fuera
del templo y arrojase la leche en el Bauga, el pequeño y profundo pozo, en el
cruce de las calles, donde la gente de la localidad echaba las ofrendas a los
espíritus de los muertos. El muchacho echó la leche en el pozo y volvió a casa
sin mirar hacia atrás, tal y como se lo había dicho.
Poco después algunos fantasmas salieron
del suelo, y a continuación más y más, cómo si brotara un río sin fin. Cruzaron
como un enjambre la calle y entraron en la fortaleza atacando con furia a todos
los que encontraban a su paso.
Patkwo y sus guerreros fueron cogidos
por sorpresa y no recibieron ninguna ayuda. Sus armas de guerra no servían
contra los fantasmas. Corrían de un rincón a otro hasta que agonizaban, ya que
nadie podía sobrevivir al ataque de siete fantasmas a la vez. Otros corrieron
por las calles y huyeron en desbandada. Muchos de los guerreros perecieron por
las calles mientras corrían hacia la puerta de la ciudad. Solo ochocientos
guerreros kiratis la alcanzaron y escaparon con vida, y ninguno de ellos se
atrevió a volver atrás.
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