Emilio Spósito
Contreras
INVOCACIÓN A TEZCATLIPUCA
PARA SALIR DEL MAL GOBERNANTE
Las mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis
puesto ha sido la ocasión de su perdición.
Oración a Tezcatlipuca [1].
I. Fray Bernardino de Sahagún
(1499-1590)
Nacido en León
y formado en la Universidad de Salamanca, fue un fraile franciscano radicado en
Nueva España inmediatamente después de la conquista de Cortés, que desarrolló
una extraordinaria labor de investigación enciclopédica sobre la cultura
mexicana [2].
Sahagún fue
uno de los preceptores de la élite indígena educada en el célebre Colegio de la
Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 bajo los auspicios del célebre obispo
Zumárraga –protagonista de la aparición de N. S. la Virgen de Guadalupe– y el
virrey de Mendoza, y que serviría de fundamento a la universidad mexicana, hoy representada
por la Universidad Nacional Autónoma de México.
En tres años,
Sahagún aprendió el náhuatl, y tras un trabajo de casi veinte años, compuso su
magna obra: Historia General de las cosas de la Nueva España. El
ejemplar manuscrito conocido como Códice florentino (1577), es un
tratado bilingüe náhuatl-castellano sobre el saber de los mexicanos antes de la
llegada de los europeos, tomados por el franciscano directamente de sabios tlatelolcas
y en la lengua de éstos.
II. El dios Tezcatlipuca
El panteón
azteca fue rico y variado: Huitzilopuchtli [3] era equivalente al Hércules latino;
Tláloc Tlamacazqui era el dios de la lluvia; Quetzalcóatl el de los vientos; Tonantzin
era “nuestra madre”; Chicomecóatl la diosa de los alimentos; y
Tlazultéutl, “la diosa de la carnalidad” o a decir de Sahagún: “otra
Venus”.
La Historia
General, está conformada por doce libros. El primero de ellos referido a
“los dioses que adoraban los naturales”, y en su capítulo III se describe al
dios Tezcatlipuca, llamado por Sahagún “otro Júpiter”.
Leamos
directamente del leonés, la descripción del ser celestial:
…era tenido
por verdadero dios, y invisible, el cual andaba en todo lugar: en el Cielo, en
la tierra y en el Infierno. Y tenían que cuando andaba en la tierra movía
guerras, enemistades y discordias, de donde resultaban muchas fatigas y
desasosiegos. Decían que el mesmo incitaba a unos contra otros para que
tuviesen guerras, y por esto le llamaban Nécoc Yáutl; quiere decir «sembrador
de discordias de ambas partes». Y decían él solo ser el que entendía en el
regimiento del mundo, y que él solo daba las prosperidades y riquezas, y que él
solo las quitaba cuando se le antojaba. Daba riquezas, prosperidades y fama, y
fortaleza y señoríos, y dignidades y honras, y las quitaba cuando se le
antojaba. Por eso le temían y reverenciaban, porque tenían que en su mano
estaba el levantar y abatir (sic) [4].
III. El poder mágico de la
palabra hablada y escrita
Como bien se
sabe, en la gran mayoría de las creencias religiosas, la palabra tiene un
efecto especial. Con más razón la escritura, en muchos casos creada por los
propios dioses: Nabû para los babilónicos, Thoth para los egipcios, Brama para
los hindúes y Odín para los germánicos, son los autores de la escritura a
través de la cual los hombres pueden comunicarse con ellos [5].
Precisamente
en la Historia General, en el libro sexto: “De las oraciones con que
oraban a los dioses…”, en el capítulo VI: “del lenguaje y afectos que
usaban orando a Tezcatlipuca, demandándole tuviese por bien de quitar del
señorío, por muerte o por otra vía, al señor que no hacía bien su oficio”,
leemos:
…castigalde
de tal manera que sea escarmiento para los demás, para que no le imiten en su
mal vivir. Véngale de vuestra mano el castigo, según que a vos pareciere, ora
sea enfermedad, ora otra cualquier aflicción, o le privad del señorío para que
pongáis a otro de vuestros amigos que sea humilde y devoto y penitente, que
tenéis vos muchos tales, que no os falten tales personas cuales son menester
para este oficio, los cuales os están esperando y llamando, y los tenéis
conocidos por muy amigos y siervos que lloran y sospiran en vuestra presencia
cada día (sic) [6].
IV. De la naturaleza de los
tlatoanis
Tlatoani u “orador”
–la palabra es poder–, fue el nombre dado a los gobernantes mexicanos: líderes
religiosos y comandantes militares de su pueblo. Huey Tlatoani de la triple
alianza de México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán, por ejemplo, fue el título
de Moctezuma II (1466-1520), el último emperador de los aztecas.
En la Historia
General, libro octavo, capítulo XVIII, se describe “la manera que tenían
en elegir los señores”. A veces se critica que se identifique al huey
tlatoani como emperador, pero sobre todo en la forma de elección, los mexicanos
coincidían en mucho, con la forma de elegir al emperador del Sacro Romano
Imperio [7].
En el texto en
estudio se señala:
Cuando muría el señor o rey, para elegir otro juntábanse los
senadores que llamaban tecuhtlatoque, y también los viejos del pueblo, que
llamaban achcacauhti, y también los capitanes, soldados viejos de la guerra,
que llamaban yautequihuaque, y otros capitanes que eran principales en las
cosas de la guerra, y también los sátrapas que llamaban tlenamacaque o
papahuaque. Todos éstos se juntaban en las casas reales; allí deliberaban y determinaban
quién había de ser señor. Y escogían uno de los más nobles de la línea de los
señores antepasados que fuese hombre valiente, exercitado en las cosas de la
guerra, osado y animoso, y que no supiese beber vino, que fuese prudente y
sabio, que sea criado en el calmécac, que supiese bien hablar y fuese entendido
y recatado y amoroso (sic) [8].
Evidentemente,
a la nobleza de sangre, debía corresponder una acendrada virtud. Pero sobre
todo, las cualidades tan finamente descritas y lamentablemente extrañas entre
nosotros, debían ser identificadas por los mejores exponentes de la sociedad
mexicana: tecuhtlatoques, achcacauhtis, yautequihuaques y tlenamacaques o
papahuaques.
V. Perspectivas y conclusiones
La elegancia
de los nahuas no deja de sorprendernos. Compartimos el original entusiasmo que
experimentaron los hermanos Sahagún, Toral, Navarro, Ovando y Sequera. La
simplicidad del razonamiento es pasmosa: los gobernantes, que basan su poder en
el consenso del pueblo, deben ser buenos, porque de lo contrario, el pueblo y
la divinidad que permitió su gobierno, pueden y deben derrocarlos.
La referencia
a la invocación contra los malos gobernantes, no deja de ser una expresión más
de la religiosidad de los indígenas americanos que, aunque sin duda soberanos, fueron
lo suficientemente humildes para reconocer y apelar a fuerzas superiores por
las cuales el mundo es finalmente gobernado.
Pero la
referida invocación a Tezcatlipuca, no se reduce a castigar al tirano: “ora
sea enfermedad, ora otra cualquier aflicción”; sino que del texto destaca,
después de una acusación por sus crímenes, el deseo de otro gobierno mejor: “para
que pongáis a otro de vuestros amigos que sea humilde y devoto y penitente”.
Más allá de maldecir
al magnate, los aztecas imploran a Tezcatlipuca un gobierno justo. No parece el
odio, sino la piedad, la reverencia al mismo dios y que el gobernante no tuvo, lo
que los mueve [9]. El epígrafe de este trabajo da cuenta de ello: “Las
mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis puesto ha sido la
ocasión de su perdición”.
Hoy como ayer,
cuando se renuncia a responder legítimamente a insolencias y violencias
desenfrenadas, cobra sentido el minucioso pensamiento indígena, que como el
amazónico, frente al brutal ataque de su dignidad invoca al Dabucurí, para que
haga caer y castigue a los tiranos y renazca la concordia entre los hombres.
NOTAS
[1] SAHAGÚN,
Bernardino de, Historia General de las cosas de la Nueva España.
Introducción, paleografía, glosarios y notas de Josefina García Quintana y
Alfredo López Austin. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Alianza
Editorial, S. A. 2 tomos. México 1989, libro sexto, capítulo VI.
[2] Para los
datos biográficos de Fray Bernardino de Sahagún, vid. GARCÍA QUINTANA,
Josefina y Alfredo LÓPEZ AUSTIN, “Introducción, paleografía, glosarios y
notas” a SAHAGÚN, Bernardino de, Historia General de las cosas de la
Nueva España. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Alianza
Editorial, S. A. 2 tomos. México 1989, pp. 11-20.
[3] Se sigue la
ortografía de Sahagún.
[4] SAHAGÚN,
Bernardino de, Op. cit.
[5] Sobre el
tema vid. ELIADE, Mircea, Tratado de Historia de las religiones.
Traducción de Tomás Segovia. Ediciones Era, S. A. 12ª edición. México 1997, pp.
396-397; GELB, Ignace J., Historia de la escritura. Traducción de
Alberto Adell. Alianza Universidad (AU 155).Madrid 1976, pp. 296-301; HOWARD,
Michael, Las runas y otros alfabetos mágicos. Traducción de Alberto Vásquez-Prego.
Ediciones Lidium. Buenos Aires 1983, passim.
[6] SAHAGÚN,
Bernardino de, Op. cit.
[7] Vid. BRYCE, James, The
Holy Roman Empire. Chronicon Edition. Lexington 2012, pp. 201-207.
[8] SAHAGÚN,
Bernardino de, Op. cit.
[9] Sobre el
tema de la piedad, vid. ZAMBRANO, María, El hombre y lo divino.
Fondo de Cultura Económica. 2ª edición, 3ª reimpresión. Breviario 103. México
2001, pp. 200-208.
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