viernes, 23 de junio de 2017

Maldición indígena


Emilio Spósito Contreras

INVOCACIÓN A TEZCATLIPUCA
PARA SALIR DEL MAL GOBERNANTE

Las mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis puesto ha sido la ocasión de su perdición.
Oración a Tezcatlipuca [1].

I. Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590)

Nacido en León y formado en la Universidad de Salamanca, fue un fraile franciscano radicado en Nueva España inmediatamente después de la conquista de Cortés, que desarrolló una extraordinaria labor de investigación enciclopédica sobre la cultura mexicana [2].
Sahagún fue uno de los preceptores de la élite indígena educada en el célebre Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, fundado en 1536 bajo los auspicios del célebre obispo Zumárraga –protagonista de la aparición de N. S. la Virgen de Guadalupe– y el virrey de Mendoza, y que serviría de fundamento a la universidad mexicana, hoy representada por la Universidad Nacional Autónoma de México.
En tres años, Sahagún aprendió el náhuatl, y tras un trabajo de casi veinte años, compuso su magna obra: Historia General de las cosas de la Nueva España. El ejemplar manuscrito conocido como Códice florentino (1577), es un tratado bilingüe náhuatl-castellano sobre el saber de los mexicanos antes de la llegada de los europeos, tomados por el franciscano directamente de sabios tlatelolcas y en la lengua de éstos.

II. El dios Tezcatlipuca

El panteón azteca fue rico y variado: Huitzilopuchtli [3] era equivalente al Hércules latino; Tláloc Tlamacazqui era el dios de la lluvia; Quetzalcóatl el de los vientos; Tonantzin era “nuestra madre”; Chicomecóatl la diosa de los alimentos; y Tlazultéutl, “la diosa de la carnalidad” o a decir de Sahagún: “otra Venus”.
La Historia General, está conformada por doce libros. El primero de ellos referido a “los dioses que adoraban los naturales”, y en su capítulo III se describe al dios Tezcatlipuca, llamado por Sahagún “otro Júpiter”.
Leamos directamente del leonés, la descripción del ser celestial:

era tenido por verdadero dios, y invisible, el cual andaba en todo lugar: en el Cielo, en la tierra y en el Infierno. Y tenían que cuando andaba en la tierra movía guerras, enemistades y discordias, de donde resultaban muchas fatigas y desasosiegos. Decían que el mesmo incitaba a unos contra otros para que tuviesen guerras, y por esto le llamaban Nécoc Yáutl; quiere decir «sembrador de discordias de ambas partes». Y decían él solo ser el que entendía en el regimiento del mundo, y que él solo daba las prosperidades y riquezas, y que él solo las quitaba cuando se le antojaba. Daba riquezas, prosperidades y fama, y fortaleza y señoríos, y dignidades y honras, y las quitaba cuando se le antojaba. Por eso le temían y reverenciaban, porque tenían que en su mano estaba el levantar y abatir (sic) [4].

III. El poder mágico de la palabra hablada y escrita

Como bien se sabe, en la gran mayoría de las creencias religiosas, la palabra tiene un efecto especial. Con más razón la escritura, en muchos casos creada por los propios dioses: Nabû para los babilónicos, Thoth para los egipcios, Brama para los hindúes y Odín para los germánicos, son los autores de la escritura a través de la cual los hombres pueden comunicarse con ellos [5].
Precisamente en la Historia General, en el libro sexto: “De las oraciones con que oraban a los dioses…”, en el capítulo VI: “del lenguaje y afectos que usaban orando a Tezcatlipuca, demandándole tuviese por bien de quitar del señorío, por muerte o por otra vía, al señor que no hacía bien su oficio”, leemos:

castigalde de tal manera que sea escarmiento para los demás, para que no le imiten en su mal vivir. Véngale de vuestra mano el castigo, según que a vos pareciere, ora sea enfermedad, ora otra cualquier aflicción, o le privad del señorío para que pongáis a otro de vuestros amigos que sea humilde y devoto y penitente, que tenéis vos muchos tales, que no os falten tales personas cuales son menester para este oficio, los cuales os están esperando y llamando, y los tenéis conocidos por muy amigos y siervos que lloran y sospiran en vuestra presencia cada día (sic) [6].

IV. De la naturaleza de los tlatoanis

Tlatoani u “orador” –la palabra es poder–, fue el nombre dado a los gobernantes mexicanos: líderes religiosos y comandantes militares de su pueblo. Huey Tlatoani de la triple alianza de México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán, por ejemplo, fue el título de Moctezuma II (1466-1520), el último emperador de los aztecas.
En la Historia General, libro octavo, capítulo XVIII, se describe “la manera que tenían en elegir los señores”. A veces se critica que se identifique al huey tlatoani como emperador, pero sobre todo en la forma de elección, los mexicanos coincidían en mucho, con la forma de elegir al emperador del Sacro Romano Imperio [7].
En el texto en estudio se señala:

Cuando muría el señor o rey, para elegir otro juntábanse los senadores que llamaban tecuhtlatoque, y también los viejos del pueblo, que llamaban achcacauhti, y también los capitanes, soldados viejos de la guerra, que llamaban yautequihuaque, y otros capitanes que eran principales en las cosas de la guerra, y también los sátrapas que llamaban tlenamacaque o papahuaque. Todos éstos se juntaban en las casas reales; allí deliberaban y determinaban quién había de ser señor. Y escogían uno de los más nobles de la línea de los señores antepasados que fuese hombre valiente, exercitado en las cosas de la guerra, osado y animoso, y que no supiese beber vino, que fuese prudente y sabio, que sea criado en el calmécac, que supiese bien hablar y fuese entendido y recatado y amoroso (sic) [8].

Evidentemente, a la nobleza de sangre, debía corresponder una acendrada virtud. Pero sobre todo, las cualidades tan finamente descritas y lamentablemente extrañas entre nosotros, debían ser identificadas por los mejores exponentes de la sociedad mexicana: tecuhtlatoques, achcacauhtis, yautequihuaques y tlenamacaques o papahuaques.

V. Perspectivas y conclusiones

La elegancia de los nahuas no deja de sorprendernos. Compartimos el original entusiasmo que experimentaron los hermanos Sahagún, Toral, Navarro, Ovando y Sequera. La simplicidad del razonamiento es pasmosa: los gobernantes, que basan su poder en el consenso del pueblo, deben ser buenos, porque de lo contrario, el pueblo y la divinidad que permitió su gobierno, pueden y deben derrocarlos.
La referencia a la invocación contra los malos gobernantes, no deja de ser una expresión más de la religiosidad de los indígenas americanos que, aunque sin duda soberanos, fueron lo suficientemente humildes para reconocer y apelar a fuerzas superiores por las cuales el mundo es finalmente gobernado.
Pero la referida invocación a Tezcatlipuca, no se reduce a castigar al tirano: “ora sea enfermedad, ora otra cualquier aflicción”; sino que del texto destaca, después de una acusación por sus crímenes, el deseo de otro gobierno mejor: “para que pongáis a otro de vuestros amigos que sea humilde y devoto y penitente”.
Más allá de maldecir al magnate, los aztecas imploran a Tezcatlipuca un gobierno justo. No parece el odio, sino la piedad, la reverencia al mismo dios y que el gobernante no tuvo, lo que los mueve [9]. El epígrafe de este trabajo da cuenta de ello: “Las mercedes que le habéis hecho y la dignidad en que le habéis puesto ha sido la ocasión de su perdición”.
Hoy como ayer, cuando se renuncia a responder legítimamente a insolencias y violencias desenfrenadas, cobra sentido el minucioso pensamiento indígena, que como el amazónico, frente al brutal ataque de su dignidad invoca al Dabucurí, para que haga caer y castigue a los tiranos y renazca la concordia entre los hombres.

NOTAS

[1] SAHAGÚN, Bernardino de, Historia General de las cosas de la Nueva España. Introducción, paleografía, glosarios y notas de Josefina García Quintana y Alfredo López Austin. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Alianza Editorial, S. A. 2 tomos. México 1989, libro sexto, capítulo VI.
[2] Para los datos biográficos de Fray Bernardino de Sahagún, vid. GARCÍA QUINTANA, Josefina y Alfredo LÓPEZ AUSTIN, “Introducción, paleografía, glosarios y notas” a SAHAGÚN, Bernardino de, Historia General de las cosas de la Nueva España. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Alianza Editorial, S. A. 2 tomos. México 1989, pp. 11-20.
[3] Se sigue la ortografía de Sahagún.
[4] SAHAGÚN, Bernardino de, Op. cit.
[5] Sobre el tema vid. ELIADE, Mircea, Tratado de Historia de las religiones. Traducción de Tomás Segovia. Ediciones Era, S. A. 12ª edición. México 1997, pp. 396-397; GELB, Ignace J., Historia de la escritura. Traducción de Alberto Adell. Alianza Universidad (AU 155).Madrid 1976, pp. 296-301; HOWARD, Michael, Las runas y otros alfabetos mágicos. Traducción de Alberto Vásquez-Prego. Ediciones Lidium. Buenos Aires 1983, passim.
[6] SAHAGÚN, Bernardino de, Op. cit.
[7] Vid. BRYCE, James, The Holy Roman Empire. Chronicon Edition. Lexington 2012, pp. 201-207.
[8] SAHAGÚN, Bernardino de, Op. cit.

[9] Sobre el tema de la piedad, vid. ZAMBRANO, María, El hombre y lo divino. Fondo de Cultura Económica. 2ª edición, 3ª reimpresión. Breviario 103. México 2001, pp. 200-208.

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