jueves, 23 de julio de 2015

Presencia italiana en Venezuela


Arturo Castillo Máchez*

LA PRESENCIA ITALIANA
EN EL DEVENIR HISTÓRICO VENEZOLANO

Publicado en AA. VV., La Sociedad Bolivariana: Encuentro universal. Ediciones de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Edición a cargo de Natalia Boza Scotto y Emilio Spósito Contreras. Sociedad Bolivariana de Venezuela. Caracas 2010, pp. 13-17.

A partir del encuentro de los aborígenes que ocupaban lo que más tarde se llamaría Tierra Firme, con los europeos que anclaron en el Nuevo Mundo el 4 de agosto de 1498, se produjo la interrelación de dos culturas que aún hoy –más de 500 años después de ese magno acontecimiento, al que se le han dado las más disímiles interpretaciones– continuamos analizando.
Al profundizar en el estudio de los primeros europeos que avistaron a nuestros caribes, podemos evidenciar que dos ciudadanos del llamado mundo conocido, naturales de esta tierra, cuyo corazón es hoy la ciudad de Rómulo y Remo, tuvieron el privilegio de ser los iniciadores de los conglomerados poblacionales que más tarde darían origen a Venezuela.
Fue Cristóforo Colombo, o Cristóbal Colón para los españoles, quien, llegando por oriente a ese inmenso mar que hoy conocemos como el Golfo de Paria, dulce por la desembocadura del río Orinoco, contemplaría tierras inimaginables para los curiosos forasteros, llegando a decir el “Almirante de la Mar Océana” en carta a los reyes de España [1]: “(…) yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso Terrenal, y descanso sobre razones y autoridades” [2]. Expresó también en la misma correspondencia, que los “indios” que observaba –por creer que había llegado a las Indias– eran “(…) de muy linda estatura y blancos más que otros que haya visto en las Indias, y los cabellos muy largos, y gente más astuta y de mayor ingenio, y no cobardes” [3].
Fue entonces este marino nativo de Génova, quien primero ancló sus naves en esa paradisíaca región, por él llamada “Tierra de Gracia”, que más tarde se conocería como Venezuela.
Precisamente el nombre Venezuela, surgió de la imaginación de otro italiano, cuando, por su extremo occidental, observó a los indígenas que asentaban sus bohíos en el mar y recordó a su lejana Venecia.
Este veneciano, conocido como Américo Vespucio, sin proponérselo, puso su sello imborrable en el mapa de esa región, y más tarde también, con justicia o sin ella, identificaría con su propio nombre, por los siglos de los siglos, este Nuevo Mundo: América.
Por consiguiente, americanos [4] es el nombre dado a todos los que habitamos esta mole que se le atravesó al aventurero marino Colón, impidiéndole llegar a las Indias, pero al mismo tiempo, convirtiéndolo en “descubridor” de un nuevo mundo extendido de polo a polo del orbe.
Lo demás es historia en sumo grado conocida, que se encuentra muy bien archivada en los anales del conocimiento de ayer y hoy, y que deseamos, por lo menos en la Tierra de Gracia que es Venezuela, orienten futuras acciones en teorías más justas, más humanas y sustentables, que permitan para siempre una sostenida comunicación armónica con todos los seres humanos de nuestro hermoso continente, sin diferencias de lenguas, religión, colores de piel, o cualquier otra razón.
Si bien ayer, a pesar de Las Casas, Suárez o Vitoria, nuestros conquistadores europeos opinaron de quienes conocieron en los territorios “descubiertos”, así como de los africanos arrancados de sus tierras, que no eran seres humanos; hoy, tanto norteamericanos y europeos piensan, junto a nosotros, que esa teoría fue una fechoría histórica, y que bajo preceptos de verdadera convivencia humana, extirpando falsas creencias en razas superiores y tal como lo propugnó el Libertador Simón Bolívar, basado en el ejemplo romano, podemos vivir en un clima de solidaridad y hermandad, y mantener relaciones signadas por el respeto, la consideración y la comprensión de nuestras diferencias grupales y personales.
Además de la presencia del genovés Colón y el veneciano Vespucio en suelo venezolano, otro veneciano con el mismo espíritu de aventura y el estoicismo peculiar de los amigos de esta península en forma de bota, fue Francesco Graterolo, quien se arraigó de tal forma en Venezuela, que de su descendencia surgió un ser emblemático para los venezolanos, como lo es el hombre más eximio que ha dado la América, el general en jefe Simón Bolívar, el Libertador.
Francesco Graterolo, nacido en 1517, había contraído matrimonio con la sevillana Juana de Escoto, llegando a las Indias como Capitán conquistador en la expedición de los Welsares, residenciándose en lo que hoy conocemos como Nueva Segovia de Barquisimeto. Una de las actuaciones notables de Graterolo, fue su participación en la captura del Tirano Lope de Aguirre, de ingrata recordación entre los venezolanos. Petronila, una de las hijas del matrimonio Graterolo Escoto, contrajo nupcias con el capitán español Andrés de Sanz, y una de sus hijas, María, al contraer matrimonio con Juan Mejías de Narváez, se convirtió en quinta abuela del más tarde Libertador de Venezuela y de otras cuatro repúblicas americanas.
Otra legión arribó a Venezuela en diferentes momentos, para dejar su impronta escrita con imborrable pasión por una nación que hoy les recuerda con eterna admiración.
Uno de los hechos que fusiona a italianos y venezolanos, es el acaecido el 15 de agosto de 1805, que la historia nos recuerda como el Juramento en el Monte Sacro. Simón Bolívar, de sólo 22 años, teniendo como genio tutelar a su maestro Simón Rodríguez, llegó a tan histórico lugar, donde dos mil trescientos años antes, la plebe romana hiciera similar juramento y que fue acicate para que nuestro futuro Libertador prometiera liberarnos de las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español.
Días más tarde, este rebelde caraqueño empezó a expresar su inconformidad con las muestras de soberbia, cuando en su visita al Sumo Pontífice Pío VII, se negó al protocolar saludo que regía las visitas papales, esto es, besar la cruz en el calzado del Obispo de Roma y que, según nos relata O’Leary, obligó al Papa a ser condescendiente y manifestar al Embajador de España en el Vaticano, Antonio Vargas Laguna: “Dejad al joven indiano hacer lo que guste” [5]. Cuando el diplomático español quiso reprocharle tan insolente actitud, tuvo que escuchar, con vehemencia manifiesta del futuro Libertador, que “Muy poco debe estimar el Papa el signo de la religión cristiana cuando la lleva en sus sandalias, mientras los más orgullosos soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus coronas” [6].
También recordamos al aguerrido soldado Tomasso Molini, quien, como secretario del general Francisco de Miranda, fue el primero en ocupar el cargo que hoy conocemos como Jefe de Estado Mayor, en las pioneras –aunque fracasadas– expediciones de nuestro recordado Precursor.
En el inicio de la Independencia venezolana, otro grupo de italianos fue factor de primer orden en la consolidación de ese proceso.

Los coroneles Agustín Codazzi, de Lugo, Ravena, y Carlos Castelli, de Turín, aportaron, como estudiosos militares, aspectos de importancia en la cartografía de Venezuela y en el arte militar de esos tiempos.
Igualmente en la redacción del Acta de Independencia, basta señalar a los juristas Juan Germán Roscio, descendiente de milanés, y el turinés Francisco Isnardi, calígrafo de dicha Acta.
Como militares en acción recordamos al piamontés Bernardo Paner, quien, aprovechando el pánico colectivo que se conoce en la historia venezolana como el episodio del Ejército de las Ánimas, se escapó con el futuro general José Antonio Páez, de las mazmorras donde los tenían detenidos en la ciudad de Barinas; años más tarde, este rubio italiano caería muerto en la batalla de Carabobo. Otro de grata recordación en la memoria, fue el marino Sebastián Boguier, a quien le cupo el honor de ser el comandante de la nave Constitución, que en 1842 trajo desde Santa Marta, Colombia, los sagrados restos del Libertador a Venezuela.
Años más tarde, dos grandes escultores italianos, como lo fueron Pietro Tenerani y Adamo Tadolini, también dejaron su sello personal en el corazón de los venezolanos. El primero, porque fue quien esculpió la estatua del Libertador en el Panteón Nacional, y el segundo, porque fue quien fundió la que adorna nuestra Plaza Bolívar.
No puedo dejar de mencionar las simpatías que el gran Giussepe Garibaldi tuvo por la vida del Libertador, cuando en un recorrido por América Latina, ancló en tierras peruanas sólo para conversar con la Libertadora del Libertador, Manuela Sáenz, y tener sobre fuentes fidedignas mayores informaciones sobre la vida y obra del Padre de la Patria de Venezuela.
Lo demás, ya forma parte de la historia contemporánea venezolana y se refiere al apoyo que han encontrado los amigos de Italia en nuestro suelo patrio. En las numerosas emigraciones de italianos que en diferentes épocas han recibido las costas occidentales del Atlántico en búsqueda de un porvenir más seguro. Antes de las guerras mundiales y después de ellas, Venezuela ha sido tierra de gracia no sólo para los amigos de Italia, sino para los del mundo entero. Han llegado, han echado raíces, contribuido con su desarrollo espiritual y material, se han quedado en un país que han considerado suyo; todo, por supuesto, con la interacción armoniosa y solidaria de nuestros compatriotas venezolanos.
Un hecho poco conocido es la inmigración infantil que tuvimos cuando recibimos un contingente de 1000 niños, ninguno mayor de siete años. Llegaron a la colonia de Catia la Mar en grupos de cincuenta, a la espera de adopción por familias venezolanas, las cuales se realizaron más tarde sin problema alguno. Fueron mil italianitos que encontraron patria, el amor de padre y madre, en un ambiente que les garantizaba paz, convivencia y tranquilidad espiritual para evolucionar como seres humanos.
Ésta es la historia de nuestras patrias, signadas por la comprensión y el sentimiento afectuoso y solidario que debemos propiciar, para que, a pesar de las más disímiles posiciones, podamos seguir compartiendo en aras de esa relación como naciones soberanas.
Conocemos la historia milenaria de esta Roma eterna, tal como lo refirió Bolívar en su Juramento, “con su grandeza y con sus miserias” [7]. Nosotros, apenas estamos arribando a los doscientos años de nuestra Independencia, pero lo hacemos con entereza y disposición, clamando ante el mundo nos permitan poner en práctica todas aquellas acciones políticas, sociales y económicas que contribuyan a fortalecer a Venezuela y su gente, para que verdaderamente sea, como dijo Cristóforo Colombo, una Tierra de Gracia.

NOTAS

* Nacido en Churuguara, estado Falcón, fue Oficial retirado del Ejército de la República Bolivariana de Venezuela, con el grado de coronel. En su actividad profesional desempeñó funciones de comando, desde Comandante de Unidad Básica hasta Comandante de Unidad Superior. Fue Jefe del Estado Mayor de la Brigada de Cazadores.
Como civil, fue Coordinador de la Cátedra Bolivariana de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (UNEFA) y Presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela 2006-2010, reelecto para el período 2010-2014.
El coronel Castillo Máchez fue autor de diversas obras, entre las cuales destacan: Más allá del deber. Modelo venezolano que derrotó la subversión marxista-comunista en la década de los años sesenta; Tupí, un pueblo falconiano y J. J. Rondón. Historia de un Batallón, todas ellas premiadas en su oportunidad, con el Premio Especial del Ministerio de la Defensa.
El coronel Castillo Máchez falleció en Caracas en 2011.
[1] Carta hoy perdida, fechada en Santo Domingo, el 18 de octubre de 1498, según extracto reproducido por Bartolomé de Las Casas.
[2] C. COLÓN, Diario de a bordo. Introducción, apéndice y notas de Vicente Muñoz Puelles. Rei Andes Ltda. Bogotá 1992, p. 275.
[3] Ibidem, pp. 268-269.
[4] Nombre que un pseudo imperio, anónimo, se quiere apropiar y que lamentablemente Europa parece secundar con habilidades mal hilvanadas, al punto de calificarnos de “sudacas”, para distinguirnos de nuestros hermanos del norte.
[5] D. F. O’LEARY, Memorias del General O’Leary. Volumen XXVII. Edición facsimilar del Ministerio de la Defensa. Caracas 1981, pp. 23.
[6] Idem.

[7] Del relato sobre el Juramento del Monte Sacro, hecho por Simón Rodríguez a Manuel Uribe Ángel. En J. DÍAZ GONZÁLEZ, El juramento de Simón Bolívar sobre el Monte Sacro. Scuola Salesiana del Libro. Roma 1958, pp. 58-61.

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