Arturo Castillo Máchez*
EN EL DEVENIR
HISTÓRICO VENEZOLANO
Publicado en AA. VV., La Sociedad Bolivariana: Encuentro
universal. Ediciones
de la
Sociedad Bolivariana de Venezuela. Edición a cargo de Natalia
Boza Scotto y Emilio Spósito Contreras. Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Caracas 2010, pp. 13-17.
A partir del encuentro de los aborígenes que
ocupaban lo que más tarde se llamaría Tierra Firme, con los europeos que
anclaron en el Nuevo Mundo el 4 de agosto de 1498, se produjo la interrelación
de dos culturas que aún hoy –más de 500 años después de ese magno
acontecimiento, al que se le han dado las más disímiles interpretaciones–
continuamos analizando.
Al profundizar en el estudio de los primeros
europeos que avistaron a nuestros caribes, podemos evidenciar que dos
ciudadanos del llamado mundo conocido, naturales de esta tierra, cuyo corazón
es hoy la ciudad de Rómulo y Remo, tuvieron el privilegio de ser los
iniciadores de los conglomerados poblacionales que más tarde darían origen a
Venezuela.
Fue Cristóforo Colombo, o Cristóbal Colón para
los españoles, quien, llegando por oriente a ese inmenso mar que hoy conocemos
como el Golfo de Paria, dulce por la desembocadura del río Orinoco,
contemplaría tierras inimaginables para los curiosos forasteros, llegando a
decir el “Almirante de la
Mar Océana ” en carta a los reyes de España [1]: “(…) yo muy asentado tengo en el ánima que allí
adonde dije es el Paraíso Terrenal, y descanso sobre razones y autoridades”
[2]. Expresó también en la misma correspondencia, que los “indios” que
observaba –por creer que había llegado a las Indias– eran “(…) de muy linda estatura y blancos más que
otros que haya visto en las Indias, y los cabellos muy largos, y gente más
astuta y de mayor ingenio, y no cobardes” [3].
Fue entonces este marino nativo de Génova,
quien primero ancló sus naves en esa paradisíaca región, por él llamada “Tierra
de Gracia”, que más tarde se conocería como Venezuela.
Precisamente el nombre Venezuela, surgió de la
imaginación de otro italiano, cuando, por su extremo occidental, observó a los
indígenas que asentaban sus bohíos en el mar y recordó a su lejana Venecia.
Este veneciano, conocido como Américo Vespucio,
sin proponérselo, puso su sello imborrable en el mapa de esa región, y más
tarde también, con justicia o sin ella, identificaría con su propio nombre, por
los siglos de los siglos, este Nuevo Mundo: América.
Por consiguiente, americanos [4] es el nombre
dado a todos los que habitamos esta mole que se le atravesó al aventurero
marino Colón, impidiéndole llegar a las Indias, pero al mismo tiempo,
convirtiéndolo en “descubridor” de un nuevo mundo extendido de polo a polo del
orbe.
Lo demás es historia en sumo grado conocida,
que se encuentra muy bien archivada en los anales del conocimiento de ayer y
hoy, y que deseamos, por lo menos en la Tierra de Gracia que es Venezuela, orienten
futuras acciones en teorías más justas, más humanas y sustentables, que
permitan para siempre una sostenida comunicación armónica con todos los seres
humanos de nuestro hermoso continente, sin diferencias de lenguas, religión,
colores de piel, o cualquier otra razón.
Si bien ayer, a pesar de Las Casas, Suárez o
Vitoria, nuestros conquistadores europeos opinaron de quienes conocieron en los
territorios “descubiertos”, así como de los africanos arrancados de sus
tierras, que no eran seres humanos; hoy, tanto norteamericanos y europeos
piensan, junto a nosotros, que esa teoría fue una fechoría histórica, y que
bajo preceptos de verdadera convivencia humana, extirpando falsas creencias en
razas superiores y tal como lo propugnó el Libertador Simón Bolívar, basado en
el ejemplo romano, podemos vivir en un clima de solidaridad y hermandad, y
mantener relaciones signadas por el respeto, la consideración y la comprensión
de nuestras diferencias grupales y personales.
Además de la presencia del genovés Colón y el
veneciano Vespucio en suelo venezolano, otro veneciano con el mismo espíritu de
aventura y el estoicismo peculiar de los amigos de esta península en forma de
bota, fue Francesco Graterolo, quien se arraigó de tal forma en Venezuela, que
de su descendencia surgió un ser emblemático para los venezolanos, como lo es
el hombre más eximio que ha dado la
América , el general en jefe Simón Bolívar, el Libertador.
Francesco Graterolo, nacido en 1517, había
contraído matrimonio con la sevillana Juana de Escoto, llegando a las Indias
como Capitán conquistador en la expedición de los Welsares, residenciándose en
lo que hoy conocemos como Nueva Segovia de Barquisimeto. Una de las actuaciones
notables de Graterolo, fue su participación en la captura del Tirano Lope de
Aguirre, de ingrata recordación entre los venezolanos. Petronila, una de las
hijas del matrimonio Graterolo Escoto, contrajo nupcias con el capitán español
Andrés de Sanz, y una de sus hijas, María, al contraer matrimonio con Juan
Mejías de Narváez, se convirtió en quinta abuela del más tarde Libertador de
Venezuela y de otras cuatro repúblicas americanas.
Otra legión arribó a Venezuela en diferentes
momentos, para dejar su impronta escrita con imborrable pasión por una nación
que hoy les recuerda con eterna admiración.
Uno de los hechos que fusiona a italianos y
venezolanos, es el acaecido el 15 de agosto de 1805, que la historia nos
recuerda como el Juramento en el Monte Sacro. Simón Bolívar, de sólo 22 años,
teniendo como genio tutelar a su maestro Simón Rodríguez, llegó a tan histórico
lugar, donde dos mil trescientos años antes, la plebe romana hiciera similar
juramento y que fue acicate para que nuestro futuro Libertador prometiera
liberarnos de las cadenas que nos oprimían por voluntad del poder español.
Días más tarde, este rebelde caraqueño empezó a
expresar su inconformidad con las muestras de soberbia, cuando en su visita al
Sumo Pontífice Pío VII, se negó al protocolar saludo que regía las visitas
papales, esto es, besar la cruz en el calzado del Obispo de Roma y que, según
nos relata O’Leary, obligó al Papa a ser condescendiente y manifestar al
Embajador de España en el Vaticano, Antonio Vargas Laguna: “Dejad al joven indiano hacer lo que guste”
[5]. Cuando el diplomático español quiso reprocharle tan insolente actitud,
tuvo que escuchar, con vehemencia manifiesta del futuro Libertador, que “Muy poco debe estimar el Papa el signo de la
religión cristiana cuando la lleva en sus sandalias, mientras los más
orgullosos soberanos de la cristiandad lo colocan sobre sus coronas” [6].
También recordamos al aguerrido soldado Tomasso
Molini, quien, como secretario del general Francisco de Miranda, fue el primero
en ocupar el cargo que hoy conocemos como Jefe de Estado Mayor, en las pioneras
–aunque fracasadas– expediciones de nuestro recordado Precursor.
En el inicio de la Independencia
venezolana, otro grupo de italianos fue factor de primer orden en la consolidación
de ese proceso.
Los coroneles Agustín Codazzi, de Lugo, Ravena,
y Carlos Castelli, de Turín, aportaron, como estudiosos militares, aspectos de
importancia en la cartografía de Venezuela y en el arte militar de esos
tiempos.
Igualmente en la redacción del Acta de
Independencia, basta señalar a los juristas Juan Germán Roscio, descendiente de
milanés, y el turinés Francisco Isnardi, calígrafo de dicha Acta.
Como militares en acción recordamos al
piamontés Bernardo Paner, quien, aprovechando el pánico colectivo que se conoce
en la historia venezolana como el episodio del Ejército de las Ánimas, se
escapó con el futuro general José Antonio Páez, de las mazmorras donde los
tenían detenidos en la ciudad de Barinas; años más tarde, este rubio italiano caería
muerto en la batalla de Carabobo. Otro de grata recordación en la memoria, fue
el marino Sebastián Boguier, a quien le cupo el honor de ser el comandante de
la nave Constitución, que en 1842
trajo desde Santa Marta, Colombia, los sagrados restos del Libertador a
Venezuela.
Años más tarde, dos grandes escultores
italianos, como lo fueron Pietro Tenerani y Adamo Tadolini, también dejaron su
sello personal en el corazón de los venezolanos. El primero, porque fue quien
esculpió la estatua del Libertador en el Panteón Nacional, y el segundo, porque
fue quien fundió la que adorna nuestra Plaza Bolívar.
No puedo dejar de mencionar las simpatías que
el gran Giussepe Garibaldi tuvo por la vida del Libertador, cuando en un
recorrido por América Latina, ancló en tierras peruanas sólo para conversar con
la Libertadora
del Libertador, Manuela Sáenz, y tener sobre fuentes fidedignas mayores
informaciones sobre la vida y obra del Padre de la Patria de Venezuela.
Lo demás, ya forma parte de la historia
contemporánea venezolana y se refiere al apoyo que han encontrado los amigos de
Italia en nuestro suelo patrio. En las numerosas emigraciones de italianos que
en diferentes épocas han recibido las costas occidentales del Atlántico en
búsqueda de un porvenir más seguro. Antes de las guerras mundiales y después de
ellas, Venezuela ha sido tierra de gracia no sólo para los amigos de Italia,
sino para los del mundo entero. Han llegado, han echado raíces, contribuido con
su desarrollo espiritual y material, se han quedado en un país que han
considerado suyo; todo, por supuesto, con la interacción armoniosa y solidaria
de nuestros compatriotas venezolanos.
Un hecho poco conocido es la inmigración
infantil que tuvimos cuando recibimos un contingente de 1000 niños, ninguno
mayor de siete años. Llegaron a la colonia de Catia la Mar en grupos de cincuenta, a
la espera de adopción por familias venezolanas, las cuales se realizaron más
tarde sin problema alguno. Fueron mil italianitos que encontraron patria, el
amor de padre y madre, en un ambiente que les garantizaba paz, convivencia y
tranquilidad espiritual para evolucionar como seres humanos.
Ésta es la historia de nuestras patrias,
signadas por la comprensión y el sentimiento afectuoso y solidario que debemos
propiciar, para que, a pesar de las más disímiles posiciones, podamos seguir
compartiendo en aras de esa relación como naciones soberanas.
Conocemos la historia milenaria de esta Roma
eterna, tal como lo refirió Bolívar en su Juramento, “con su grandeza y con sus miserias” [7]. Nosotros, apenas estamos
arribando a los doscientos años de nuestra Independencia, pero lo hacemos con
entereza y disposición, clamando ante el mundo nos permitan poner en práctica
todas aquellas acciones políticas, sociales y económicas que contribuyan a
fortalecer a Venezuela y su gente, para que verdaderamente sea, como dijo
Cristóforo Colombo, una Tierra de Gracia.
NOTAS
* Nacido en Churuguara, estado Falcón, fue Oficial
retirado del Ejército de la República Bolivariana de Venezuela, con el grado de
coronel. En su actividad profesional desempeñó funciones de comando, desde
Comandante de Unidad Básica hasta Comandante de Unidad Superior. Fue Jefe del
Estado Mayor de la Brigada de Cazadores.
Como civil, fue Coordinador de la Cátedra Bolivariana de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (UNEFA) y Presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela 2006-2010, reelecto para el período 2010-2014.
Como civil, fue Coordinador de la Cátedra Bolivariana de la Universidad Nacional Experimental de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (UNEFA) y Presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela 2006-2010, reelecto para el período 2010-2014.
El coronel Castillo Máchez fue autor
de diversas obras, entre las cuales destacan: Más allá del deber. Modelo
venezolano que derrotó la subversión marxista-comunista en la década de los
años sesenta; Tupí, un pueblo falconiano y J. J. Rondón. Historia de un
Batallón, todas ellas premiadas en su oportunidad, con el Premio Especial del
Ministerio de la Defensa.
El coronel Castillo Máchez falleció
en Caracas en 2011.
[1] Carta hoy perdida, fechada en Santo Domingo, el 18 de octubre de
1498, según extracto reproducido por Bartolomé de Las Casas.
[2] C. COLÓN, Diario de a bordo. Introducción, apéndice y notas de Vicente Muñoz
Puelles. Rei Andes Ltda. Bogotá 1992, p. 275.
[3] Ibidem,
pp. 268-269.
[4]
Nombre que un pseudo imperio,
anónimo, se quiere apropiar y que lamentablemente Europa parece secundar con
habilidades mal hilvanadas, al punto de calificarnos de “sudacas”, para
distinguirnos de nuestros hermanos del norte.
[5] D. F. O’LEARY, Memorias del General O’Leary. Volumen XXVII. Edición facsimilar del
Ministerio de la
Defensa. Caracas 1981, pp. 23.
[6] Idem.
[7] Del relato sobre el Juramento del Monte
Sacro, hecho por Simón Rodríguez a
Manuel Uribe Ángel. En J. DÍAZ GONZÁLEZ, El juramento de Simón
Bolívar sobre el Monte Sacro. Scuola Salesiana del Libro. Roma 1958, pp.
58-61.
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