Emilio Spósito Contreras*
ENTRE
LA KUSANAGI Y
LA TIZONA**
…con las armas con que
debieran destruir a los malos hombres, vemos que matan y destrozan a hombres
justos…
LULIO, Raimundo, Libro de
Contemplación. Dist. 3ª, 2.
Un guerrero, cuyo deber
es poner coto al bandolerismo, no debe actuar como un rufián.
SHIGESUKE, Taira, Bushido Shoshinshu. Guerreros.
Resulta intrascendente preguntarse sobre
el carácter moral o jurídico de las normas del bushido –literalmente camino
del guerrero–, frente a instituciones como el sepukku, conocido en Occidente como
haraquiri. Como también resultan
inútiles, o hasta frívolas, muchas otras consideraciones foráneas, frente a las
sencillas y concisas, pero no por ello menos hermosas, compilaciones de normas
japonesas para los bushi o samurái.
En un Occidente reducido a lo burgués o
lo proletario, las olvidadas costumbres caballerescas resultan extrañas, en el
mejor de los casos desconcertantes. Pero en Japón, desde el período Tokugawa
(1603-1868), aún en el período Meiji
(1868-1945), y después de los ataques atómicos norteamericanos a Hiroshima y
Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945), las reglas del bushido son un verdadero código, giri, que en palabras del escritor Inazo Nitobe (1862-1933), son “the soul of Japan”.
En el Japón el Derecho –normalmente relacionado a castigos o penas– se
remonta a la restauración Meiji, antes de ella, la idea dominante era la de giri,
lealtad, piedad filial, servicio abnegado a quien se debe. Identificar lo
correcto, y no hacerlo, no es de caballeros, sino de cobardes o estúpidos.
Aunque el sentido del honor y la vergüenza es esencial en el valor de giri,
apegarse a lo correcto y desdeñar lo erróneo es una práctica personal que puede
llegar a convertirse en natural.
Aunque originalmente dirigidas a la
casta guerrera, después de abolido el feudalismo, el bushido inspiró el ordenamiento jurídico japonés: la Constitución
de 1889: “…en virtud de las glorias de
nuestros antepasados, y deseando fomentar el bienestar y desarrollar las
facultades morales e intelectuales de nuestros […] súbditos…” (Preámbulo), así como el Edicto Imperial de Educación
de 1890: “…Nuestros
súbditos, por siempre unidos en la lealtad y la piedad filial, han
ejemplificado de generación en generación la belleza misma…” (Preámbulo).
En la actualidad, aunque el roppo –cuerpo de las seis principales
leyes japonesas a la manera de los cinco códigos napoleónicos–, puede
clasificarse como parte del sistema jurídico romanista, en la práctica es innegable
la influencia del espíritu japonés. Así, por ejemplo, en materia de Derecho
Civil, la noción del ie, o familia
japonesa, y la tendencia social, determinaron correcciones del marcado
individualismo occidental. Y en materia de Derecho Procesal, han debido
privilegiarse la conciliación frente a los procesos judiciales, dado que los
japoneses consideran vergonzoso ser citados a juicio.
Aun hoy, el bushido impregna la cultura japonesa, y explicaría su proverbial
discreción, laboriosidad, lealtad y disciplina, que trasluce en el desarrollo
del país y en la forma que enfrentan las dificultades. Recientemente, las
agencias de noticias occidentales informaban maravilladas, sobre el “heroísmo”
de los trabajadores de la siniestrada planta nuclear de Fukushima, personal de
emergencia, bomberos, militares: los “50
de Fukushima”.
Veamos algunas de las enseñanzas del
bushido en temas como la educación, el ejercicio del poder y el trato que debe
darse a las mujeres y recordemos como los mismos cánones pueden ser aplicados
al personaje histórico Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (circa 1050-1099), modelo del
perfecto caballero cristiano.
En la versión de Thomas Cleary del Bushido Shoshinshu de Taira Shigesuke o Daidoji Yuzan
(1639-1730) (traducción de Miguel Portillo. Kairos, 6ª edición. Barcelona
2012), pueden leerse las siguientes sentencias:
(i) “El
analfabetismo de los guerreros en tiempos de guerra responde a una razón. Pero
no existe ninguna, de ningún tipo, para el analfabetismo de los guerreros en
tiempo de paz…”.
Richard Cohen, en Blandir la espada: Historia de los gladiadores, mosqueteros, samurái,
espadachines y campeones olímpicos (traducción de Patricia Antón. Destino.
Barcelona 2004), citando el bushido
de Kato Kiyomasa (1561-1611), reitera el principio japonés de “Bun bu chi” o “pluma y espada están de acuerdo”, al señalar “Ha de fomentarse el aprendizaje. Deben leerse libros militares”.
Por su parte, en el diploma original de
dotación de la iglesia de Valencia, otorgado en 1098 por el Cid, consta la
firma autógrafa del Campeador: “Ego
Ruderico”, seguido de la frase de la propia mano: “simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est”, lo
cual denota, a decir del jesuita Gonzalo Martínez Diez en El Cid histórico: Un estudio exhaustivo sobre el verdadero Rodrigo Días
de Vivar (Planeta. Barcelona 2004), la relativamente elevada cultura del
guerrero, dado su conocimiento del latín en el siglo XI.
(ii) “…la usurpación incompetente del liderazgo es el mayor ultraje que se le
puede hacer a la clase guerrera”.
El sentido preciso de autoridad en la
sentencia anterior, puede apreciarse mejor a la luz del relato de la vida de Kamakura Gongoro Kagemasa
(1069-), quien tras perder un ojo en batalla a causa de un flechazo, se las
arregló para perseguir y dar muerte a su ofensor, y se quejó indignado cuando
un compañero quiso arrancarle la flecha apoyándole el pie en la cara.
En el caso de Rodrigo Días de Vivar, a pesar de los reiterados malentendidos
con el rey Alfonso VI, que llevaron al primero a ir dos veces al
destierro, a ser declarado traidor, a la confiscación de sus bienes, entre
muchos otros males recibidos del segundo; es de destacar la lealtad del Cid
para con su señor, a quien nunca atacó y en el momento de sus victorias, según
la juglaresca, supuestamente envió a Álvar Fáñez, Minaya, con presentes para el
rey.
(iii) …Maltratar a alguien que no puede defenderse es algo que a un valiente
guerrero ni se le ocurre. Quien va más allá de donde está dispuesto a llegar un
guerrero valiente es un cobarde.
La sentencia que antecede, se refiere al
trato del guerreo a su esposa, extensible a otros miembros de la familia,
circunstancia que, aunque doméstica y por lo tanto en principio sustraída del
escrutinio público, no deja de ser pasmosamente simple y ejemplar.
Parafraseando a Taira Shigesuke, cuando la conducta de un caballero en lo más
oscuro de la noche es igual a la que pone de manifiesto a plena luz del día,
entonces puede decirse que sigue el camino del guerrero.
En la vida del Cid es conocida la carta de
arras a doña Jimena (1074), por la cual, a pesar de no estar obligado a ello
por el fuero de Castilla, concede por el de León la mitad sus bienes a su
futura esposa, además de suscribir la profiliatio,
que les hace herederos mutuos. Con tales gestos el Campeador, no sólo no maltrata
a su mujer, sino que la protege igualándola, al menos, en su condición
patrimonial.
En estos tiempos de confusión
generalizada, de crisis del Estado y del primado de lo económico, es útil
recordar que otras tradiciones, otros modelos, existen –o han existido–, en los
cuales el hombre, a pesar de catástrofes y enemigos, se hace con esfuerzo,
desde la familia, los valores y no del dinero. Las consecuencias de adquirir
conciencia sobre el valor de los ideales caballerescos, pueden evidenciarse aun
hoy en la sociedad japonesa. Las artes marciales como el kendo, el judo, el
karate o el aikido –tan admiradas y practicadas en occidente– son expresiones
de tal filosofía de vida, y pueden servirnos para recordar el tiempo cuando
entre nosotros imperó la virtud como base del sistema político.
_______________________
* Profesor Agregado de Derecho Civil I, Personas, de la
Universidad Central de Venezuela.
** La Kusanagi, es la legendaria espada de Ninigi, nieto de la diosa
Amaterasu y abuelo del primer emperador del Japón, Jimmu. Es uno de los tesoros
imperiales del Japón y su ubicación sería el templo de Atsusa en Nagoya. Por su
parte la Tizona, según la tradición,
es la más célebre espada de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Actualmente se encuentra depositada en el Museo de Burgos.
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