lunes, 3 de agosto de 2015

Bushido


Emilio Spósito Contreras*

ENTRE LA KUSANAGI Y LA TIZONA**

con las armas con que debieran destruir a los malos hombres, vemos que matan y destrozan a hombres justos
LULIO, Raimundo, Libro de Contemplación. Dist. 3ª, 2.

Un guerrero, cuyo deber es poner coto al bandolerismo, no debe actuar como un rufián.
SHIGESUKE, Taira, Bushido Shoshinshu. Guerreros.

Resulta intrascendente preguntarse sobre el carácter moral o jurídico de las normas del bushido –literalmente camino del guerrero–, frente a instituciones como el sepukku, conocido en Occidente como haraquiri. Como también resultan inútiles, o hasta frívolas, muchas otras consideraciones foráneas, frente a las sencillas y concisas, pero no por ello menos hermosas, compilaciones de normas japonesas para los bushi o samurái.
En un Occidente reducido a lo burgués o lo proletario, las olvidadas costumbres caballerescas resultan extrañas, en el mejor de los casos desconcertantes. Pero en Japón, desde el período Tokugawa (1603-1868), aún en el período Meiji (1868-1945), y después de los ataques atómicos norteamericanos a Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945), las reglas del bushido son un verdadero código, giri, que en palabras del escritor Inazo Nitobe (1862-1933), son “the soul of Japan”.
En el Japón el Derecho –normalmente relacionado a castigos o penas– se remonta a la restauración Meiji, antes de ella, la idea dominante era la de giri, lealtad, piedad filial, servicio abnegado a quien se debe. Identificar lo correcto, y no hacerlo, no es de caballeros, sino de cobardes o estúpidos. Aunque el sentido del honor y la vergüenza es esencial en el valor de giri, apegarse a lo correcto y desdeñar lo erróneo es una práctica personal que puede llegar a convertirse en natural.
Aunque originalmente dirigidas a la casta guerrera, después de abolido el feudalismo, el bushido inspiró el ordenamiento jurídico japonés: la Constitución de 1889: “…en virtud de las glorias de nuestros antepasados, y deseando fomentar el bienestar y desarrollar las facultades morales e intelectuales de nuestros […] súbditos…” (Preámbulo), así como el Edicto Imperial de Educación de 1890: “…Nuestros súbditos, por siempre unidos en la lealtad y la piedad filial, han ejemplificado de generación en generación la belleza misma” (Preámbulo).
En la actualidad, aunque el roppo –cuerpo de las seis principales leyes japonesas a la manera de los cinco códigos napoleónicos–, puede clasificarse como parte del sistema jurídico romanista, en la práctica es innegable la influencia del espíritu japonés. Así, por ejemplo, en materia de Derecho Civil, la noción del ie, o familia japonesa, y la tendencia social, determinaron correcciones del marcado individualismo occidental. Y en materia de Derecho Procesal, han debido privilegiarse la conciliación frente a los procesos judiciales, dado que los japoneses consideran vergonzoso ser citados a juicio.
Aun hoy, el bushido impregna la cultura japonesa, y explicaría su proverbial discreción, laboriosidad, lealtad y disciplina, que trasluce en el desarrollo del país y en la forma que enfrentan las dificultades. Recientemente, las agencias de noticias occidentales informaban maravilladas, sobre el “heroísmo” de los trabajadores de la siniestrada planta nuclear de Fukushima, personal de emergencia, bomberos, militares: los “50 de Fukushima”.
Veamos algunas de las enseñanzas del bushido en temas como la educación, el ejercicio del poder y el trato que debe darse a las mujeres y recordemos como los mismos cánones pueden ser aplicados al personaje histórico Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (circa 1050-1099), modelo del perfecto caballero cristiano.
En la versión de Thomas Cleary del Bushido Shoshinshu de Taira Shigesuke o Daidoji Yuzan (1639-1730) (traducción de Miguel Portillo. Kairos, 6ª edición. Barcelona 2012), pueden leerse las siguientes sentencias:
(i) “El analfabetismo de los guerreros en tiempos de guerra responde a una razón. Pero no existe ninguna, de ningún tipo, para el analfabetismo de los guerreros en tiempo de paz…”.
Richard Cohen, en Blandir la espada: Historia de los gladiadores, mosqueteros, samurái, espadachines y campeones olímpicos (traducción de Patricia Antón. Destino. Barcelona 2004), citando el bushido de Kato Kiyomasa (1561-1611), reitera el principio japonés de “Bun bu chi” o “pluma y espada están de acuerdo”, al señalar “Ha de fomentarse el aprendizaje. Deben leerse libros militares”.
Por su parte, en el diploma original de dotación de la iglesia de Valencia, otorgado en 1098 por el Cid, consta la firma autógrafa del Campeador: “Ego Ruderico”, seguido de la frase de la propia mano: “simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est”, lo cual denota, a decir del jesuita Gonzalo Martínez Diez en El Cid histórico: Un estudio exhaustivo sobre el verdadero Rodrigo Días de Vivar (Planeta. Barcelona 2004), la relativamente elevada cultura del guerrero, dado su conocimiento del latín en el siglo XI.
(ii) “…la usurpación incompetente del liderazgo es el mayor ultraje que se le puede hacer a la clase guerrera”.
El sentido preciso de autoridad en la sentencia anterior, puede apreciarse mejor a la luz del relato de la vida de Kamakura Gongoro Kagemasa (1069-), quien tras perder un ojo en batalla a causa de un flechazo, se las arregló para perseguir y dar muerte a su ofensor, y se quejó indignado cuando un compañero quiso arrancarle la flecha apoyándole el pie en la cara.
En el caso de Rodrigo Días de Vivar, a pesar de los reiterados malentendidos con el rey Alfonso VI, que llevaron al primero a ir dos veces al destierro, a ser declarado traidor, a la confiscación de sus bienes, entre muchos otros males recibidos del segundo; es de destacar la lealtad del Cid para con su señor, a quien nunca atacó y en el momento de sus victorias, según la juglaresca, supuestamente envió a Álvar Fáñez, Minaya, con presentes para el rey.
(iii) …Maltratar a alguien que no puede defenderse es algo que a un valiente guerrero ni se le ocurre. Quien va más allá de donde está dispuesto a llegar un guerrero valiente es un cobarde.
La sentencia que antecede, se refiere al trato del guerreo a su esposa, extensible a otros miembros de la familia, circunstancia que, aunque doméstica y por lo tanto en principio sustraída del escrutinio público, no deja de ser pasmosamente simple y ejemplar. Parafraseando a Taira Shigesuke, cuando la conducta de un caballero en lo más oscuro de la noche es igual a la que pone de manifiesto a plena luz del día, entonces puede decirse que sigue el camino del guerrero.
En la vida del Cid es conocida la carta de arras a doña Jimena (1074), por la cual, a pesar de no estar obligado a ello por el fuero de Castilla, concede por el de León la mitad sus bienes a su futura esposa, además de suscribir la profiliatio, que les hace herederos mutuos. Con tales gestos el Campeador, no sólo no maltrata a su mujer, sino que la protege igualándola, al menos, en su condición patrimonial.
En estos tiempos de confusión generalizada, de crisis del Estado y del primado de lo económico, es útil recordar que otras tradiciones, otros modelos, existen –o han existido–, en los cuales el hombre, a pesar de catástrofes y enemigos, se hace con esfuerzo, desde la familia, los valores y no del dinero. Las consecuencias de adquirir conciencia sobre el valor de los ideales caballerescos, pueden evidenciarse aun hoy en la sociedad japonesa. Las artes marciales como el kendo, el judo, el karate o el aikido –tan admiradas y practicadas en occidente– son expresiones de tal filosofía de vida, y pueden servirnos para recordar el tiempo cuando entre nosotros imperó la virtud como base del sistema político.
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* Profesor Agregado de Derecho Civil I, Personas, de la Universidad Central de Venezuela.

** La Kusanagi, es la legendaria espada de Ninigi, nieto de la diosa Amaterasu y abuelo del primer emperador del Japón, Jimmu. Es uno de los tesoros imperiales del Japón y su ubicación sería el templo de Atsusa en Nagoya. Por su parte la Tizona, según la tradición, es la más célebre espada de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Actualmente se encuentra depositada en el Museo de Burgos.

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