jueves, 5 de noviembre de 2015

Antihistoria II


Andrés Amengual Sánchez*

ANTIHISTORIA, ANTIPOLÍTICA
Y ANTIDERECHO EN VENEZUELA
Tres perspectivas de análisis de un mismo fenómeno

(II/III)

(Publicado en la versión impresa de Vltima Ratio:
Boletín jurídico trimestral de la Sociedad Venezolana para el Estudio del Derecho Latinoamericano. Año II, número IV. Caracas, abril-junio 2015, p. 2).

El desconocimiento de nuestra propia historia y la tendencia a negar el carácter complejo de los acontecimientos a que se hizo referencia en la primera entrega de este trabajo, también se expresan en un conjunto de prejuicios que operan contra la política y la democracia. Así, si para algunos lo ocurrido desde 1958 hasta 1998, constituye el despertar democrático de una sociedad que acabó con la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, para otros, ese mismo período se caracterizó por un ejercicio bipartidista corrupto y clientelar de la política que buscó cuotas de poder y beneficios económicos para ciertos grupos en perjuicio de la inmensa mayoría de los venezolanos. Expuestas de esa forma, ambas lecturas son irreconciliables y, lo que es mucho peor, no aparece en el horizonte cercano “ningún punto de apoyo donde fijar la palanca” [1] de otras interpretaciones.
Bajo el influjo de los prejuicios y el desconocimiento, se niega el carácter conflictivo y antagónico de la política, prefiriéndose que sean “otros” los que incursionen en ella para solucionar los problemas sociales, económicos, jurídicos, educativos y culturales que tenemos, razón por la cual, es necesario precisar en qué consiste tales creencias. A juicio de Alzuru [2], existen fundamentalmente cuatro que en nuestra cultura política impiden un debate productivo y razonable sobre la política y la democracia. Ellas son presentadas de la siguiente manera: (i)el fraude como el arte de la política”, (ii)el fin justifica los medios”, (iii)las pasiones antes que la razón” y (iv)el animal político”.
Según ellas, (i) la política es el arte de la mentira y el engaño, por lo que el político es un actor que manipula de manera fraudulenta la opinión pública; (ii) el político debe hacer todo lo que esté a su alcance para permanecer en el poder, incluso ejecutar acciones arbitrarias para lograrlo; (iii) la política está más relacionada con las emociones y las pasiones que con la razón y el cálculo racional, y (iv) los partidos y los políticos tienen el monopolio de la acción política, por lo que según las dos categorías analíticas tradicionales existe una “sociedad civil” y una “sociedad política”.
Operando con distinta intensidad sobre el tejido social venezolano, ellas han propiciado el nacimiento de una verdadera antipolítica, entendida como el rechazo y negación hacia la política y los partidos. En efecto, si nos atenemos a la forma como es percibida en nuestro país, se puede sostener que ella expresa la convicción de que el país puede resolver sus problemas mediante estrategias o medios técnicos, sentimentales o estéticos pero no políticos. Esta negación es, en última instancia, la expresión de una cultura que no acepta la existencia legítima del conflicto [3] y que considera, ingenuamente sin duda, que los desacuerdos y los conflictos son un mal síntoma de la democracia que debe alcanzar el consenso como el único objetivo legítimo [4].
Uno de los ejemplos históricos que ilustra la confianza en los medios técnicos y la desconfianza hacia los partidos políticos, provino precisamente del ex-presidente Pérez cuando asumió la presidencia por segunda ocasión el 2 de febrero del año 1989. Al inicio de su mandato, tomó decisiones económicas -el denominado “paquete neoliberal”-, prescindiendo de tales instancias de participación para difundir las nuevas políticas bajo la asesoría de un grupo de jóvenes “tecnócratas” de formación neoliberal que no militaban abiertamente en ningún partido. En este sentido, Rey [5] explica las nefastas consecuencias que tuvo para la democracia tal maniobra, responsabilizando a Pérez de ser uno de sus principales artífices:

“(…) Pero pretender que las funciones políticas fueran sustituidas por funciones exclusivamente técnicas, era, en realidad, un intento de ocultar la abdicación, por parte de los principales líderes y partidos políticos (empezando por el propio Presidente de la República y por el partido AD), de las graves responsabilidades, políticas, intelectuales y éticas que envuelven las decisiones propias del Gobierno. El negarse a reconocer que existen otras opciones de política económica, distintas al ‘paquete neoliberal’, sólo se puede explicar por la arrogancia intelectual y la insensibilidad ética de los tecnócratas que fueron ministros o consejeros del Presidente (…).
La idea de que sólo había un camino posible para enderezar la situación del país, en la medida que se propagó y fue creída, perjudicó gravemente la fe en la democracia, y al Presidente Pérez le corresponde, por ello, una gran responsabilidad. Si fuera cierta, significaría que las luchas electorales entre los candidatos y los partidos, presentando programas alternativos y ofreciendo opciones políticas aparentemente distintas para disputarse, de esta forma, el favor del electorado, no son, en realidad, sino una gran farsa. La competencia electoral, que se supone que es la base de la democracia, quedaría reducida, a partir de esas ideas, a una serie de engaños y trucos para atraer electores ingenuos, pues en el fondo, con independencia de quién resulte el ganador, las políticas del Gobierno serán siempre las mismas (…)” (énfasis añadido).

Este hecho histórico, muestra las dificultades existentes para comprender y lidiar con los enfoques, las propuestas y las alternativas distintas a las nuestras, especialmente cuando provienen de los “adversarios” políticos, prefiriéndose sustituir los mecanismos democráticos por la exacerbación de lo emotivo/afectivo y el reforzamiento de un culto sentimental, casi mítico, a los Padres de la Patria, especialmente a Bolívar, con lo cual se consolida una eficaz estrategia de control social.
De esta forma, todo aquel que se atreva a “trocar el patriotismo de frenesí y pasión explosiva en comprensión y deber ético” [6], es visto como un escuálido antipatriota y pro imperialista que no debe ser tomado en cuenta. Quien muestre alguna “sensibilidad” social, reconozca la plausibilidad de un argumento marxista o considere legítima alguna iniciativa gubernamental, es inmediatamente execrado. Ambas posturas parten de la negación, obstaculizan el “contacto” del sujeto con el “ambiente” e intensifican el desfase entre realidad y discurso.
Siendo este el escenario planteado en Venezuela, debe trabajarse por una cultura política democrática teniendo en cuenta lo siguiente: (i) a la mentira y el fraude, la búsqueda incesante de la verdad como filosofía de la praxis; (ii) al fin instrumental del poder, la imposición de un Estado de Derecho que se traduzca de manera real y efectiva en la sumisión del poder, cualquiera que este sea, a la Constitución y a las leyes; (iii) a las pasiones y a la emotividad como forma de expresión de la política, el análisis ponderado y el cálculo preventivo basado en el conocimiento de nuestra venezolanidad, geografía y códigos morales, y (iv) a los animales políticos o líderes que detentan el monopolio de las decisiones, la incorporación progresiva de la “sociedad civil” en distintos espacios e instancias de participación.

Notas

[1] Mario Briceño Iragorry. La historia como elemento de creación. Obras completas. Doctrina historiográfica. Ediciones del Congreso de la República. Caracas, 1989.

[2] Alexis Alzuru. La Política sin reglas (los cuatro prejuicios del Apocalipsis). Revista Apuntes filosóficos N° 36 ¿Democracia? Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, 2010.

[3] Colette Capriles. Ciudadanos sin polis: democracia dual, antipolítica y sociedad civil en Venezuela. Revista de Ciencias Políticas. Politeia. N° 36. Volumen 29. Universidad Central de Venezuela. Caracas, 2006.

[4] Para quienes están situados en la izquierda militante, la existencia de los movimientos sociales y las organizaciones populares da cuenta del fenómeno contrario: la progresiva politización de la sociedad. Ver Roland Denis. Las tres repúblicas. Ediciones Nuestraamérica Rebelde. Caracas, 2011.

[5] Juan Carlos Rey. Crisis de la responsabilidad política en Venezuela. La remoción de Carlos Andrés Pérez de la presidencia. Fundación Manuel García Pelayo. Cuadernos de la Fundación. N° 14. Caracas, 2009.

[6] Mariano Picón Salas. Tradición como nostalgia y como valor histórico. Defensa y enseñanza de la historia patria en Venezuela. Fondo Editorial de la Contraloría General de la República, 2da. edición, Caracas, 1998.

*Universidad Central de Venezuela, Abogado, Especialista en Derecho Administrativo, cursante del Doctorado en Ciencias mención Derecho. Universidad Monteávila, Especialista en Derecho Procesal Constitucional.

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